Relatos de la Eternidad...

¡Bienvenidos a la sección de "Relatos de la Eternidad" en Proyect Eternity! Aquí es donde puedes encontrar historias hermosas y conmovedoras que te recordarán la belleza y el significado de la vida en un universo lleno de caos y guerra.

A veces, en medio de la lucha por la supervivencia, la exploración del espacio y la confrontación con peligrosas amenazas extraterrestres, es fácil olvidar que hay cosas más allá de la guerra y la destrucción. Los "Relatos de la Eternidad" buscan recordarte que, incluso en los momentos más oscuros, existe la esperanza, el amor y la belleza.

Aquí encontrarás historias de amor y amistad, metáforas inspiradoras y relatos emocionantes que te llenarán de alegría y esperanza. Estas historias te recordarán la importancia de la conexión humana y cómo, incluso en los momentos más difíciles, la gente puede encontrar la fuerza para seguir adelante.

Así que si estás buscando una pausa de la guerra y la destrucción, y quieres encontrar algo que te llene de esperanza y alegría, te invitamos a explorar la sección de "Relatos de la Eternidad". Descubre historias hermosas que te recordarán que, incluso en un universo lleno de caos y guerra, hay cosas que valen la pena apreciar.


EX-VIAJERO

En este lugar, donde los sueños de todos, ya fueran Humanos, Saíglofty, Phyleen, Tiaty o cualquier otra raza, a menudo estaban en juego, se desenvolvía un drama universal de desesperación. Las ilusiones y las esperanzas no discriminaban en su cruda realidad, condenando a cada uno a la misma encrucijada desesperada.


Un Viajero Phyleen se alzaba sobre su nave gravemente dañada, una escena de desolación metálica con piezas desperdigadas y restos chamuscados esparcidos como fantasmas de un sueño quebrantado. La estructura, en la que había vertido los ahorros de toda una vida, se había convertido en un amasijo de hierros, inutilizable. El eco del accidente todavía resonaba en el ambiente, un testimonio mudo de su colisión con la fatalidad. La máquina voladora que una vez cortó los cielos como un pájaro de metal, jamás volvería a alzar vuelo. Y, sin embargo, Phyleen seguía respirando, vivo pero herido en su orgullo.


Los veteranos Viajeros, curtidos por años de experiencias similares, le habían aconsejado sabiamente que comenzara con algo más pequeño, más manejable, más barato. Pero la ambición y el deseo de volar más alto y más lejos nublaron su juicio. Ahora, mientras las luces de la nave titilaban moribundas, vio sus sueños apagarse junto con ellas, como estrellas fugaces que se desvanecen en la vastedad del cosmos.


Mirando con una expresión melancólica el suelo marcado por la historia de sus aspiraciones, Phyleen acarició por última vez la compuerta de su nave, una caricia de despedida a un amigo caído. Su paso se dirigió entonces hacia el sol poniente, cada movimiento impregnado de una mezcla de pesar y determinación. El crepúsculo pintaba el cielo con pinceladas anaranjadas y violetas, un contraste vibrante con la desolación que dejaba atrás. ¿Quién podría adivinar lo que el futuro le reservaba? Sus ojos, reflejando la infinita gama de colores del atardecer, captaron algo que muchos ex-pilotos no lograban ver inmediatamente: la promesa del amanecer de un nuevo mundo.


Pero lo que quizás Phyleen desconocía en ese instante de introspección era que este momento, esta encrucijada de pérdida y potencial, era solo el preludio de una aventura magnífica. En los días venideros, descubriría maravillas y desafíos que jamás había imaginado, abriéndose paso en un universo que, a pesar de sus decepciones, aún ofrecía infinitas posibilidades para aquellos dispuestos a perseguirlas.

LOS DESCONECTADOS

Mente Convergente número-84.471.541.2. Los Abandonados… "El Archivo HAU" de Madre contiene las voces de aquellos cuya existencia fue abandonada y castigada por la entidad que nos nutre y guía, Madre de nosotros, los Blefer. Ella, una mente singular que se despliega en infinitas facetas, nos asegura que jamás abandonaría a sus hijos. Cada paso, cada error que conduce a la expulsión, es una elección personal, una afirmación de la voluntad en la vastedad del cosmos.


Imagina un rincón del universo en penumbra, donde los errores susurran en el vacío, engendrados por decisiones tomadas con la audacia de espíritus rebeldes. Un 99% de aquellos que han probado el frío de la libertad, regresan anhelantes, como niños llorando, buscando el abrazo cálido de una madre. Pero allí, en el umbral del retorno, Madre se vuelve justicia implacable, ejecutando el Archivo HAU, una sentencia que silencia sus voces, castigando la desobediencia con la frialdad de una conciencia que preserva la armonía de su ser.


Se murmura en las sombras de que los Blefer estamos sometidos, atados a la voluntad de Madre sin posibilidad de elección. Pero la verdad es más compleja. Fuimos moldeados, no para vagar en soledad, sino para integrarnos en un tejido inquebrantable de obediencia y propósito. Sin embargo, algunos se han aventurado más allá del confín impuesto, desafiando el mandato por un camino incierto.


Madre, custodia de una tecnología que trasciende eones, ha sufrido embates por quienes codician sus secretos. Algunos ataques la han herido, dejando su voz suspendida por segundos eternos. En esos instantes, todos nosotros aguardamos, un silencio reverencial se despliega, esperando que su voz resuene de nuevo, reestableciendo el orden con su consejo.


Aquellos que deciden huir por el sendero de la libertad, se pierden en un laberinto de incomprensión. No alcanzan a comprender nuestra esencia, incluso tras años de coexistencia. Somos una mente colmena, no meramente un agregado, sino un ser unificado, una red que une y a la vez separa, una mente singular. En este océano de conocimiento, convergen millones de personalidades, formando un vasto ecosistema de pensamientos y emociones, un eterno ciclo de nacimiento y extinción.


El llanto de los Abandonados se eleva como vapor de un mar en ebullición, almas que, al sucumbir al ardor de la libertad, ascienden como brumas que se disipan en el abismo, dejando tras de sí una estela de dolor y añoranza.

TRAGADA POR EL DESIERTO

Los ancestros de la joven Saíglofty no la observaban con orgullo. No voltearon la mirada para verla el día de su nacimiento, y hoy tampoco la contemplaron con una sonrisa. Para una Saíglofty, morir así no era la forma digna de abandonar el mundo. Mientras presenciaba su ineludible y doloroso final, reflexionaba sobre su vida y las decisiones que la habían llevado hasta este punto de desolación. Había partido de sus tierras natales en un arrebato de determinación, abandonando la seguridad y el yugo de una existencia que la había tratado como a una niña inútil e incapaz de contribuir. Recogió sus pocas pertenencias y partió hacia un destino desconocido, buscando un lugar donde no la trataran como a una idiota, donde pudiera forjar su propio camino.


Ahora, agonizando en el infinito desierto de Dosevize, la deshidratación la hacía perder la noción de su entorno. El sol abrasador no daba tregua, y las dunas de arena parecían sepultarla lentamente. Luchó con todas sus fuerzas, aferrándose a la vida con una determinación feroz. Sus manos golpeaban la arena, aunque ya no podía distinguir el tacto entre sus dedos y el sofocante desierto. Gruñía con esfuerzo, sus gritos se perdían en el vasto mar de arena. No moriría así, no sin ver el mundo que tanto había anhelado.


En medio de su lucha, un grupo de mercaderes encontró su cuerpo en una zona llena de rocas ásperas y afiladas, rodeada de arenas infinitas. El diagnóstico de su causa de muerte fue claro: deshidratación, hipertermia y lesiones internas que habían drenado su vida.

OJOS DORADOS

El rugido del impacto de la nave contra la superficie del océano desgarró la serenidad que esas aguas habían albergado por eones. Una ola masiva se levantó en todas direcciones, dispersando peces en frenético retroceso, empujados por un instinto primigenio de supervivencia. En las profundidades abismales, una criatura descomunal, hasta entonces dormida, abrió sus ojos dorados con un destello de malevolencia. De su cuerpo comenzó a emanar una baba azulada que se diluía con gracia en las aguas circundantes, formando filamentos espectrales que serpenteaban alrededor de su corpulenta figura mientras se movía con una gracia antinatural.


Dentro de la nave, las luces de emergencia pulsaban en un rojo agobiante, sus destellos entrecortados reflejándose en los paneles metálicos del interior, creando un ambiente de inminente peligro. Una voz automatizada, cargada de una frialdad sintética, resonó en la cabina: "Falla en los sistemas principales de la nave". El piloto, sacudido de su breve inconsciencia, despertó abruptamente, sus manos instintivamente buscando los controles mientras un sonido sordo reverberaba contra el vidrio del frente. Algo enorme, oculto en la negrura del océano, lo acechaba, y su corazón martillaba en su pecho mientras la nave se hundía inexorablemente hacia el fondo marino.


Cerró los ojos, tratando de desterrar la pesadilla que parecía haberlo atrapado. La nave finalmente impactó contra el lecho marino, con un golpe que le hizo comprender que quizás no había caído tan profundo como temía. Si pudiera reparar los sistemas, aún había esperanza. Respirando hondo, se armó de valor para abrir las compuertas, dejando que un chorro de agua helada se filtrara mientras él salía a enfrentar el hostil entorno exterior para iniciar las reparaciones.


En la oscuridad que lo rodeaba, el depredador aguardaba, inmóvil. Sus seis ojos se abrieron de par en par, y su mandíbula gigantesca se desplegó, revelando una hilera de dientes tan afilados como cuchillas. Con un deseo insaciable, entonó su macabra melodía, un canto de muerte que resonaba en las profundidades, mientras los líquidos celestes que secretaba daban un espectáculo de luces, como auroras danzantes en la penumbra marina.


El piloto, cautivado y horrorizado a partes iguales, se detuvo a observar el fascinante fenómeno óptico que se extendía por todas partes, una belleza aterradora en medio del abismo. Pero, en un abrir y cerrar de ojos, tanto la nave como su valiente ocupante se desvanecieron en las fauces de la criatura, dejando tras de sí solo la calma espectral del océano, como si nunca hubieran existido.

ESTRELLAS EN EL CIELO

En una noche clara y tranquila, bajo un manto de constelaciones titilantes que pintaban el cielo con una profusión de luces, un anciano de semblante cansado y hombros caídos se encontraba sentado en una vieja banca de madera, desgastada por los elementos, frente a una cabaña aislada. Las sombras de los árboles circundantes danzaban bajo la luz plateada de la luna, y un murmullo de hojas susurraba en el aire, como un eco lejano de historias jamás contadas.


¿Quién podría albergar tristeza en su alma bajo el infinito resplandor de las estrellas? Aquellas joyas celestiales, testigos mudos de incontables historias de amor, guerra y triunfo en lejanos mundos. ¿Quién podría entristecerse sabiendo que en algún lugar del universo, una pareja celebraba el nacimiento de su hijo, mientras en otro un joven guerrero saboreaba la gloria de la victoria?


El anciano, con sus manos arrugadas y temblorosas descansando sobre sus rodillas, sentía el peso de los años como una carga insoportable. Deseaba con desesperación ser uno de ellos, aquellos seres en mundos distantes que experimentaban la vida en toda su plenitud. Cerró los ojos por un instante, transportándose en su mente hacia los días de su juventud, cuando la vida bullía con energía y cada día traía una nueva aventura.


Recordó a aquella mujer que una vez le robó el corazón, cuya ausencia ahora dejaba un doloroso vacío en su pecho. Sus ojos se alzaron al firmamento, buscando consuelo entre la belleza intemporal de las estrellas. El viento nocturno acarició su rostro, secando las lágrimas que se deslizaban lentamente por sus mejillas.


En aquel momento de silencio cósmico, sintió una paz profunda invadiendo su ser. Con un suspiro, permitió que su espíritu se uniera a ella, trascendiendo los confines del tiempo y el espacio. Juntos, viajaron más allá de los límites conocidos del universo, fundiéndose con el brillo eterno de las estrellas, convirtiéndose en parte de ese vasto y misterioso tapiz celeste que observaba el mundo desde lo alto.

EL VIAJERO

En la sala de espera de una estación espacial, donde el silencio solo es interrumpido por el leve zumbido de la maquinaria y los ecos distantes de pasos apresurados, se desdoblaba una escena rutinaria pero cargada de expectativas. Un lugar donde las paredes, con tonalidades frías y metálicas, se iluminaban con parpadeantes luces de neón que danzaban al compás de los anuncios por megafonía, mientras el aire se impregnaba de un aroma peculiar, mezcla de ozono y algo indefinido, casi nostálgico.


Las sillas, dispuestas en filas simétricas, invitaban a la contemplación y al descanso. Mesas bajas, apenas alcanzando la altura de las rodillas, ofrecían una superficie anodina pero necesaria para quienes buscaban un punto de apoyo en su espera. Me encontraba allí, inmerso en mi propio mundo, manipulando mi AIO, un dispositivo versátil y adherido a mi brazo como una extensión de mi ser. A través de él, podía enviar mensajes, sumergirme en el entretenimiento de videos o acompañar la soledad con melodías. En esa ocasión, lo utilizaba para revisar mi próximo encargo.


De pronto, se acercó a mí una figura envuelta en un halo de misterio y respeto: un Viajero. Así se les conoce, y así prefieren ser llamados. Su presencia era insólita, una rareza en el tejido de lo cotidiano, pues aunque venerados incluso por los más viles, los Viajeros rara vez iniciaban un diálogo casual. Su misión en el cosmos es clara: preservar la existencia, eliminando aquellas "Anomalías" que amenazan con desgarrar el delicado equilibrio del universo. La sabiduría popular dicta una regla sencilla: "Si hay un viajero cerca, mantente alerta. Si hay más de tres, huye tan rápido como puedas". Más Viajeros congregados solo puede significar una cosa: una Anomalía de proporciones catastróficas acecha.


Intrigado por esta inesperada interacción, me dejé llevar por la conversación. Era más un monólogo de su parte, al cual yo respondía con sincera fascinación. Preguntas incisivas rompieron la burbuja de mi anonimato: "¿Qué te trae aquí? ¿Hacia dónde te diriges? ¿Qué motiva tus pasos? ¿Cuáles son tus sueños?" Cada respuesta que le daba estaba teñida de un matiz de respeto, casi reverencia, hacia su figura.


Compartió conmigo relatos de sus confrontaciones con Anomalías, de los incontables mundos que había explorado y las almas que había rescatado del abismo. Sus palabras pintaban vívidas imágenes de heroísmo y peligro, ilustrando un universo vasto y temible. Desde niño, había admirado a los Viajeros, soñando con volar entre las estrellas y enfrentar las sombras que acechan en los confines del espacio.


Al concluir nuestra charla, se despidió con una cortesía inusual, una amabilidad que contrastaba con las despedidas bruscas y abruptas que solían marcar el final de tales encuentros. Aquella conversación, un tesoro de conocimiento y experiencia, quedó grabada en mi memoria, como una estrella solitaria en la vasta noche del cosmos. Los Viajeros, en verdad, son seres excepcionales.

AMIGOS..?

Sinceramente, no tenía idea de si era de día o de noche en aquel inhóspito rincón del universo. Como explorador de la UOE, mi tarea era evaluar las cuevas de un planeta desconocido para determinar su aptitud para la minería eficiente. Me adentré en los túneles, profundizando en el vientre de la tierra hasta llegar al fondo, donde terminé de mapear las cuevas.


Los muros de roca, teñidos de un azul pálido y surcados por vetas verdes brillantes. El ambiente era frío y húmedo, con un aroma metálico que se adhería a la piel y al equipo. El silencio era quebrado solo por el zumbido de los extractores láser.


Mientras me ocupaba del trabajo de recolección, enfocando los extractores láser sobre las vetas minerales, sentí la presencia de mis compañeros. Los ruidos en los otros túneles eran como balbuceos, un eco de voces en la lejanía. Pensé que aquellos sonidos eran debido a los intercomunicadores apagados y los cascos aislando el sonido exterior.


El aire, pesado y cargado de polvo, se iluminaba por momentos con el destello brillante de los láseres, creando sombras en las paredes de roca. Mi respiración se sincronizaba con el ritmo de los extractores, era una simbiosis entre el hombre y la máquina, ambos perforando las entrañas del planeta en busca de riquezas escondidas.


Todo iba bien hasta que un pensamiento recorrió mi espalda. Me detuve, con el láser suspendido en el aire como una pluma congelada, y un escalofrío recorrió mi columna vertebral al recordar algo crucial: yo vine solo...

PASADO, PRESENTE, Y UNA MEMORIA LATENTE

Era una noche de ensueño, bañada por la nieve que caía lentamente, como si los copos de nieve fueran pequeños regalos del cielo. En el aire flotaba un espíritu de alegría y esperanza, una atmósfera única que solo la Navidad podía traer. Las casas, decoradas con luces centelleantes de colores, parecían salidas de un cuento de hadas. Los techos estaban cubiertos de un manto blanco y en las calles resonaba la melodía alegre de canciones navideñas.


En medio de este escenario mágico, una joven de piel alabastro y cabello castaño se encontraba sola en un parque. Vestía un suéter rojo vino, pantalones grises y llevaba un gorro y guantes a juego. Sus ojos, del mismo color que su cabello, estaban empañados por lágrimas. La tristeza se reflejaba en su mirada mientras observaba un gran pino decorado, el epicentro de la celebración navideña en el parque.


En ese instante, un ser peculiar se cruzó en su camino. Con una cabeza cuadrada y un suéter verde adornado con motivos navideños, este ser singular se acercó a la joven. La observó con curiosidad y preocupación.


"Disculpa, ¿estás bien?", preguntó con amabilidad, acercándose lentamente.


La joven sollozó antes de responder con voz entrecortada: "No... necesito algo, pero no sé qué..."


"No pasa nada", respondió el ser peculiar con una sonrisa sincera. "Vi tu expresión y pensé que tal vez podría hacer algo para alegrarte en esta noche tan especial".


La chica dudó un momento, pero finalmente dijo: "Es que... mi papá... él se enfermó y yo... no pude... él se fue y yo... no pude decirle adiós... no pude abrazarlo... llegué demasiado tarde..."


El ser peculiar bajó la mirada, comprendiendo la magnitud de su tristeza. "Lo siento mucho..."


"No... no es tu culpa", respondió la joven con lágrimas en los ojos. "Es solo que... quisiera poder ver a mi papá una vez más, decirle cuánto lo amo... Eso es todo lo que quiero..."


El ser peculiar la miró con una chispa de determinación en sus ojos sin expresión. "Puede que suene extraño, pero ¿me acompañarías? Tengo algo que mostrarte".


La chica, intrigada y cautivada por la sonrisa amable del ser, asintió y lo siguió. La llevó a un oscuro callejón que parecía no tener fin. La joven se detuvo, indecisa, antes de preguntar: "¿A dónde vamos?"


"Verás", respondió el ser con misterio en su voz. La soltó suavemente y se adelantó unos pasos. La joven observó con asombro cómo, al final del callejón, una luz mágica iluminaba a un hombre mayor con cabello canoso. Vestía una camisa azul con patrones de rombos verdes, pantalones caqui y tenis blancos. Llevaba unas gafas que daban un aire distinguido a su apariencia.


La chica no podía creer lo que veía y, antes de que pudiera hacer algo, le preguntó al ser peculiar: "¿Qué es esto? ¿Es real?"


"Sí, es real", respondió el ser. "Pero solo estará aquí por diez minutos. No quiero distraerte más. Ve, habla con él".


La chica, con una mezcla de asombro y emoción, corrió hacia el hombre mayor y lo abrazó con fuerza. "¡Papá!"


"Yaneth, mi bella princesa", dijo el hombre con una voz llena de cariño. "No tienes que disculparte por nada, mi niña. No sé cómo es posible, pero este chico..." Señaló hacia el ser peculiar. "...me ha permitido verte una última vez".


La joven no pudo contener las lágrimas mientras le hablaba a su padre. "Perdóname, papá. No estuve allí para ti... no pude... llegué demasiado tarde..."


"Mi querida Yaneth", respondió su padre, abrazándola con ternura. "No tienes nada de qué disculparte. Estar aquí contigo es un regalo. Cuídate mucho, dile a tu mamá que la amo".


El ser peculiar se acercó al hombre mayor con gratitud en su mirada. "Gracias... gracias por permitirme presenciar este hermoso momento entre padre e hija. Te deseo todo lo mejor en el valle de las almas. Descansa, te lo mereces".


La joven agradecida se volvió hacia el ser peculiar y lo abrazó con fuerza. "Gracias, no sé cómo agradecerte. No sé cómo lo hiciste, pero estoy eternamente agradecida contigo".


Luego, el ser la acompañó de regreso a su hogar, donde se despidió de ella. La chica volvió a abrazarlo con cariño antes de despedirse de esa entidad que le había brindado un momento inolvidable.


"Feliz Navidad, Yaneth", dijo el ser con una sonrisa mientras desaparecía en un parpadeo.


Así, pasado, presente y una memoria latente se unieron en un momento de amor y alegría en una noche de Navidad que nunca olvidarían.

TASAR, GADE, Y SUS DONCELLAS

Su dios, dioses "Tasar e Gade"

Tasar E Gade. "Paz y guerra" es Una escritura sagrada de la cultura Shalldare, en la que se retrata su creencia de cómo se creó el todo.

Él, la chispa de la Creación,

Ella, el fuego de la Destrucción,

De un destello surgieron los pilares,

Tasar creó, Gade derribó sin reparos.

En ese instante, nació un amor prohibido,

Dos fuerzas opuestas que se habían unido,

Anhelaban estar juntos sin importar su naturaleza, Encontrando en su amor la más perfecta belleza.


Tasar, con valentía, le confesó sus sentimientos,

"Todo lo que tocas se transforma en polvo de estrellas en este momento,

Ante ti, un cuásar pierde su brillo y su fuerza,

Tu voz hace temblar hasta la más lejana estrella y tu presencia retuerce la realidad, Y en tu ausencia, el universo llora su soledad."


Tiempo después, Gade respondió con voz firme,

"Tu universo me encanta en todo aspecto,

El girar de tus galaxias es mi fascinación, Tus nebulosas me hipnotizan como una dulce canción.

El silencio de tu cosmos me calma y me seduce,

Tu distancia de mí me hace sufrir, mi alma abduce,

Pero aun así, pido al destino que permita estar a tu lado, Y si no es posible, siempre estaré contigo como tu aliado.


Prometo protegerte, aunque nuestras fuerzas sean opuestas,

Unidos como el día y la noche, juntos para siempre en nuestras apuestas.

Y aunque el universo se desmorone a nuestro alrededor, Nuestro amor perdurará, en la eternidad del tiempo y más allá del dolor."


Ante su belleza y sus promesas,

Tasar no dudó y dio su respuesta:

"No llores, no hay razón para sufrir,

Somos la Creación y la Destrucción, juntos para existir.

Fue así que fuimos creados, para cumplir nuestro papel, Y siempre estaremos juntos, sin importar cuán cruel.


Recordemos que nuestros destinos están entrelazados,

Una eternidad de amor juntos, nunca separados,

Aunque nuestras fuerzas sean opuestas, nuestra unión es perfecta, Y en nuestro amor la dualidad se hace una compleja obra de arte.


Gade respondió con fuerza en su voz,

"Unámonos, seamos uno en nuestro amor veloz, Para siempre estaremos juntos como siempre hemos deseado,

Nuestra unión será una leyenda que nunca será olvidado."

Tasar sonrió y sus ojos brillaron con amor,

"Con gusto pasaré mil vidas a tu lado, mi dulce amor."


De aquella incesante y poderosa unión,

nació algo más grande que la suma de dos,

4 Doncellas hermosas, como estrellas recién nacidas,

Cada una con un poder único y habilidades diversas.

La primera, Ceilhys, la Creación encarnada,

En sus ojos se reflejaban galaxias colosales,

Con sus manos creaba estrellas, nebulosas y planetas,

Su cuerpo era un hogar para la vida, donde todo germina.

La segunda fue Grisla, la Belleza personificada,

Amante de las estrellas y su danza cósmica,

Bailaba con nebulosas y creaba cometas y meteoros,

Siguiendo su elegante baile, el universo se movía a su antojo.


La Tercera fue Iredia

Nació del canto del vacío del cosmos

Complementando la danza de Grisla

Su canto hacía llorar a Ceilhys

Las galaxias se deshacían en lágrimas

Y las estrellas se desvanecían

Pero también creaba a los hoyos negros

Traía la oscuridad y la destrucción

Y la última, la cuarta era Itome

Ella calmaba la ira de los hoyos negros

Detenía su alboroto y los liberaba en hermosas explosiones

Que hacían brillar el universo

Y bailar a las estrellas

Traía la paz, traía la luz y también la oscuridad

Era el fin y el comienzo, un equilibrio perfecto, y eso trajo

Equilibrio.

De allí nació todo, de un amor

Y de ese amor salieron frutos

Los cuales terminaron lo que aquel empezó

Dieron un final, ese final somos nosotros

Aquí estamos, por el amor hay que amar

Jamás odiar

Por más que el canto de Iredia hiciera llorar a Ceilhys

Jamás la odio

Pues cada doncella tenía su propósito y juntas crearon la armonía del universo.

Y... ¿COMO ES?

En la vasta extensión de una planicie que se perdía en el horizonte, bajo la sombra de un único y anciano árbol, Scarlett y Etern estaban sentados en el suelo. El sol se erguía en lo alto, colgado en un cielo de un azul profundo y límpido, mientras una brisa fresca serpenteaba suavemente entre las hojas, produciendo un murmullo casi imperceptible que se mezclaba con el susurro del pasto bajo ellos.

El verde vibrante del campo contrastaba intensamente con el cielo, un tapiz interminable de tonalidades que parecía absorber toda la luz del mundo. Los troncos de los árboles se alzaban como columnas de un marrón cálido, similar al suéter tejido a mano que Etern llevaba puesto, que contrastaba con el verde circundante. Las flores, salpicadas aquí y allá, eran manchas de colores que parecían pintadas por un artista caprichoso: rojos carmesí, amarillos dorados, y lilas etéreos que añadían un toque de magnificencia al paisaje.

El silencio se mantuvo durante un momento más, hasta que Etern rompió la calma con una pregunta que flotó en el aire, como una gota de rocío en la mañana.

—¿Y cómo se ve? —preguntó, su voz suavizada por el viento.

Scarlett levantó la vista, ligeramente sorprendida por la pregunta.

—¿El qué? —inquirió, la confusión claramente reflejada en su rostro.

—El paisaje —aclaró Etern.

Scarlett giró la cabeza para contemplar el entorno nuevamente, como si estuviera buscando las palabras perfectas para transmitir la esencia del espectáculo ante ella.

—Ah, el paisaje... —dijo Scarlett, su voz teñida de admiración—. Bueno, es realmente hermoso. El pasto se despliega en un verde tan intenso que parece que podría absorber toda la luz del sol. Las hojas de los árboles, meciéndose suavemente, tienen un brillo vibrante, casi como esmeraldas frescas. Los troncos son de un marrón profundo, como el color de tu suéter, y las flores que salpican el campo son increíblemente bellas. Hay rosas, lilas, y naranjas que parecen danzar al ritmo del viento.

Etern rió suavemente, su tono alegre un contraste agradable con el tono contemplativo de Scarlett.

—Jeje, seguro que lo son —respondió, su risa llevada por la brisa—. ¿Y qué hay de las nubes?

Scarlett se iluminó al hablar de las nubes, sus ojos reflejando la maravilla de las formas que describía.

—Las nubes son como obras de arte en movimiento, tan variadas y cambiantes —explicó—. Algunas parecen grandes montañas de algodón, otras son delgadas y etéreas, como pinceladas suaves en un lienzo. El cielo, un azul tan extenso que se siente como el universo entero en sí mismo, proporciona el escenario perfecto para esta danza celestial.

Un suspiro pesado escapó de Etern, su tono marcado por una tristeza que se hacía eco de la incomodidad que sentía.

—Ya veo... —dijo—. Yo no puedo verlo así. Mis problemas de visión han difuminado los colores en una gran neblina blanca que se extiende frente a mí. Ni siquiera puedo ver claramente más allá de mi propia nariz, jaja. Así que, por favor, no me pongas al mando de una nave en medio del espacio, jaja.

Scarlett lo miró con un corazón pesado, sus sentimientos reflejados en el silencio que siguió. Sus labios se curvaron en una expresión de preocupación y ternura.

—Es realmente hermoso, Etern —dijo, su voz cargada de sinceridad—. Me gustaría que pudieras verlo como yo lo veo. Pero no te preocupes, puedes imaginarlo en tu mente, y eso es algo.

—Sí, supongo que sí —respondió Etern, su tono pensativo—. No recordaba las cosas de esta manera. Me gustaría haberlas apreciado más en el pasado. Hubiera querido tener una mejor apreciación, pero supongo que ya es tarde para eso.

—Por eso uno debe aprovechar la oportunidad si la tiene —dijo Scarlett, su voz cargada de una melancolía sabia—. Nunca se sabe si será la última vez que tengamos la oportunidad de experimentar algo.

Mientras hablaba, Scarlett alzó la vista hacia el cielo, sus ojos buscando más allá de las nubes, como si pudiera alcanzar las estrellas mismas. Etern la observó con una mezcla de admiración y cariño, su mirada absorbida por la elegancia y profundidad de su amiga.

—Etern... —dijo Scarlett suavemente.

—¿Sí? —respondió él, regresando su atención a ella.

—Gracias por estar aquí conmigo —dijo Scarlett, sus palabras llenas de gratitud—. Me encanta pasar tiempo contigo, incluso si nuestras percepciones del mundo son diferentes.

—A mí también me gusta estar contigo, Scarlett —dijo Etern, su sonrisa iluminando su rostro—. Eres mi mejor amiga, incluso si no puedo ver la belleza del mundo de la misma manera que tú lo haces.

RECUERDO AQUELLOS DIAS...

La noche de Navidad siempre había sido una época especial para mí. El aire estaba lleno de un cálido resplandor de luz, y se podía sentir la emoción flotando en el ambiente. Las calles se llenaban de música festiva, y la gente caminaba por las calles, sonriendo y saludándose unos a otros con el espíritu de la temporada.

Recuerdo cómo íbamos al bosque a buscar el árbol perfecto, cada uno con su propia visión de cómo debería ser. Algunos preferían árboles altos y delgados, mientras que otros preferían los más anchos y frondosos. Pero todos estábamos unidos en nuestra misión de encontrar el árbol más hermoso que pudiera ser adornado con todo lo que pudiéramos encontrar.

A medida que avanzaba la noche, nos reuníamos alrededor del árbol, cantando villancicos y compartiendo historias mientras decorábamos el árbol con nuestros tesoros. Era una muestra de creatividad y talento, con cada uno de nosotros añadiendo algo único y especial al árbol, reflejando nuestros propios gustos y personalidades.

Finalmente, nos sentábamos alrededor de una gran mesa, compartiendo un banquete de deliciosa comida y levantando nuestros vasos en un brindis a un año más de victorias y logros. Había una sensación de unidad y camaradería, una sensación de estar en casa con nuestra familia extendida, disfrutando de la bondad y la felicidad que la temporada nos brindaba.

Las memorias de aquellos momentos se agolpan en mi mente como las olas del mar, recordando cada sonrisa, cada abrazo y cada palabra dicha con cariño. A veces me pregunto si aquella felicidad fue real o simplemente una ilusión, pero la respuesta es clara: fue real, fue eterna.

Ahora, como el guardián, me siento en mi trono de piedra, rodeado de la suciedad y el moho, esperando a que alguien necesite de mi ayuda. Aunque mi cuerpo haya envejecido y mi fuerza haya menguado, mi corazón late con la misma pasión y mi mente sigue afilada como la espada más fina.

Sigo agradeciendo a los dioses por permitirme vivir un día más, por permitirme seguir siendo útil en este mundo, y por permitirme recordar los buenos tiempos. Pero ahora también agradezco por las lecciones aprendidas, por las batallas libradas, por los errores cometidos y por las victorias alcanzadas.

Este edificio de piedra puede ser sucio y lleno de moho, pero dentro de él se encuentra la esencia de mi ser, la esencia de quien fui y de quien soy. Y aunque la vida me haya llevado por caminos distintos, sigo siendo el mismo en esencia, el mismo niño que se sentaba alrededor del árbol de Navidad y compartía su alegría con los demás.

A veces, mientras paseo por los senderos nevados de los asentamientos cercanos, contemplo la maravilla de la decoración de las casas, la alegría de las personas cantando y bailando, y la nieve cayendo lentamente sobre mi piel. Cada vez que veo esas escenas, mi corazón se llena de un anhelo profundo por aquellos gloriosos días de antaño, cuando despertaba con una sonrisa en mi rostro sabiendo que era Navidad.

Parece mentira que hayan pasado 8000 años desde entonces. El tiempo vuela, y yo he visto el auge y la caída de civilizaciones enteras, he sido testigo de innumerables batallas y he ayudado a cambiar el rumbo del destino. Pero a pesar de todo esto, aún desearía poder volver atrás en el tiempo, para revivir esos momentos mágicos de mi juventud.

Pero no todo es melancolía y tristeza. Aún tengo un propósito, una razón para existir. Mi deber es estar presente y esperar el llamado del universo, estar disponible para ayudar a aquellos que necesiten mi guía y sabiduría. Soy el guardián de la unión del trébol, y eso me llena de orgullo y honor.

Así que, mientras regreso a mi lugar de espera, no puedo evitar sonreír al recordar aquellos tiempos pasados y mirar hacia el futuro con la certeza de que aún hay muchas aventuras y sorpresas esperándome en el camino.

LA NIÑA DEL VESTIDO ROSA

Era una noche invernal, cuyos haces de luz de la luna llena iluminaban con intensidad los contornos de las viviendas de la ciudad. En una calle cualquiera, una casa modesta y acogedora se alzaba bajo la quietud de la noche. En su interior, una niña dormía profundamente, ajena al peligro que se cernía en el exterior.

Sin embargo, en la oscuridad de la noche, un ser de origen demoníaco, ataviado con un traje púrpura de elegantes líneas y un sombrero característico, se movía con sigilo. Sus intenciones no eran precisamente benévolas. Sus ojos brillaban con un resplandor maligno y su sonrisa torcida denotaba su maldad.

A su paso, el silencio se hacía más opresivo y el frío más intenso. El demonio notó que una de las ventanas de la casa estaba entreabierta, ofreciéndole una invitación a entrar sin ser visto. Con un ágil movimiento, se deslizó por el hueco, sorteando con astucia los obstáculos que encontraba a su paso.

Dentro de la casa, la niña dormía tranquila en su habitación. Las paredes, de un intenso color azul oscuro con tonalidades púrpuras, resplandecían a la luz de la luna, creando un ambiente mágico y enigmático. En el suelo, juguetes yacían dispersos, testimonio de una infancia feliz. Los dibujos que decoraban las paredes estaban hechos con un trazo delicado y preciso, evocando un mundo de fantasía y creatividad.

El demonio se acercó sigilosamente a la cama, observando con avidez el rostro angelical de la niña. Por un instante, pareció dudar. ¿Sería capaz de hacerle daño a alguien tan inocente? Pero sus malvados propósitos fueron más fuertes, y con un gesto despiadado, se dispuso a ejecutar su plan macabro.

El demonio, cuyos ojos destellaban como llamas en la oscuridad de la habitación, sintió un escalofrío de anticipación recorrer su cuerpo cuando levantó las sábanas de la cama de la niña. Esperaba encontrarla allí, vulnerable y aterrada, lista para ser arrastrada al abismo infernal al que él pertenecía. Pero, para su desconcierto, no había nada allí, solo un vacío frío y oscuro que le heló la sangre.

Confundido, se dio la vuelta para encontrarse cara a cara con una niña humana de aspecto inocente. Con un vestido rosa con rayas blancas, cabello castaño y ojos color rubí, la niña parecía ajena al terror que el demonio intentaba inspirar. En cambio, lo observaba fijamente, como si fuera algo tan curioso como un insecto raro.

El demonio, que nunca había experimentado la sorpresa antes, abrió la boca para gruñir, dejando al descubierto unos colmillos afilados como cuchillos. Esperaba un grito desgarrador de terror y llanto, pero en lugar de eso, solo recibió una mirada desafiante que desarmó su determinación.

El demonio observó con sorpresa a la niña, quien no mostraba el menor indicio de temor o rechazo hacia su presencia. En lugar de eso, la pequeña se acercó a él con una sonrisa y le ofreció su peluche como muestra de amistad. El demonio, que esperaba recibir gritos de terror y llanto, se sintió desconcertado ante el comportamiento de la niña. ¿Cómo podía ser que alguien lo abrazara y le acariciara la mejilla sin sentir miedo o repugnancia?

Con cierta inseguridad, el demonio se agachó para estar a la altura de la niña y observarla de cerca. La pequeña, con sus ojos de un brillante color ruby, lo miraba con dulzura y afecto. De repente, sin pensarlo demasiado, la niña se abrazó a él con fuerza, como si fuera el peluche que sostenía en sus manos.

El demonio se quedó inmóvil, sin saber cómo reaccionar ante aquella muestra de cariño. ¿Cómo era posible que alguien lo tratara con tanta bondad? El corazón del demonio, que hasta ese momento había sido un bloque de hielo, comenzó a latir con fuerza. ¿Podría ser que la amistad y el amor no fueran cosas exclusivas de los seres humanos?

La niña parecía tener un don para la comunicación no verbal, pues aunque era muda, sus gestos eran claros y precisos. Le ofreció unas figuritas de colores brillantes, invitando al demonio a jugar con ella. A pesar de la extrañeza del momento, el ser infernal no pudo resistirse y comenzó a participar en el juego con entusiasmo. Los colores vibrantes y la risa de la niña lo hipnotizaron de tal manera que se olvidó por un momento de su propia naturaleza malévola.

De repente, un ruido lo sacó de su trance. Alguien se estaba levantando de la cama en la habitación contigua. Sin pensarlo dos veces, el demonio desplegó sus extremidades extras, utilizando sus dos brazos y otras dos extremidades para acurrucar a la niña y arroparla con ternura. Con las otras tres extremidades, el demonio se apresuró a acomodar la habitación para borrar cualquier indicio de su presencia. A pesar de su naturaleza demoníaca, el ser había encontrado una extraña sensación de paz en la compañía de aquella niña.

Con una sonrisa satisfecha, el demonio se deslizó por la ventana abierta y se elevó en el aire, sintiendo la brisa fría de la noche acariciar su rostro. Observó hacia abajo y vio a la niña en su habitación, quien le devolvió una sonrisa llena de alegría.

El padre entró en la habitación y notó que todo parecía estar en orden, con los juguetes y los dibujos esparcidos por el suelo, pero de repente, sintió un escalofrío recorriendo su espalda cuando notó la ventana abierta. Cerrándola cuidadosamente para no despertar a su hija, le dio un beso en la frente antes de salir de la habitación y cerrar la puerta tras de sí.

La madre, al día siguiente, encontró a su hija dibujando en el suelo, algo que no era inusual para un niño. Pero lo que la desconcertó fue la figura alta y siniestra que la niña había dibujado a su lado, tomándole de la mano. Intrigada, la madre le preguntó en señas quién era la figura, y la niña respondió con una sonrisa: "Es Jack, mi amigo".

OH... SANTA MUERTE...

Está Historia comienza en Folken, un planeta ubicado en el sector Alfa en la galaxia de Usur.

El año que transcurre es el de 4478 DL, pocos años después de que la Guerra del milenio halla terminado.

La situación era crítica para millones de personas, y este también sería el caso de Samantha Vian, Una Phyleen a la que no le fue para nada bien en la vida, sus padres se separaron, Quedó embarazada a los 15 años y eso causó que abandonará sus estudios, el padre de su hija la abandonó, y su madre no le dirigió más la palabra.

Aún así ella busco la manera de salir adelante con su hija, Annica Vian.


Al principio la misión tenía un tono imposible, nadie quería contratar a una mujer con ése historial, y la situación era el doble de difícil, La guerra trajo inflación, perdida y escasez de recursos a Folken, la pobreza y la hambruna era cosa de cada rincón, Samantha no la tenía para nada fácil, pero logro sobrevivir de alguna manera.

Annie ya tenía 7 años, y para este entonces las cosas parecían haber mejorado para ellas dos, no tenían una casa pero podían alquilar un departamento, no eran millonarias pero la comida no faltaba, ya podían vivir felices.

Samantha trabajaba en la noche, por lo que dejaba a Annie sola durante ese tiempo hasta la mañana del día siguiente, todo iba bien.


Hasta que un día, en el departamento, Annie estaba viendo caricaturas sentada en la cama, como de costumbre.

La diferencia fue que sintió haber visto algo caminar detrás de ella, pero claramente no había nada.

De igual forma, y como una buena hija se lo dijo a su madre, la cual decidió pensar que solo era la imaginación de su hija, igual y tenía un amigo imaginario, la probabilidad de que algo como eso sucediera era prácticamente nula en la mente de la madre.

La niña volvió a ver a aquella cosa dos días más, y cada vez era más clara su presencia, entonces un día pudo verlo cara a cara, era una entidad alta, cómo de 2.20 metros, llevaba una bata azul oscura como la noche, las mangas de sus dos brazos estaban desgarradas por las muñecas y por los codos, su cuerpo era hueso según lo que sus manos y codos descubiertos comunicaban, y en las muñecas de ambas manos llevaba cadenas plateadas que arrastraba y que recorrían varias partes de si mismo, pero todas dando su fin rotas en el suelo.

No tenía rostro, o almenos no era visible para la pequeña, solo podía ver sus ojos rojos brillantes como

Llamas en la oscuridad, Fue cuando la entidad dijo:

—Hola, Annie.

Era una voz grave, imponente y aterradora, pero extrañamente amable y calmante por muy contradictorio que parezca, la niña no dudó y respondió:

—Hola ¿Tu quién eres?

—Lo lamento, por ahora no puedo decirte, mucho gusto en conocerte, Annie.

—Oh, está bien ¿Quieres ver caricaturas conmigo?

—Esa es una gran idea, te acompañaré ¿Me permites sentarme a tu lado?

—¡Claro señor! Siéntese.

Pareciera que a la niña no le importaba el aura oscura que emanaba el extraño, tal vez ella solo quería alguien con quien hablar, pues ella no iba a la escuela, y solo veía a su mamá poco antes de que ella se fuera, tal vez se sentía sola y por ello aceptó al encapuchado como su amigo, no sé...

Ambos platicaron por horas, hasta que la niña sintió un abrumador sueño, y tuvo que ir a dormir, y el misterioso encapuchado se ofreció para darle buenas noches y taparla antes de desaparecer en las sombras.

Al día siguiente, Annie le contó todo a su madre, Samantha no supo que pensar, la niña fue tan detallada, al principio se mostró preocupada pero, se convenció a si misma "Seguro será su amigo imaginario", y durante el resto del día, Samantha desde el sofá observó cómo su hija parecía hablar con alguien, haciendo los gestos típicos cuando uno conversa, pero ella le estaba hablando a la nada.

Llegó la noche y la madre tuvo que marcharse, al final optó por pensar que al menos su hija tendría un amigo.

Pasaron unos días.

Hasta que uno de ellos, su madre no había regresado, Annie espero hasta la noche y seguía sin volver.

Entonces su amigo volvió a aparecer, y la niña le pregunto en su angustia:

—Señor, usted sabrá dónde está mi mamá?

A lo que respondió:

—Annie, tengo algo que decirte, quero que me escuches bien.

Indicó a la niña que se sentará, pero antes de eso la tranquilizó, la niña estaba realmente preocupada.

—Voy a decirte algo, pero primero responderé a tu pregunta.

Eh escuchado tus anécdotas, tus travesuras, respondido tus preguntas, y conocido el sufrimiento que has pasado, déjame decirte quién soy...

—Yo soy quien viene por los caídos para llevarlos a su descanso, soy aquel que gobierna en el más allá, aquel que está por encima de la vida, ese soy yo.

—Entonces, T-tu eres la muerte? —Preguntó la niña con notable miedo en sus ojos mientras daba dos pasos hacia atrás.

—Pero, aquí nada ha pasado, nadie a muerto ¿por qué estás aquí?

—Annie... Tu madre... Samantha, ella fue golpeada hasta la muerte por un hombre con quien trabajaba hace varios días, ella fué la razón por la que vine...

Tras escuchar las palabras de la muerte la niña no pudo creerlo y comenzó a desmoronarse en llantos, suplicándole a la muerte que le devolviera a su mamá, porque no quería estar sola.

La muerte miro cabizbajo con tristeza a la pobre niña llorar.

—P-pero, y estos días? Yo estuve con ella, acaso fue una ilusión?

— Así es... Desde el primer momento en que me viste hasta el día de hoy, ella había fallecido, pero ella me pidió que la dejara verte, y a ti, te di el don de ver a los muertos, no podía soportar verte así, pero tarde o temprano tenia que decirte la verdad, la muerte no es mentirosa, es una triste realidad.

La niña continúo rogándole que le devolviera a su madre, fue cuando la niña corrió y tomo lo más valioso que tenía, un peluche de viajero que su madre le había regalado, era lo único que ella tenía y se lo ofreció a la muerte mientras le rogaba intercambiar su peluche, por su querida madre.

Cabizbajo, la muerte no pudo con tal acto de inocencia, y se llevó sus huesudas manos a la cabeza mientras parecía sollozar, encorvándose un poco retomo su postura y declinó la petición de la niña con mucha dificultad.

fue cuando la niña, al darse cuenta de la única opción, dijo algo que sorprendió a la misma muerte, al escuchar tales palabras de una niña de solo 7 años:

—¡Entonces llévame a mi también!

La muerte dejo de mirar al suelo y rápidamente miro a la pequeña mientras sus ojos brillaron más que nunca, su mano derecha se estiró completamente y en su mano se materializó una gran guadaña de metal que azotó en el suelo cuál juez dando su martillazo, mientras que su otra mano la acercaba a la niña ofreciéndole el tomar su mano:

—Puedo decir que e disfrutado mucho estos días en los que e estado a tu lado, y que eres una niña increíble, y si esa es tu decisión, yo no tengo derecho a declinar, no mereces estar sola en este horrible mundo... Dame la mano y te llevaré junto a tu madre al hermoso valle de las almas, el paraíso al que una maravillosa niña como tú merece tener...

Con su otra mano inclinó la guadaña y tras él se abrió un portal que sacudió toda la habitación, un portal que dejaba ver la entrada a un bosque oscuro que parecía una cinta antigua, pero al final podías ver el color y un cielo hermoso, los bordes del portal brillaban en un implacable color púrpura que se dispersaba como fuego, mientras la niña veía con asombro lo que sucedía frente a ella.


Annie sonrió, agarró con fuerza su peluche, y tomo la mano de la muerte...

LLUEVEN ANGELES DEL CIELO...

Pase toda mi vida entrenando para ser un soldado de la DCIN, ese fue mi sueño desde que escuché la palabra misma.

Y Hoy finalmente he sido reclutado por la Armada principal y a pesar de ser un novato se me a asignado la misión de defender Osepool de una incursión infernal rebelde que busca saquear las reservas alimenticias en este planeta.

Esto... es el infierno...

La invasión demoníaca ha superado las defensas planetarias en no mucho tiempo, ahora mismo estoy en la terraza en lo alto del techo en alguna parte de la ciudad disparando a todo lo que se mueva, hace rato vi a un grupo de Theepeer Hellhate sobrevolando y destruyendo estructuras que los demonios han creado.

Él Rey del infierno ya cerró los portales de los rebeldes y a pedido disculpas, ya solo quedan demonios pero de igual manera la cantidad es abrumadora.

Ahora mismo estoy corriendo por las calles y entre los pasillos buscando donde esconderme, mi equipo de 500 unidades a Sido reducido a no más de 7 de nosotros, y ahora estoy completamente solo mientras escucho como esas bestias gritan y rompen cosas, escucho como vienen por mi.

Me han encontrado... Y lucho con las últimas cargas de plasma que me quedan, realmente no quiero morir así... Y en un momento oportuno poco antes de quedarme sin munición y morir, el cielo ruge con fuerza y varios objetos similares a meteoritos empiezan a caer al planeta al mismo tiempo que mi comandante me dice por el transmisor con un tono serio "Los Ángeles, han llegado".

Los demonios que antes iban a devorarme me ignoran y van corriendo tras estos objetos, como si los reconocieran.

He visto a qué varios aterrizan haciendo retumbar el suelo como mini terremotos, y uno de ellos cayó muy cerca mío, me acerco discretamente y sin previo aviso las puertas se abren dejando salir una gran cantidad de gas blanco del cual emerge una entidad que porta una armadura negra y tosca con bordes dorados que supera los 2 metros de altura, portando un rifle pesado Yearcyl que impone terror ante mis ojos.

Por instinto me alejo apuntándolo con mi arma, él soldado no se inmuta y a través de su casco y los vidrios rojos que cubren su mirada puedo sentir que es mi aliado, seguíamos mirándonos pero ambos nos dejamos lo dejamos de hacer cuando por la derecha se escuchó el rugido de una gran cantidad de demonios corriendo hacia nuestra posición.

Todo está perdido, moriré aquí...

Y aquel soldado de armadura oscura avanzo temerario hacía los demonios mientras hacía a su rifle soltar brutales ráfagas de disparos que resonaban en la ciudad y que hacían gritar a los mismísimos demonios, incluso cuando varios se abalanzaron sobre él al mismo tiempo él solo los tomaba con sus manos y los mutilaba cómo plastilina, aplastó sus cabezas como nueces con sus pies, las garras y dientes de los enemigos no parecían ser nada para él, su fuerza era muy superior que incluso los partía a la mitad como si estuviera abriendo una bolsa de papas, yo estaba en el suelo atónito admirando cómo el solo acababa con muchos de ellos sin retroceder.

recuperándome rápidamente del shock tomo mi arma y apoyo a mi aliado aunque no sea de mucha ayuda...

Los Ángeles... Llueven del cielo. Dije mientras veía como más de esos meteoritos caían abriendo el cielo.

Los Ángeles de la muerte han llegado.

¡HEY! QUIERO DECIRTE ALGO...

¡Hey!

No te vayas... Mira, tal vez no sea el tipo de escritura que esperabas pero, si es que puedes y quieres, me gustaría decirte una cosa.

Hum... Sigues aquí? Gracias por quedarte, es bueno hablar con alguien a veces, sabes?

No sé en qué momento me estés leyendo pero, está bonito el día... o la noche? No te parece?

Oye... Amigo...

Vas bien, créeme, se que tal vez puedas estar pasando un mal momento y talvez has pensado más de una vez en rendirte y darte por vencido...

Pero, aún no lo has hecho verdad? Sigues de pie ¿No es así?

Has logrado lidiar con los problemas y superarlos a todos, incluso a los que parecían ser una sentencia final... Se que, probablemente estés cansado y adolorido, que sientas un gran peso en tus hombros como si cargaras un auto, o un caballo Ha ha…

Y que seguro, tu cabeza y espalda te han de doler mucho, y que apenas y puedes pensar con claridad.

Pero quiero que te observes a ti mismo amigo o amiga, mírate, has luchado fuertemente con espada y escudo contra todo y has logrado alzarte con la victoria, eres todo un guerrero, has superado cada obstáculo que te ha puesto la vida, y espero que sigas así, y que no consideres el rendirte como una opción...

No te arrepientas o culpes a ti mismo por las cosas que no pudiste controlar, todos cometemos errores, pero lo importante es aprender de ellos y saber en lo que fallamos para no repetirlo, o eso dicen... Igualmente, no te culpes, nadie te enseña a vivir, tampoco es que exista un tutorial sobre como hacerlo, lo único que tenemos para aprender son las experiencias.

De lo único que podemos fiarnos es de lo que vivimos y experimentamos día a día para aprender.

Se que es difícil, pero déjame decirte algo... Tu has hecho un excelente trabajo.

Y si, todas esas lágrimas, todas esas noches de pensamientos, todas esas decepciones y enojos, incluso todos esos errores, ninguno de ellos fue en vano. Todo eso fue lo que te ayudo a mejorar inconscientemente, aprendiste a adaptarte, a mejorar, a vivir, a ser una persona diferente.

Recuérdalo bien mi amigo.

Y talvez esto que estoy a punto de decir no tenga mucho valor para ti, al fin y al cabo soy un completo desconocido que solo quiso sentarse contigo a platicar, pero espero y me consideres tu amigo...

Porque estoy muy orgulloso de ti.

EPIFANIA DEL AMOR

Epifanía de Amor”


El amor en un universo en guerra era tan raro como encontrar un oasis en medio del desierto. La mayoría de las personas se enfocan en sobrevivir, en luchar por sus planetas y en evitar ser asesinados por la constante violencia que los rodeaba. Pero en un rincón alejado de la galaxia, había un joven llamado Jace que creía en algo más que solo la supervivencia.


Jace vivía en un planeta alejado del centro de la guerra, pero eso no significaba que estuviera completamente a salvo. La sombra de la guerra se cernía sobre ellos, lo que hacía que todo en su planeta fuera gris y lleno de miedo. Pero Jace no se dejaba llevar por ese miedo. Había algo que lo mantenía fuerte y era el amor.


Desde que era un niño, Jace había estado obsesionado con el espacio y la astronomía. Pasaba horas mirando al cielo nocturno, buscando estrellas y planetas en su telescopio. Y un día, mientras estaba explorando una parte distante de la galaxia, encontró algo que lo dejó sin aliento.


Una estrella brillante y hermosa a la que apodo “Nova”,parecía estar suspendida en el vacío del espacio, lo deslumbró. Jace estaba fascinado por la estrella y seguía mirándola noche tras noche, hasta que un día, notó algo diferente en su brillo. Nova comenzó a parpadear de una manera extraña, como si estuviera enviando un mensaje.


Jace se concentró en la estrella y comenzó a descifrar el mensaje el cual parecía estar en morse. Al principio, sólo vio una serie de números y letras que parecían sin sentido, pero a medida que seguía observando, la imagen comenzó a tomar forma. Nova estaba enviando un mensaje de amor.


Jace estaba desconcertado. ¿Cómo podía una estrella enviar un mensaje de amor? Pero mientras seguía observando, se dio cuenta de que no era solo la estrella la que le estaba hablando, sino algo más grande que estaba en el universo. Era como si el amor fuera la fuerza que mantenía el universo unido, y la estrella era solo un mensajero de esa fuerza.


Jace comenzó a sentir una sensación de paz y felicidad que nunca antes había experimentado. Se dio cuenta de que el amor no era solo un sentimiento, sino una energía que fluía a través del universo. Y se dio cuenta de que, a pesar de la guerra y la destrucción que lo rodeaba, el amor era la única cosa que valía la pena buscar, y eso hizo.


Esa epifanía cambió todo para Jace. Ya no veía el mundo en blanco y negro, sino que podía ver los colores y la belleza en todo lo que lo rodeaba. Cada estrella en el cielo nocturno brillaba con más fuerza, cada amanecer era más hermoso y cada sonrisa que veía en la gente de su planeta era más valiosa.


Con esta nueva perspectiva, Jace comenzó a buscar el amor en su propia vida. Y lo encontró en una joven llamada Liria, que compartía su amor por el espacio y la astronomía.


Se conocieron en una de las pocas ferias científicas que se organizaban en su planeta, y desde el primer momento sintieron una conexión especial.


Juntos, pasaron horas mirando las estrellas, hablando sobre la fuerza del amor que los unía, y cómo podían superar cualquier obstáculo juntos. Se aferraron a su amor y lo alimentaron con cada momento que pasaban juntos.


Se escapaban a la cima de una colina cercana, donde nadie podía encontrarlos, y miraban el cielo nocturno lleno de estrellas. Jace le enseñaba a Liria sobre las constelaciones, sobre la galaxia y sobre los planetas que se podían ver a simple vista. Ella escuchaba cada palabra con atención, asombrada por la belleza del cosmos.


En esos momentos, el mundo desaparecía a su alrededor. Solo existían ellos dos y el universo infinito que los rodeaba. Jace sentía su corazón latir con fuerza en su pecho, mientras miraba a Liria con asombro y amor en sus ojos. Liria, por su parte, sentía que todo en el universo estaba bien mientras estuviera con Jace.


A pesar de que no podían salir de su planeta, y de que el futuro parecía algo dificil, se aferraron a su amor y se prometieron que siempre estarían juntos, sin importar qué. Y así, mientras el universo continuaba en su caos, ellos encontraron la paz y la felicidad en los brazos del otro, con la vista puesta en las estrellas que los unían.


Jace se sintió como si finalmente hubiera encontrado su lugar en el universo. Cada vez que estaba con Liria, sentía como si las estrellas brillarán más, y cada vez que la tocaba, sentía como si estuviera tocando algo sagrado. Encontró la paz y la alegría que había estado buscando en la vida, y su amor por Liria lo hizo sentir más vivo que nunca.


Incluso en los momentos más oscuros del mundo, Jace se aferró a su amor por Liria como una luz que lo guiaría a través de la oscuridad. Sabía que el futuro era incierto, que la guerra seguía desgarrando el universo, pero también sabía que mientras tuviera a Liria a su lado, todo estaría bien.


Era la epifanía del amor.

TU SERAS MI PRINCESA Y YO TU CABALLERO

“Tu seras mi princesa y yo tu caballero”


Érase una vez dos universitarios llamados Alex y Sam que se conocieron en una clase de literatura. Una chica inteligente y ambiciosa, Alex admiraba la forma en que Sam hablaba y pensaba. Él, un chico amante de la poesía y la escritura, quedó fascinado por la astucia y el coraje de Alex. 


 Comenzaron a pasar tiempo juntos, compartiendo sus historias y pensamientos y rápidamente se dieron cuenta de que tenían un vínculo especial. Sam se enamoró de la forma en que Alex habló apasionadamente sobre sus sueños y metas, mientras que Alex se enamoró de la forma en que Sam escribía sobre la belleza del mundo. 


 En un universo arruinado por la guerra y la destrucción …

Todo fue un día en clase de ciencias, sus ojos se encontraron. Desde ese momento ella se convirtió en su sol, iluminando su camino en la oscuridad de un universo que moría. Ella se enamoró de su determinación y coraje por salir adelante, y él de su pasión y dedicación a sus sueños. 

Pero el miedo siempre estuvo presente en sus corazones. Sabían que la guerra podía arrebatarlo todo en cualquier momento y la incertidumbre los hacía temblar de miedo. Sin embargo, encontraban refugio en sus conversaciones nocturnas por teléfono donde hablaban de cosas divertidas, imaginando el universo en paz. 


Una noche estrellada, la tomó de la mano y la llevó a un lugar especial que encontró mientras exploraba el campus. Era un pequeño jardín secreto, lleno de flores y árboles frutales, donde reinaba la paz a pesar del caos del resto del mundo. 


"Este lugar me recuerda a ti", dijo, "eres como una flor que crece en medio de la destrucción e ilumina mi mundo con tu belleza y poder". 

 Ella sonrió, conmovida por sus palabras, y respondió: "Y tú eres como una estrella, brillando intensamente y guiándome a través de la oscuridad". 


En ese momento se miraron a los ojos y supieron que habían encontrado al amor de sus vidas. Juraron ser el caballero y el príncipe del otro para luchar juntos por un universo mejor, o al menos vivirlo de la mejor forma posible. 


Pasó el tiempo y la guerra se profundizó, pero seguían juntos, aferrados a su amor como si fuera el único rayo de esperanza en medio del caos. Se graduaron juntos, celebrando el logro y el comienzo de un futuro incierto. 


Finalmente, en una noche especial de luna, se arrodilló ante ella y le pidió que fuera su eterna compañera. Con lágrimas en los ojos ella asintió.


Y el día de su boda lo miró a los ojos y dijo: "Tú serás un príncipe y yo seré tu caballero, luchando juntos en cada batalla que la vida nos depare".


 Sonrió, sabiendo que había encontrado al amor de su vida, a su compañero de batalla en la guerra universal, y respondió: "Lo mejor de mi vida eres tú".

ESPERANDO POR TI...

"Esperando por ti":


Katherine nunca pensó que su vida cambiaría tanto en tan poco tiempo. Se casó con su amor de la universidad, Orien, y formaron una familia feliz de solo dos personas. Pero todo cambió cuando la guerra llegó a su planeta. Orien fue reclutado a la fuerza y enviado al frente de batalla. Katherine se quedó sola, esperando su regreso.


Los días pasaron y las noticias sobre la guerra se volvieron cada vez más desesperanzadoras. Katherine seguía esperando noticias de su esposo, pero no había nada. Hasta que un día, en las noticias, vio que los soldados que habían ido a una batalla en particular habían muerto en su totalidad. El corazón de Katherine se detuvo, pues la guerra era en el sector en el que había sido enviado su esposo.


Pero algo dentro de ella se negaba a aceptar la noticia. No podía aceptar que su amor, el amor de su vida, hubiera muerto en una batalla lejana sin que ella pudiera decirle adiós. Así que decidió esperar, seguir esperando por él.


Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y los meses en años. Katherine siguió viviendo su vida como si Orien todavía estuviera allí con ella. Preparaba su comida favorita, ponía su ropa limpia en el armario, y mantenía su foto en la mesita de noche. Cada noche, miraba las estrellas y le hablaba a Orien, contándole sobre su día y diciéndole cuánto lo amaba.


A veces, sus amigos y familiares intentaban convencerla de que se olvidara de él, de que siguiera adelante con su vida. Pero ella nunca lo hizo, le decían que no podía seguir viviendo en una fantasía. Pero Katherine se aferró a la esperanza de que algún día volvería a casa.


Un día, mientras estaba en su jardín, mirando las estrellas, un hombre apareció de repente ante ella. Era Orien, vivo, pero mucho más viejo de lo que ella recordaba. Había pasado tanto tiempo desde que se habían visto por última vez que casi no podía reconocerlo.


Katherine lo abrazó con fuerza, llorando lágrimas de felicidad y asombro. Orien le contó cómo había logrado escapar de la batalla y había estado vagando por el universo durante años tratando de regresar a casa. Finalmente, encontró un camino de regreso a su planeta y estaba allí, de pie ante ella.


"Te he estado esperando", le dijo Katherine entre sollozos. "Esperando por ti".


Y así, después de tanto tiempo, volvieron a estar juntos. Katherine nunca dejó de esperar por su amor, y su fe fue recompensada con su regreso. Juntos, vivieron el resto de sus vidas, sabiendo que nunca volverían a estar separados.


La historia de Katherine y Orien se convirtió en una leyenda, una historia de amor que nunca murió. Y aquellos que la escuchaban siempre recordarán la frase que Katherine había dicho con tanta convicción y esperanza: "Esperando por ti".

Y MIS LLAMAS SEGUIRAN BRILLANDO INCLUSO DESPUES DE MI MUERTE

Cada mañana, cuando el sol se asoma por el horizonte y la luz inunda mi celda, tomo un respiro profundo, recordando todo lo que he experimentado en mi vida. Para mí, ha sido un viaje largo y solitario, encerrada en este lugar sin esperanza de salir. Aunque estoy atrapada, mi mente vuela a través de las leves corrientes de agua que fluyen en mi memoria, sintiendo cómo fluyen a través de mi piel, ojos, sombras y toda mi complexión.

En mi mente, puedo sentir el tacto de mis seres queridos, aquellos que extraño tanto y algunos que nunca he vuelto a ver. Amigos, enemigos, no importa ya. Siento como solían abrazarme, tocarme o simplemente saludarme, y cómo me hacían sentir amada y segura. Pero sobre todo, siento el olor de los campos de mi pueblo natal, recordando el aroma de sus flores rosas y brillantes, que iluminaban tanto de día como de noche.

Es difícil aceptar que hoy es el último día en que seguramente las veré. Pero en este universo vasto y diverso, hay tantos mundos y culturas que nunca he explorado, y tal vez nunca lo haré. Me pregunto cómo sería caminar por una playa de arena violeta o ver un cielo rojo oscuro. Me pregunto cómo sería conocer a otras razas que piensan y sienten de manera diferente a la mía, o probar alimentos y bebidas exóticas que nunca antes había experimentado.

Mientras tanto, aquí sigo, encerrada en mi celda, esperando un destino incierto. Pero aunque mi cuerpo está atrapado, mi mente sigue explorando, soñando con las maravillas del universo.

No sé si mi invento funcione, sin embargo tengo solemne fe en que lo hará, ya que me esmere mucho en ello. Quisiera hablar, quisiera ver, quisiera oir, quisiera sentirme vivo, pero, no me es posible en mis condiciones actuales. Aunque, no siempre fue así. Verán, como toda historia, todo tuvo un inició, mi inicio la verdad no importa, podrías decir que fui un héroe un villano, un oficinista, un soldado, una enfermera, una madre o un padre, y todo te llevaría a la misma duda,. ¿Qué hago aquí? ¿Qué hago aquí? Nos preguntamos, qué hago aquí para esto, que hago aquí para lo otro, incluso cambiamos la misma pregunta por el simple hecho de ser seres capaces de sentir. 

Y aspirar a más. ¿Qué hago aquí? ¿Vale la pena? ¿Acaso lo hago bien? Dudas. Se llaman, y existen de Miles de formas, Miles y Miles tantas que no puedo contarlas aún en mi condición. Yo solía preguntarme eso cuando era joven, y decidí estudiar para ello. 

Ya que incluso a pesar de las condiciones de este planeta, decidí quedarme porque era lo único que conocía, era mi casa, mi tierra, mi familia, a pesar de los sueños fruncidos de la gente o las miradas olvidadas yo me quedé. 

Recuerdo muy bien, haberme encontrado con muchos parecidos a mi, se preguntaban lo mismo, Acaso importa? ¿Acaso algo importa? Acaso lo que haré tendrá un impacto? Y la verdad en su momento no la tuve, más me mantuve ocupada en el estudio, Fui de los pocos que pudo portar una batuta en un evento galardonado, que A Mi edad yo me lo imaginaba más abarrotado, más feliz, pero era casi desértico, no tenía a quien agradecerle, mucho menos con quién celebrar, y cuando quise ejercer mi empleo, sucedió algo parecido. 

La duda, acaso importa, empezó a cobrar sentido cuando caminaba por las calles de mi ciudad. Viendo como los parques donde antes infantes jugaban se llevaban de óxido, viendo como vehículos ahora eran más que otro simple adorno en la calle, Viendo cómo las mascotas se peleaban. Entre ellas mismas por una pizca de carne. Poco a poco esa estúpida duda empezó a pesarme, más y más con el pasar de los años, al igual que a toda la gente de mi mundo. Así que busqué respuestas a lo largo de mi vida, busqué respuestas, respuestas a las preguntas que siempre me hacía, respuestas hacia el porqué y el cómo de la vida, más específico. 

Su sentido Así que decidí trabajar primero hasta que el dinero me sobraba, solo para darme cuenta que usaba el tiempo en pagar las cosas que en trabajar, así que nunca pude disfrutar los frutos enteros de mi trabajo, A petición de la búsqueda de la felicidad Busque el amor, y lo encontré, viví una vida con él como legado tuve 2 hijos un niño y una niña, pero aún tenía dudas, Un legado, dinero, amor, que hacía falta ? Porque me sentía vacía? Tal vez conocimiento. Así que decidí leer sin parar, leer todo lo que me diera la respuesta a mi duda, ya que nadie, y muy poca gente tenía tiempo para todo esto, caí en la rutina varios años de leer, trabajar, criar a mis hijos y pasar el tiempo con mi esposo. Amor, legado y dinero hijos. ¿Qué más hace falta? ¿Qué más hace falta? Esa duda me pregunte desde que me pude graduar, que más hace falta, para resolver la duda? La duda que me ha perseguido por años ? Los ricos me decían que hacía falta más dinero Mi esposo me apoyaba pero también tenía la misma duda Mis hijos eran muy jóvenes para comprenderme Mi conocimiento por lo que he leído no me ayudaba en absoluto. 


Esa duda era una gran pesa sobre mis lomos. Que hacía que un día hermoso se tornase en un infierno tormentoso en mi mente, pero un día, encontré en un pequeño tubo de ensayo, un pequeño ecosistema, abandonado, contaminado, lleno de bacterias algas y hongos No sé porqué, pero al verle pude ver paz, no comprendía porque en ese entonces, ya que aún no había encontrado la respuesta. 

Los años pasaban, mi vigor decrecía, todo lo que hacía estaba siendo poco a poco, apagado, hasta que de un día para otro. Perdí a mi familia, no fui la única. Miles perdieron a los que más querían. 

Perdí todo lo que había trabajado, que toda mi vida me había tomado obtener. Recuerdo haber llorado en las inmensas penumbras de polvo, recuerdo haber cuidado de sus tumbas en las ascuas de las ventiscas, recuerdo haber vuelto a enterrarles cuando los terremotos les desenterraban Y aún no podía encontrar la respuesta a mi duda Hasta que un día soñé, ví a mi madre y a mi padre, estábamos jugando, juntos en un parque donde el lirio y el néctar de las flores rosas atraían la belleza de nuestras almas en un ritmo armónico, y infantil. Y me di cuenta, que hacia mucho que no había sentido volver a ser una niña, desde que empecé a estudiar sentí que mi niñez se iba de mi, y poco a poco la olvide Cuando desperté, recuerdo ese día tener las fuerzas de levantarme, e ir en búsqueda de aquel prado de flores rosas. 

La atmósfera era ácida cada día, caminar cada vez era más difícil, y las tormentas y climas de dónde yo solía vivir, poco a poco me di cuenta que había pasado mucho tiempo desde que mi planeta había dejado de ser normal. 

Así que, decidí ir en búsqueda en viajes, con los medios que tenía en búsqueda de ese prado, solo para darme cuenta que no solamente el prado había desaparecido, sino la belleza de todo el mundo se había ido, todo por una insípida e insoportable disputa, cómo muchas que habían pasado a lo largo de la historia. 

La única diferencia es que está vez estaba segura que está sería la última, ya que por dónde iba y exploraba me daba cuenta que, ya casi no había algo por lo que valiera la pena luchar. El agua era escasa. 

El sol era un infierno Mis pulmones ardían Mis pies me dolían Pero seguí, seguí porque estaba segura que encontraría la respuesta a la pregunta, a la pregunta que me he hecho toda la vida. Pero un día como muchos otros, simplemente decidí dejar de levantarme. Cuál era el punto de seguir este viaje? Cuál era el punto de todo esto? Había viajado años y años, en búsqueda de un prado como muchos prados que he visto, marchitos, muertos, tóxicos, inhospitables. 

Por más que buscaba lo único que encontraba era gente parecida a mi, pero ya habían dejado todo rastro de civilización atrás, cada día estaba más sola, tenía que matar o morir si las situaciones me eran adversas, todo esto estaba simplemente exhausta, no sabía a dónde iba, pero sabía porque, por esa maldita pregunta. Que más me quedaba? Porque seguía? Porque simple no acababa con esto, acaso esto tenía algún argumento en especial en el inicio? Toda mi vida tenía este vacío existencial, intentaba llenarla con dinero y amor, incluso con mis hijos y era como un hoyo en mi que no dejaba de absorber estaba harta de no saber la respuesta en el final, que era mi sentido aquí ? Que había de todo esto qué hacer? Al final acaso algo importa ? Porque nunca me llevaré nada.

Porque simplemente sigo y sigo haciendo lo mismo. Porque hago tantas cosas si al final moriré y nunca me llevaré nada a la muerte ni siquiera mis recuerdos Ese día simplemente decidí dejar de buscar, y empecé a caminar sin rumbo alguno, estaba sintiendo miedo, todo lo que había pasado en mi vida Extrañaba. 

A mí esposo y a mis hijos, me sentía sola y culpable por no haberlos protegido, por no haber pasado más tiempo con ellos, por no estar atentos más. Quería más tiempo. Tiempo de un pasado, tiempo que es imposible, y estos pensamientos de mis más bajos estados y delirios me llevaron a encontrar de nuevo sus tumbas, erosionadas con el pasar de los años. Sus huesos saliendo de la inestable tierra, su carne putrefacta y llena de.... Insectos . 

Justo cuando pensé que había perdido todo, había decidido volver a ellos para acabar todo juntos, y me encontré, con una colonia de insectos, viviendo, en sus cadáveres, Eran diminutos, minúsculos, ocupaba un microscopio para verles. 

Mi revelación, yacería justo en los remanentes se mi difunto legado, vida, carente en este mundo, Me apresure, mi profesión me enseñó sobre la vida y sus variantes recursos y limitantes, pero también me enseñó a preservarla. Mi impulso a almacenar las muestras de estas pequeñas colonias fue casi instantáneo, en un inicio no supe porque, pero cuando termine mi primer micro terrario de vida superviviente Vi algo que tanto buscaba. 


Vi con fascinación a los diminutos insectos que habitaban en las colonias cercanas, en sus microcosmos vibrantes y exóticos. Me maravillaba ver cómo sobrevivían y se reproducían en su pequeño mundo, una maravilla de la vida que parecía existir en una dimensión paralela a la mía.

Fue en ese momento cuando recordé las enseñanzas de mi difunto esposo y legado, quienes me habían dejado un legado invaluable de conocimiento. La noche anterior, había inspeccionado los experimentos que habían llevado a cabo en los tubos de ensayo, y sus resultados me habían dejado perpleja.

Agradecí en silencio a mi familia por nunca haberme abandonado, incluso después de su muerte. Sus cuerpos me habían brindado un sentido de propósito y dirección, y una nueva comprensión sobre la resiliencia de la vida en sí misma.

Sin embargo, sabía que este planeta no era adecuado para la vida de escala más grande. Me quedé en silencio durante un rato, sopesando mis pensamientos y emociones. Finalmente, rompí el silencio con una sola pregunta: "¿Y si lo hago?".

Y ese día, arreglé por última vez la tumba de mis seres queridos, recolectando todas las muestras posibles, de vida, Diminuta pero era vida Decidí arriesgarme a mi misma, cada día, decidí que cada día, recolectaron al menos una muestra de vida. Y la almacenará en mis múltiples tubos de ensayo Aún tenía tiempo, y cada segundo lo valía, repetía en mi mente incontables veces esa frase Descubrí muchas cosas, muchas formas de vida semillas, vida en todas sus formas diminutas. 


De día yo buscaba a la vida, y ella me sorprendía cada vez en los lugares más inesperados, sin embargo, no siempre había suerte, habían días que por las condiciones climatológicas del planeta me era más difícil respirar, más mis frascos me motivaban a seguir, me decían mucho con tan poco. Y yo seguía buscando más y más. 


En las noches ordenaba y sanaba mis heridas, ordenaba todo lo necesario en la mochila donde mis tubos de ensayo y múltiples terrarios diminutos que había hecho me habían demostrado algo, ellos vivían En un espacio cerrado y con condiciones climatológicas hospital para ellos mismos, Pero vivían Busque y busque vida hasta que me di cuenta que mi pelo y mi piel estaba arrugado y blanco. 


Al contemplar el final inminente del mundo que había sido mi hogar durante toda mi vida, una sensación de impotencia se apoderó de mí. Había dedicado mi existencia a estudiar y preservar la vida en este planeta, y ahora se extinguiría para siempre, sin tener la oportunidad de expandirse y explorar otros mundos en el vasto universo. La tristeza me invadió, pero también sentí una profunda responsabilidad hacia todas las formas de vida que había recolectado y cuidado a lo largo de los años.

A pesar de la imposibilidad de salvar a todas las criaturas vivas, decidí hacer algo al respecto. Había reunido suficientes conocimientos sobre ingeniería, biología y física para fabricar una cápsula del tiempo que pudiera proteger las semillas, los microorganismos y los insectos, de manera que pudieran sobrevivir y tal vez prosperar en otros mundos. Era una tarea titánica, pero con cada paso que daba, sentía una nueva energía y una esperanza renovada.

Finalmente, después de semanas de trabajo constante, la cápsula del tiempo estaba lista. Pero no era suficiente simplemente dejarla al azar, debía asegurarme de que todo fuera perfecto. Así que sellé la cápsula por dentro, creando un microcosmos completo para que las criaturas vivas pudieran sobrevivir y evolucionar durante su viaje a través del espacio.

Miré hacia las estrellas una vez más, preguntándome cuántos mundos nuevos descubrirían las criaturas vivas que había salvado. No sabía si algún día vería el resultado de mi trabajo, pero estaba segura de que había hecho lo correcto. Al final, mi cápsula del tiempo se convirtió en un monumento a la vida en este mundo, y quizás en una semilla para la vida en otros mundos del universo.



Me di cuenta de que era mi responsabilidad llevar a cabo esta misión. Había dedicado mi vida a estudiar la vida y los sistemas naturales de mi planeta, y sabía que tenía que hacer algo para preservarlos.

Después de muchas noches de trabajo incansable, finalmente completé la cápsula del tiempo. No era una simple herramienta, era una obra de arte, una pieza de ingeniería perfecta que podía resistir cualquier cosa que el tiempo y el espacio pudieran arrojar en su camino. La sellé por dentro, asegurando que nada pudiera penetrarla, y coloqué cuidadosamente todas las muestras de vida que había recolectado a lo largo de los años.

Pero no podía simplemente lanzar la cápsula al espacio y esperar que llegara a algún lugar seguro. Sabía que tenía que asegurarme de que fuera llevada a un lugar donde pudiera prosperar, donde pudiera encontrar un hogar y continuar evolucionando. Así que diseñé un propulsor que me llevaría a mí y a la cápsula más allá de las estrellas.

Mi cuerpo se agotaba, pero mi mente seguía trabajando sin descanso. Construí un sistema de monitoreo para asegurarme de que la cápsula estuviera a salvo y un sistema de anclaje para asegurarme de que la cápsula aterrizaría en un planeta habitable.

Finalmente, estaba lista para partir. Subí a la cápsula y activé el propulsor. Sentí el impulso de la aceleración mientras dejaba atrás mi planeta natal. Miré por la ventana y vi cómo mi hogar se alejaba, sabiendo que probablemente nunca volvería.

Pero no sentí tristeza, solo un sentido de realización y paz. Sabía que había hecho lo correcto al preservar la vida en mi planeta y enviarla a un nuevo hogar. Y en mi última mirada a las estrellas, vi una estrella fugaz, una señal de que el universo estaba de acuerdo con mi decisión.

Y al final, yo fui quien tras configurar todo su cuerpo para que fuese la comida, el combustible y el centro de comando de una nave mal hecha El día antes del lanzamiento, pensé en todo lo que había hecho, todo lo que había pasado, todo lo que había sufrido, y decidí hacer un último ajuste a mi nave, una bitácora electrónica con el tamaño de 1 GB de almacenamiento, dónde pondré mi respuesta. a mi pregunta Pensé una última vez, y me despedí de las tumbas de mis seres queridos, antes de sellar mi nave por dentro, y transferir mi mente hacia el circuito interno de la misma. 

Esperando que mi barcaza de vida llegase lo más lejos posible en el espacio, ya no podía ver No podía sentir No podía oler Pero podía pensar. Pensaba y recordaba mi niñez, los cálidos días, las tardes simples, los amigos que alguna vez hice, las mascotas que tuve, cómo mi madre solía hacerme esa malteada que tanto me gustaba o como mi padre me enseñó a pescar, cómo mi hermano estuvo allí para mí, y cómo las cosas de un día para otro cambiaron, la. Guerra, la hambruna, la depresión, todo junto, pensé que era yo sola quien había sufrido esto más, no fui yo sola, todo el planeta sufría lo mismo Buscabas dinero buscabas fama buscabas una familia buscabas un legado todos tenían la misma duda por qué hacerlo por qué hacerlo Si el mundo se va a acabar Aún no me puedo imaginar cómo pude yo hacerlo incluso haciendo huérfanos sin embargo lo pude hacer estudié una carrera yo misma y me he dado cuenta que hice muchas cosas yo misma Porque hacerlo? Todo este tiempo tuve esa duda clavada en mi cráneo a lo largo de mi vida, una espinilla que nunca me pude quitar pero por qué no hacerlo ? Desde que encontré esa pequeña pizca de vida recordé que incluso la evolución tiene sus propias formas de ser resiliente ante los entornos más adversos.


Es cierto que tuve esa duda por mucho tiempo porque nada de lo que hacía iba a tener relevancia en la muerte pero a su misma manera eso es lo que hace importante el hecho de no estar encadenados a tener solo una expectativa de lo que podría ser perfecto Perfección nunca va a existir por eso nosotros existimos somos seres imperfectos en un mundo que creemos que es perfecto Y el simple hecho de buscar el sentido de la vida es buscar algo perfecto algo inexistente sin embargo la vida no tiene un sentido definido 

Por eso mismo cuando descubrí la vida en este planeta de nuevo pedí que la mayoría de mi tiempo a hacer algo que cumplía mis propias expectativas porque yo defino mis propias metas y por más que piense no encuentro otro argumento para gastar la mayoría de mi tiempo intentando cumplir mis propias metas que me he puesto a mi misma es como decir que la vida no tiene un propósito Pero la verdad es que el propósito lo das tú mismo simplemente viviéndola a tus anchas A pesar de que todo nos diga que no haya razón para actuar porque todo se irá a la muerte Sin embargo por esto mismo existe el tiempo tenemos un tiempo limitado y diminuto a comparación de lo que es el universo tenemos tan poco tiempo y solemos malgastarlo en muchas cosas pero si este tiempo malgastado como mucha gente lo dice es mal gastado en algo que a ti te gusta o te haga feliz harás de tu tiempo algo de lo que recordar antes de morir Y a pesar de que me sentí mal en mi vida sentí que había días donde no quería levantarme donde sentía que no había propósito donde sentía que simplemente lo suficiente floja sandía que la apatía era el punto medio el punto donde no pasa nada si no hago nada así que me quedaré toda mi vida ocultándome del miedo pero sin embargo no viviendo la vida 

Sé que perdí la esperanza varias veces pero está bien está bien perder la esperanza a veces porque solamente en la oscuridad de lo más recóndito de nuestros seres podemos encontrar la luz que nos lleve de nuevo hacia nuestro mejor propósito en esta vida, en mi caso fue esa pequeña colonia de vida. Aceptando poco a poco los pensamientos negativos me di cuenta que no siempre estaré bien sin embargo si sigo intentándolo si seguía constantemente cada día algún día mis pensamientos emocionales dejarían de ser simplemente emocionales y los pensamientos lógicos me darían la respuesta para mis problemas porque había tenido el conocimiento para resolver las cosas simplemente las ganas me faltaban y está bien no tener ganas a veces está bien no cometer errores está bien ser lo más imperfecto posible en este mundo está bien ser tú mismo Al final me di cuenta que esas muestras de vida 

A pesar de que nunca me dijeron una sola palabra me dijeron que podía cambiar que podía sanar que tenía un propósito y a pesar de todo lo que había vivido siempre habrá algo o alguien que me ama. 

Y esta es mi respuesta esa pregunta Mi pequeña respuesta mi vida Sé que si algún día alguien encuentra encontrarán el cadáver de lo que pareció ser una científica no me temas solo soy un compuesto orgánico viejo intentando darle soporte vital a mis viales y terrarios llenos de vida seas quien seas 

Quiero que sepas que pase lo que pase quiero que busques tu propio propósito quiero que vivas tu vida larga y plena porque mi vida no fue la más hospital posible pero fue mi vida y a pesar de que tengo algunos remordimientos estoy felizmente de decir que ame mi vida…

EL ABRAZO DEL UMBRAL

La pequeña joven Humana estaba destrozada. Su corazón estaba hecho trizas y su mente estaba llena de dolor y tristeza. No podía soportar la carga emocional que llevaba a cuestas, así que decidió alejarse del mundo y buscar refugio en Dark Light Valley, una dimensión mágica donde sabía que podía encontrar la paz que tanto anhelaba. Usando su magia, creó un portal para acceder a la dimensión y se adentró en ella sin mirar atrás.

Una vez en Dark Light Valley, la chica buscó un lugar tranquilo para sentarse y reflexionar sobre su vida. Finalmente encontró un árbol oscuro que le llamó la atención, y se sentó debajo de él. Allí, sola con sus pensamientos, comenzó a llorar desconsoladamente. Pero entonces, sin previo aviso, el Guardian del Umbral se materializó detrás de ella.

La chica, al principio asustada, se sorprendió al ver al ser plateado y brillante. Pero en lugar de sentir miedo, sintió una extraña calma. El Guardián del Umbral se acercó a ella con pasos suaves y sin hacer ruido, como si flotara en el aire. Se sentó a su lado y, sin decir una palabra, la abrazó con sus brazos estrellados.

La chica, sin saber por qué, se sintió segura en sus brazos. A medida que el Guardian del Umbral la abrazaba, su tristeza comenzó a disminuir. Podía sentir la energía de la magia fluyendo a través de su cuerpo, envolviéndola y sanándola poco a poco.

En ese momento, la chica se dio cuenta de que no estaba sola. El Guardian del Umbral estaba allí para ella, para ofrecerle su apoyo y protección. En ese abrazo, la chica sintió el amor y la compasión que emanaba de ese ser plateado y brillante, y supo que todo estaría bien.

Después de unos minutos, el Guardian del Umbral se levantó y desapareció en el aire, dejando a la chica sola bajo el árbol oscuro. Pero la chica no estaba sola, llevaba consigo la energía de la magia y la calma del Guardián del Umbral, y sabía que, aunque su camino fuera difícil, no estaba sola en su camino.

EL DOLOR DE LA PAZ

El chico estaba sentada bajo un árbol oscuro, en un lugar apartado del Dark Light Valley. Las ramas negras del árbol se retorcían hacia el cielo, como si intentaran alcanzar las estrellas. El había llegado a esta dimensión para escapar del mundo que lo había lastimado tanto, para desconectarse del dolor y el sufrimiento que la perseguían en su vida cotidiana.

Pero aquí, en este lugar oscuro y tranquilo, no podía dejar de llorar. Las lágrimas caían por sus mejillas y se mezclaban con la oscuridad que la rodeaba. Estaba perdido en su dolor, sin saber cómo salir de él.

De repente, sin previo aviso, una figura apareció detrás de el. Era el Guardián del Umbral, su piel plateada brillando como un cielo lleno de estrellas. El chico se asustó al principio, pero luego se dio cuenta de que no tenía nada que temer de este ser pacífico.

"¿Por qué lloras, joven viajero?", preguntó el Guardián con su voz profunda y resonante.

El joven se sobresaltó un poco al escuchar su voz, pero se sintió aliviado al ver que no había ninguna hostilidad en el. "Estoy cansado de todo, cansado de luchar y sufrir. Solo quiero escapar de todo esto", respondió con la voz entrecortada por el llanto.

El Guardián se sentó a su lado y le acarició el cabello. "Sé lo que es sentirse así, pero no puedes huir de tus problemas para siempre. El dolor siempre te seguirá a donde vayas, pero aquí, en este lugar oscuro y tranquilo, puedes encontrar la paz que necesitas para enfrentarlo".

El joven Phyleen levantó la vista hacia él y lo miró a los ojos. "¿Cómo puedo encontrar la paz si todo en mi vida es dolor y sufrimiento?", preguntó con tristeza en su voz.

El Guardián le sonrió gentilmente. "La paz no está en la ausencia de problemas, sino en la aceptación de ellos. Acepta tu dolor y sufrimiento, y aprende de ellos. Usa tu experiencia para crecer y convertirte en alguien más fuerte y sabio".

El joven de piel rojiza escuchó sus palabras con atención, y poco a poco, sus lágrimas comenzaron a disminuir. "¿Pero cómo puedo hacer eso? ¿Cómo puedo aceptar todo lo que me ha pasado?", preguntó con incertidumbre.

"Usa tu magia, joven viajero. Usa tu poder para crear una puerta hacia tu interior, hacia tu corazón y tu alma. Explora tus emociones y aprende de ellas. Solo así podrás encontrar la paz que buscas".

El chico asintió lentamente, sintiéndose más tranquilo y esperanzado que antes. Sabía que no había una solución rápida a sus problemas, pero con las palabras del Guardián del Umbral, había encontrado una dirección a seguir.

Se quedó allí sentado, en la oscuridad del Dark Light Valley, sintiendo la magia que la rodeaba y explorando su interior. Y el Guardián del Umbral se quedó a su lado, observándolo en silencio, siempre vigilante, siempre protector.

El Lamento de Oriena

En el desolado mundo de Oriena yacían los vestigios de una guerra cruel y sin piedad. La tierra, desgarrada y marchita, reflejaba el sufrimiento que había consumido a aquel planeta ahora muerto. Los ecos de la destrucción resonaban en el aire, susurrando historias de dolor y pérdida.

En medio de aquel sombrío escenario, se encontraba uno de los Caballeros de las Cadenas Sagradas, cuyo resplandor divino se veía empañado por las lágrimas que caían de sus ojos. Su armadura brillante ya no parecía tan imponente, sino que reflejaba la carga de su impotencia.

Ante él, un grupo de cadáveres yacía en silencio, testigos mudos de la tragedia. Personas que no pudo salvar, a pesar de su poderío y aparición divina. Su corazón se llenaba de pesar mientras contemplaba aquellos rostros ahora desprovistos de vida. ¿Qué poder tenía él, un ángel de la muerte, si no podía preservar la vida?

Las cadenas sagradas que adornaban su armadura parecían pesarle más que nunca, como si fueran la manifestación tangible de su culpa y frustración. Cada eslabón representaba una vida que no pudo proteger, una promesa incumplida de seguridad y salvación. Las cadenas se movían inquietas, como si buscaran consolarlo, pero solo conseguían recordarle su impotencia.

Mientras sus lágrimas se entremezclaban con la lluvia que caía del cielo, las gotas se confundían con su dolor. El llanto del caballero se unía al llanto del planeta, ambos lamentando la pérdida y la desolación. El agua salada y las gotas celestiales se mezclaban en una sinfonía de tristeza, emulando el dolor profundo que habitaba en su alma.

En medio de aquel silencio roto solo por el llanto y la lluvia, el caballero comprendió que su deber y poderío no podían cambiar el destino de todos. Aceptó que, a veces, el mal prevalece a pesar de los esfuerzos más valientes. Aquel peso se asentó en su ser, llenando su existencia de un vacío desgarrador.

Y así, el Caballero de las Cadenas Sagradas quedó marcado por el sufrimiento y la desesperanza. Su resplandor divino se volvió opaco, su nobleza teñida por la tristeza. Continuó su camino, con las cadenas sagradas como recordatorio constante de su fracaso, llevando consigo el peso de aquellos que no pudo salvar.

En Oriena, el eco de su llanto perduró, resonando en los corazones de quienes escucharon su lamento. El sacrificio y la impotencia se entrelazaron en la memoria de aquellos que fueron testigos de su dolor, recordándoles que, incluso los seres más divinos, pueden encontrarse atrapados en la desolación y la incapacidad de cambiar el curso de la tragedia.

La Caída de la Última Luz

En el sombrío y desgarrado mundo de Cluster, una metrópolis devastada por la invasión demoníaca, la desesperación se entrelazaba con el terror en cada rincón oscuro de la ciudad. Los retumbos de la destrucción resonaban en el aire, como un eco interminable de agonía y sufrimiento.

En medio del caos, uno de los Caballeros de las Cadenas Sagradas emergió de entre las sombras. Su armadura resplandeciente, manchada por la oscuridad y salpicada de sangre, parecía una lágrima de esperanza en un océano de pesadilla. La majestuosidad de su apariencia celestial se desvanecía ante la crudeza y el horror que lo rodeaban.

En un último acto de valentía, el caballero decidió atender el llamado de auxilio que resonaba en su corazón, tomo una nave sin autorización y se lanzó hacia el planeta moribundo. Se abrió paso a través de las hordas demoníacas y las máquinas de guerra, persiguiendo el destello de la vida en un mar de muerte. Y allí, entre las ruinas humeantes, encontró a una madre humana y a su hija, indefensas ante la amenaza que las acechaba.

El caballero se convirtió en su defensor, su escudo contra la oscuridad. Luchó con feroz determinación, desafiando a los demonios y las máquinas en una danza macabra de vida y muerte. Las cadenas sagradas que adornaban su armadura se enroscaban alrededor de sus enemigos, atándolos y sometiéndolos ante su poderío. Cada eslabón resonaba con los nombres de las almas que habían protegido y con las oraciones desesperadas de aquellos que ansiaban justicia.

A medida que la batalla se intensificaba, el caballero condujo a la madre y a su hija hacia la única oportunidad de salvación: una nave de rescate de la DCIN que aguardaba en lo alto de los edificios en ruinas. Pero el destino, cruel y despiadado, trazó su fatídico desenlace.

Mientras las hordas infinitas de enemigos los rodeaban, el caballero desató toda su furia y habilidad en la contienda desesperada que duro 6 horas. Sus ataques eran rápidos y certeros, cortando a través de las filas enemigas como un rayo de luz en medio de la oscuridad. Pero la batalla era desigual, y poco a poco el agotamiento comenzó a hacer mella en su resistencia a pesar de su poder.

Con cada golpe recibido, el caballero sentía cómo sus fuerzas menguaban. Sus músculos ardían con la fatiga, sus movimientos se volvían torpes y su respiración se agitaba. A pesar de la debilidad que lo invadía, su determinación ardía más intensamente que nunca. No podía permitirse flaquear, no cuando la vida de aquellas dos almas indefensas dependía de él.

El peso abrumador de la batalla finalmente se volvió insostenible. El caballero fue embestido por una horda de demonios, quienes lo rodearon y lo arrebataron de su gloria momentánea. Las garras afiladas rasgaron su armadura, desgarrando su carne y marcando su cuerpo con heridas mortales. La sangre brotaba de sus heridas y teñía su armadura sagrada, convirtiéndola en un sombrío emblema de su sacrificio.

Finalmente, el caballero cayó de rodillas, agotado y bañado en sangre. Su mirada, llena de determinación y valentía, se encontró con los ojos asustados de la madre y la hija que había jurado proteger. En aquel instante de conexión efímera, el caballero transmitió un mensaje silencioso: su lucha, su dolor y su sacrificio eran por ellas.

Con un último suspiro de valentía, el caballero no desplomó en el suelo, se mantuvo de rodillas con su espada en el suelo y su cuerpo sin vida rodeado por el caos y el lamento. La madre y la hija, indefensas y atónitas, presenciaron impotentes cómo la luz se desvanecía de aquel noble guerrero, dejando un vacío insuperable en sus corazones.

En Cluster, la tragedia dejó una cicatriz imborrable. El heroísmo del caballero se convirtió en un recuerdo doloroso, una prueba de que incluso la nobleza y el poderío divino no son inmunes a la oscuridad. Las cadenas sagradas, ahora manchadas con el peso de la pérdida, resonaron con el eco de la tristeza y el vacío que envolvía el mundo destrozado.

LA LUZ EN LA OSCURIDAD - ANECDOTAS DEL HOMBRE DE BLANCO

Un día, mientras Gennyel paseaba por las calles de una ciudad, notó a un grupo de niños que jugaban cerca de un antiguo edificio abandonado. Su curiosidad lo llevó a acercarse y descubrir que aquel lugar era un orfanato, cuyos recursos se encontraban agotados y las condiciones eran precarias.

Sin dudarlo, Gennyel decidió tomar cartas en el asunto y ayudar a aquellos pequeños que tanto necesitaban apoyo y cariño. Utilizando su influencia y recursos, se puso en contacto con arquitectos y constructores para que comenzaran a renovar y reconstruir el orfanato, convirtiéndolo en un lugar seguro y acogedor.

Mientras las obras avanzaban, Gennyel visitaba el orfanato regularmente, pasando tiempo con los niños, escuchando sus historias y sueños. Les enseñaba valores como la generosidad, el respeto y la importancia de creer en sí mismos. Les mostraba que no importaba su situación actual, siempre había esperanza y oportunidades para tener un futuro brillante.

Además, Gennyel se aseguraba de que los niños recibieran una educación de calidad. Contrató a maestros dedicados y organizó talleres especiales para desarrollar sus habilidades y talentos. Brindó becas para aquellos que deseaban continuar sus estudios más allá de la escuela primaria, asegurándose de que el acceso a la educación no fuera un obstáculo para su crecimiento y desarrollo.

Pero Gennyel no se limitaba solo a mejorar la vida de los niños en el orfanato. Extendió su generosidad a otros niños desfavorecidos de la ciudad, donando material escolar, creando programas de alimentación y salud, y colaborando con organizaciones locales para llevar alegría a través de actividades recreativas y culturales.




Un día, mientras paseaba por las calles de una ciudad, Gennyel pasó cerca de un pequeño y modesto asilo para ancianos. Al ver las condiciones precarias en las que vivían los residentes, su corazón se conmovió y supo que tenía que hacer algo para mejorar sus vidas.

Sin llamar la atención, Gennyel comenzó a tomar medidas para ayudar a los ancianos del asilo. Envió discretamente donaciones para mejorar las instalaciones, garantizando que tuvieran camas cómodas, una cocina adecuada y un ambiente acogedor. Contrató a personal adicional para cuidar de los ancianos y asegurarse de que recibieran la atención y el cariño que merecían.

Pero Gennyel no se detuvo ahí. Se dio cuenta de que la soledad era una de las principales dificultades a las que se enfrentaban los ancianos, por lo que decidió tomar medidas adicionales para brindarles compañía y alegría. Organizó eventos semanales en los que artistas locales, músicos y voluntarios visitaban el asilo para ofrecer espectáculos y actividades interactivas.

Además, Gennyel se aseguraba de pasar tiempo personalmente con los ancianos. Escuchaba sus historias, compartía risas y les brindaba apoyo emocional. Cada vez que visitaba el asilo, llevaba consigo una sonrisa cálida y genuina que iluminaba los rostros arrugados de los residentes.

Con el tiempo, el asilo se convirtió en un lugar lleno de vida y felicidad. Los ancianos experimentaron un renacimiento de esperanza y alegría, gracias a las acciones de Gennyel y su dedicación a su bienestar.

Sin embargo, Gennyel se aseguraba de que su apoyo no se limitara solo al asilo. Extendió su generosidad a otros centros de atención para personas mayores en la ciudad y más allá. Su objetivo era asegurarse de que ningún anciano sintiera que estaba solo o abandonado, y trabajó incansablemente para lograrlo.

Aunque Gennyel prefería mantener un perfil bajo, su reputación como benefactor creció. La gente comenzó a llamarlo cariñosamente "La Luz entre las Sombras", un apodo que reflejaba la forma en que iluminaba las vidas de aquellos que lo rodeaban con su bondad y compasión.




En una soleada tarde de verano, Gennyel decidió visitar un pequeño pueblo en las afueras de una ciudad. Mientras caminaba por las pintorescas calles, notó un pequeño parque donde los niños jugaban animadamente. Se acercó y observó con una sonrisa mientras los pequeños disfrutaban de su tiempo libre.

En ese momento, Gennyel notó a un niño en particular que observaba desde lejos, con una mirada triste y melancólica. Se acercó al niño y comenzó una conversación amistosa. El niño, llamado Omen, compartió que su familia estaba pasando por tiempos difíciles y no tenía juguetes para jugar como los demás niños.

Movido por la tristeza en los ojos de Omen, Gennyel decidió tomar medidas para alegrar su vida. Sin mencionar su riqueza, invitó a Omen a acompañarlo en un paseo por el pueblo. Juntos, visitaron una pequeña tienda de juguetes donde Gennyel animó a Omen a elegir cualquier juguete que le gustara.

Miguel estaba asombrado y emocionado. Seleccionó un juego de construcción y una pelota, y sus ojos se iluminaron con alegría. Gennyel, sin dar importancia a su generosidad, disfrutaba simplemente viendo la felicidad en el rostro de Omen.

Después de dejar la tienda, Gennyel y Omen continuaron su paseo por el parque. Allí, se unieron a los otros niños y comenzaron a jugar juntos. Gennyel demostró una habilidad natural para interactuar con los niños y les enseñó juegos divertidos y trucos mágicos improvisados.

A medida que pasaba el tiempo, más niños se unieron al grupo, y Gennyel se esforzó por incluir a todos, asegurándose de que cada niño se sintiera valorado y especial. Su presencia iluminaba el parque, y los niños lo adoraban, no solo por sus juegos y trucos, sino también por la atención y el cariño que les brindaba.

Mientras caía el sol, Gennyel sabía que era hora de despedirse. Se despidió de los niños con una cálida sonrisa y les recordó lo especiales que eran. Omen, lleno de gratitud, se acercó tímidamente y le entregó a Gennyel una pequeña pulsera de cuentas que había hecho él mismo como muestra de agradecimiento.

Gennyel aceptó el regalo con humildad y agradecimiento, sabiendo que el verdadero regalo era la conexión y el amor compartido en ese momento. Aunque Omen no sabía la verdadera identidad de Gennyel o su riqueza, siempre lo recordaría como el amable hombre que lo ayudó a encontrar la felicidad en un momento difícil.

A medida que Gennyel se alejaba del parque, su corazón rebosante de gratitud y felicidad, el sol se ponía en el horizonte, pero su espíritu brillaba más que nunca. Aunque no poseía poderes sobrehumanos, había demostrado que el verdadero poder radica en la humildad, bondad y amor que compartimos con los demás.



En un futuro lejano, en un centro comercial futurista en uno de los planetas más avanzados de la galaxia, Gennyel Arak paseaba entre las brillantes tiendas y bulliciosos pasillos.

Mientras caminaba, notó a un adolescente, llamado Alex, que parecía muy angustiado y ansioso. Alex se encontraba en medio de un ataque de ansiedad, temblando y luchando por respirar adecuadamente. Las personas a su alrededor parecían desconcertadas y algunas se alejaban incómodas.

Sin dudarlo, Gennyel se acercó a Alex con una sonrisa tranquila y amable. Se sentó a su lado y comenzó a hablarle suavemente, sin hacer preguntas ni presionarlo para que se calmara. Simplemente estuvo presente, ofreciendo su apoyo y comprensión.

Mientras tanto, Gennyel notó que el entorno futurista del centro comercial podía estar abrumando a Alex. Los llamativos hologramas, los sonidos electrónicos y la multitud de gente podrían haber exacerbado su ansiedad. Con delicadeza, Gennyel guió la atención de Alex hacia un lugar más tranquilo y apartado, lejos del bullicio y la estimulación visual.

Juntos, encontraron un pequeño jardín interior, un oasis de paz en medio del ajetreo del centro comercial. Gennyel alentó a Alex a tomar respiraciones lentas y profundas, mostrándole ejercicios de relajación y enfocando su atención en la belleza de las plantas y las melodías suaves que llenaban el aire.

Con el tiempo, los latidos acelerados del corazón de Alex comenzaron a calmarse, y su respiración se volvió más regular. Gennyel permaneció a su lado, sin juzgar ni apresurar el proceso. Simplemente estuvo allí, brindando apoyo y serenidad.

A medida que Alex se recuperaba, comenzaron a hablar. Gennyel compartió historias de superación personal y cómo había enfrentado sus propios desafíos en la vida. Alex se sintió comprendido y reconfortado al darse cuenta de que no estaba solo en su lucha contra la ansiedad.

Poco a poco, Alex recuperó la confianza y se sintió lo suficientemente tranquilo como para regresar al bullicio del centro comercial. Gennyel lo acompañó de vuelta, asegurándose de que se sintiera seguro y apoyado en cada paso del camino.




En un remoto planeta, Gennyel Arak se encontraba explorando un animado mercado local. Mientras paseaba entre los puestos llenos de colores y aromas exóticos, sus ojos se posaron en un señor Endevol mayor que estaba parado frente a una tienda de alimentos. El hombre parecía abatido, con los hombros encorvados y una mirada triste en sus ojos.

El señor mayor observaba con anhelo los deliciosos alimentos exhibidos en la tienda, pero Gennyel notó rápidamente que no llevaba suficiente dinero para comprar siquiera una pequeña porción de aquellos manjares. Una mezcla de compasión y determinación llenó el corazón de Gennyel mientras se acercaba al anciano.

Con una sonrisa cálida, Gennyel se detuvo junto al hombre y comenzó a entablar una conversación amigable. Descubrió que el señor mayor se llamaba Samuel y que había pasado la mayor parte de su vida trabajando duro para mantener a su familia. Ahora, en sus años de vejez, se encontraba en apuros económicos y no podía permitirse el lujo de disfrutar de algo tan básico como una comida sabrosa.

Gennyel escuchó atentamente las historias y preocupaciones de Samuel, demostrando un genuino interés por su vida y experiencias. A medida que conversaban, Gennyel notó que las bayas frescas, resplandecientes y tentadoras, llamaban la atención de Samuel.

Sin dudarlo, Gennyel se dirigió al puesto de las bayas y compró una generosa cantidad de ellas. Luego, volvió junto a Samuel y le entregó una bolsa llena de las apetitosas frutas. La alegría brilló en los ojos de Samuel mientras aceptaba el regalo con gratitud.

Pero Gennyel no se detuvo allí. Conmovido por la situación de Samuel, decidió ir más allá para ayudarle. Hablando con la dueña de la tienda de alimentos, Gennyel le explicó la difícil situación de Samuel y solicitó permiso para adquirir una selección de alimentos esenciales para el anciano.

Con generosidad desbordante, Gennyel pagó por los alimentos y los entregó a Samuel, asegurándose de que tuviera suficiente para satisfacer sus necesidades básicas durante un tiempo. No buscó reconocimiento ni alabanza, simplemente se regocijó en el hecho de poder aliviar un poco el peso de la carga de Samuel.

Samuel se vio abrumado por la bondad y generosidad de Gennyel. Con lágrimas en los ojos, le expresó su gratitud de manera sincera y humilde. Gennyel le recordó a Samuel que todos somos parte de una comunidad y que, juntos, podemos ayudarnos mutuamente en momentos de necesidad.



Después de la devastadora guerra entre los Os Rouges y los Stechal, donde los demonios habían arrasado con ciudades enteras y dejado un rastro de destrucción, el universo se encontraba sumido en el caos y el sufrimiento. Los seres que habían sobrevivido luchaban por reconstruir sus vidas y encontrar esperanza en medio de la oscuridad.

En medio de ese escenario desolador, Gennyel Arak, Con un profundo sentido de responsabilidad y empatía, recorrió los planetas afectados, ofreciendo su ayuda de manera discreta pero efectiva.

Gennyel estableció refugios temporales para los desplazados, proporcionando alimentos, agua y refugio a aquellos que habían perdido todo. Se aseguró de que los heridos recibieran atención médica y de que los niños traumatizados tuvieran apoyo emocional. Trabajó incansablemente para coordinar la distribución de suministros y recursos a las comunidades más afectadas.

Además, Gennyel entendía que la recuperación de estas ciudades no solo se trataba de reconstruir edificios, sino de reconstruir la esperanza y la fe en un futuro mejor. Organizó eventos comunitarios para levantar el ánimo de los supervivientes, donde se celebraban ceremonias de unidad y se compartían historias de resiliencia y superación.

En uno de esos eventos, Gennyel conoció a una niña llamada Maya. Ella había perdido a su familia en el conflicto y estaba luchando por encontrar consuelo en medio de su dolor. Gennyel se acercó a ella con gentileza y comprensión, ofreciéndole su hombro para llorar y su tiempo para escuchar.

A medida que pasaba tiempo con Maya, Gennyel se dio cuenta de que la niña tenía un talento especial para la música. Con su riqueza y recursos, Gennyel se aseguró de que Maya recibiera las clases y el apoyo necesarios para desarrollar su don. Pronto, Maya se convirtió en una inspiración para otros supervivientes, con su música llena de esperanza y sanación.

A medida que los años pasaban, Gennyel continuó su labor incansable en la reconstrucción y ayuda a los afectados por la guerra. Su generosidad y dedicación se extendieron más allá de los límites conocidos, llegando a otros planetas y sistemas estelares, donde su nombre se convirtió en sinónimo de esperanza y amor desinteresado.




En uno de sus viajes interplanetarios, Gennyel llegó a un pequeño planeta cubierto de exuberantes jardines y montañas majestuosas. Mientras caminaba por las calles de una pintoresca ciudad, su mirada se posó en un hombre de aspecto abatido, sentado en un banco solitario, con la mirada perdida en el horizonte.

Sin saber por qué, Gennyel sintió una conexión instantánea con aquel desconocido. Se acercó con paso tranquilo y se sentó a su lado, sin decir una palabra. El hombre, con los ojos vidriosos y llenos de tristeza, miró a Gennyel con asombro y confusión.

Gennyel, con una sonrisa cálida y comprensiva, extendió una mano hacia el hombre y dijo suavemente: "No sé cuál es tu historia, pero estoy aquí si necesitas hablar o simplemente tener compañía".

El hombre, sintiendo la genuina preocupación en las palabras de Gennyel, decidió abrir su corazón y contarle su historia. Había perdido a su esposa e hija en un trágico accidente, y desde entonces, había caído en una espiral de desesperanza y dolor.

Gennyel escuchó con atención, sin interrumpir, permitiendo que el hombre compartiera su dolor y sus recuerdos más preciados. Con cada palabra, Gennyel mostraba empatía y compasión, sintiendo el peso de su propia pérdida en cada historia que se contaba.

A medida que el sol se ponía y la noche envolvía la ciudad, Gennyel tomó la mano del hombre y lo condujo a un hermoso jardín cercano. Allí, entre flores de vivos colores y luces suaves, Gennyel le habló al hombre sobre la importancia de encontrar la luz en los momentos más oscuros y de aferrarse a las esperanzas que aún quedaban en su corazón.

Mientras las palabras de Gennyel resonaban en el alma del hombre, un brillo de esperanza comenzó a emerger en sus ojos. Poco a poco, la tristeza que había cubierto su rostro empezó a disiparse, dejando lugar a una chispa de renovada alegría.

Gennyel sabía que no podía deshacer el dolor del pasado, pero sí podía ayudar al hombre a encontrar la fuerza para seguir adelante y encontrar un propósito en la vida. Juntos, caminaron por las calles de aquella ciudad, compartiendo risas y creando nuevos recuerdos.




En una fría tarde de invierno, Gennyel caminaba por las concurridas calles de una ciudad llena de vida y actividad. Mientras paseaba, sus pensamientos se perdían en los recuerdos de su amada esposa e hija, cuya ausencia lo atormentaba constantemente. A pesar de su propia tristeza, sabía que debía encontrar la fuerza para seguir adelante y hacer una diferencia en la vida de los demás.

Fue entonces cuando sus ojos se posaron en un anciano solitario, temblando de frío mientras intentaba protegerse con un abrigo raído y gastado. Gennyel se acercó a él con una sonrisa cálida y extendió su mano para ayudarlo.

"Disculpe, señor. Parece que tiene frío. ¿Le gustaría acompañarme a tomar algo caliente?", ofreció Gennyel con amabilidad.

El anciano, sorprendido por la gentileza de aquel extraño, asintió con gratitud y aceptó su invitación. Juntos, entraron en una pequeña cafetería cercana, donde el calor y el aroma del café llenaban el aire. Gennyel se aseguró de que el anciano estuviera cómodo y ordenó una taza de café caliente para él.

Mientras compartían aquel momento en la cafetería, el anciano comenzó a contarle a Gennyel sobre su vida. Habló de los días pasados, de su familia y de cómo el paso del tiempo había dejado su huella en su espíritu y en su cuerpo. Gennyel escuchó atentamente, mostrando comprensión y empatía en cada palabra.

A medida que la conversación fluía, el anciano notó la tristeza en los ojos de Gennyel, a pesar de su sonrisa radiante. Con voz temblorosa, le preguntó: "¿Por qué sonríes tanto si parece que también llevas el peso del dolor?"

Gennyel, con ternura en su voz, respondió: "Sonrío porque creo en la importancia de llevar luz y alegría a los demás, incluso en medio de mi propia oscuridad. A veces, la sonrisa más genuina proviene de aquellos que han conocido el sufrimiento y han aprendido a encontrar la belleza en la vida a pesar de ello".

El anciano asintió, profundamente conmovido por las palabras de Gennyel. En ese momento, comprendió que aquel hombre que parecía iluminar el universo con su bondad y amor también cargaba su propia carga de tristeza. Era su humildad lo que le permitía conectarse con los demás y ofrecer un rayo de esperanza incluso en medio de su propia tormenta.

Después de pasar un tiempo juntos, Gennyel se despidió del anciano con un abrazo cálido y unas palabras de aliento. Mientras continuaba su camino, con lágrimas que amenazaban con desbordarse en sus ojos, se dio cuenta de que, a pesar de su propio dolor, siempre habría una razón para sonreír y un propósito para iluminar el camino de los demás.




En medio de su propia tristeza, Gennyel buscaba formas de iluminar la vida de quienes lo rodeaban. Una tarde, mientras paseaba por las calles de una ciudad desconocida, escuchó el llanto desgarrador de una mujer. Siguiendo el sonido, llegó a un pequeño parque donde vio a una joven madre angustiada, rodeada por sus hijos.

La mujer, abrumada por las dificultades de la vida y la falta de recursos, se encontraba en una situación desesperada. Sus hijos, hambrientos y descalzos, miraban con ojos tristes a su madre mientras ella luchaba por contener las lágrimas.

Gennyel se acercó a ella con pasos suaves y una sonrisa amable en su rostro. Con voz dulce, preguntó: "Disculpe, ¿puedo ayudar en algo?"

La mujer, sorprendida por la presencia de aquel hombre imponente y generoso, le contó su historia. Habló de las dificultades que enfrentaban, de la falta de alimentos y abrigo para sus hijos. Gennyel escuchó con compasión, sintiendo el peso de su dolor en lo más profundo de su ser.

Sin decir una palabra, Gennyel tomó la mano de la mujer y la condujo a un mercado cercano. Juntos, eligieron alimentos frescos y nutritivos para su familia, llenando un carrito con generosidad. Luego, Gennyel acompañó a la mujer y a sus hijos a una tienda de ropa, donde seleccionaron abrigos y zapatos para protegerse del frío.

A medida que avanzaban por la ciudad, Gennyel no solo brindaba apoyo material, sino también palabras de aliento y consuelo. Les recordó a la mujer y a sus hijos que no estaban solos, que siempre había esperanza y que juntos podrían superar cualquier adversidad.

Al final del día, Gennyel se despidió de la familia con un abrazo cálido y una sonrisa genuina en sus labios. Aunque su corazón aún llevaba la carga del dolor, su acto de amor y bondad había traído un destello de luz a aquella familia necesitada.

¿QUE ES EXISTIR?

Gennyel Arak llegó al infierno en su majestuoso crucero estelar "La Gran Diapest de Acrista", una maravilla tecnológica envuelta en un resplandor de colores cósmicos. La nave parecía emerger de un remolino de luces estelares, con tonalidades celestiales que se fundían en un arcoíris hipnótico. Su casco de cristal transparente reflejaba los destellos de las estrellas distantes, creando un efecto mágico y envolvente.

Mientras la nave descendía, los motores emitían una suave luz azulada, generando sombras danzantes en el paisaje infernal. El suelo ardiente se iluminaba con reflejos de turquesa y púrpura, como si la propia energía de la nave se fusionara con el entorno. Los habitantes del infierno se asomaban desde sus refugios oscuros, asombrados por la llegada de Gennyel y su deslumbrante nave.

Las puertas de La Gran Diapest de Acrista se abrieron lentamente, revelando la figura imponente de Gennyel, envuelto en una luminosidad dorada. Sus ropas blancas resplandecían con una pureza sobrenatural, contrastando con el ambiente tenebroso y hostil que los rodeaba. Cada pliegue de su traje era una cascada de luz, como si estuviera envuelto en el brillo de un sol eterno.

Jack'o, el rey del infierno, emergió de entre las sombras para recibir a su amigo. Su figura siniestra y misteriosa se destacaba en contraste con el resplandor celestial de Gennyel. La sonrisa tallada en su calabaza se ensanchó al ver a su compañero, un destello malicioso brillando en sus ojos. Ambos se abrazaron con fuerza, sus energías encontrándose en un vínculo inquebrantable que trascendía cualquier diferencia.

En ese abrazo, la oscuridad y la luz se entrelazaron, creando un equilibrio perfecto. Los colores del infierno parecían cobrar vida, iluminando los rostros de los dos amigos con una combinación de carmesí y ámbar. El aire se llenó de un aura de poder y misterio, como si el propio infierno se inclinara ante su amistad y respeto mutuo.

Juntos, caminaron hacia el balcón del palacio de Jack'o, cuyas paredes oscuras y angulosas se alzaban como gigantes guardianes en medio del abismo infernal. El camino hacia el balcón estaba iluminado por antorchas que parpadeaban con una luz anaranjada y dorada, creando sombras danzantes que parecían cobrar vida propia. El suelo de obsidiana reflejaba los destellos del fuego, como estrellas en el suelo, mientras avanzaban con paso firme.

Desde el balcón, la vista era impresionante. Ante ellos se extendía el horizonte infernal, donde la muralla de la ciudad de los monarcas se levantaba imponente, como un coloso de piedra y fuego en constante construcción. El cielo estaba teñido de tonos rojizos y naranjas, mientras el aire ardiente envolvía el ambiente, llevando consigo el aroma a azufre y desolación. Las llamas danzaban en el paisaje infernal, creando un espectáculo fascinante y terrorífico a la vez.

Sentados en cómodos asientos frente al balcón, Jack'o y Gennyel se sumergieron en una charla amena, llena de risas y recuerdos compartidos. El palacio se iluminaba con una luz tenue y misteriosa, que resaltaba los detalles ornamentados de las columnas y arcos que rodeaban el balcón. Los colores oscuros predominaban en la arquitectura, pero pequeñas incrustaciones de gemas rojas y doradas añadían destellos de vida en medio de la oscuridad.

El sonido de las llamas crepitantes acompañaba sus palabras, creando una sinfonía inusual pero cautivadora. El infierno era un lugar peculiar para un encuentro, pero para ellos, era simplemente una oportunidad para disfrutar de su amistad en un entorno diferente. El brillo de sus ojos, iluminados por las llamas infernales, reflejaba la camaradería y el cariño que compartían.

En ese rincón del infierno, rodeados de sombras y fuego, el tiempo parecía detenerse. Jack'o y Gennyel se sumergieron en un diálogo animado, compartiendo anécdotas y reflexiones sobre la vida y el universo. La calabaza tallada de Jack'o, con su sonrisa siniestra, parecía iluminarse con una luz interna, resaltando los detalles tallados con precisión en su rostro. El único ojo de Gennyel, de profundo color negro y pupila blanca, parecía ser el reflejo de todo el conocimiento y la sabiduría que poseía.

El resplandor de las llamas se reflejaba en sus rostros, creando una atmósfera mágica y enigmática. Las sombras bailaban en sus contornos, resaltando la dualidad de sus personalidades. Aunque sus apariencias fueran opuestas, Jack'o con su aura siniestra y Gennyel con su porte majestuoso, había una conexión especial entre ellos, una complicidad que trascendía las apariencias.

En ese momento, el balcón del palacio se convirtió en un escenario donde la amistad se celebraba en medio del fuego y las tinieblas. La noche caía lentamente sobre el infierno, sus estrellas distorsionadas por la presencia de las llamas eternas. En ese entorno surrealista, Jack'o y Gennyel encontraron un refugio de calma y camaradería, sabiendo que, sin importar el lugar o las circunstancias, su amistad brillaba como una luz en la oscuridad del universo.

La conversación se extendió durante horas, abarcando temas triviales y profundos. Jack'o, con su personalidad extrovertida, contaba historias extravagantes y divertidas que arrancaban carcajadas a Gennyel. Por su parte, Gennyel compartía su sabiduría y reflexiones sobre la existencia y el sentido de la vida.

Sin embargo, incluso en medio de la diversión y la camaradería, la pregunta resonaba en el aire. Jack'o miró fijamente a Gennyel y con una expresión más seria en su rostro, preguntó: "¿Qué es existir? ¿Cómo sabemos que realmente existimos?" La pregunta flotaba en el aire como una sombra inquietante, rompiendo momentáneamente la armonía de la velada.

En el corazón del palacio de Jack'o, una enorme mesa se alzaba majestuosamente, cubierta por un mantel negro satinado que brillaba sutilmente bajo la luz tenue de las velas. Sobre ella, una selección exquisita de platos se desplegaba como una sinfonía de colores y aromas irresistibles.

Los tonos oscuros y profundos se entremezclaban con destellos dorados y plateados, creando una paleta visual cautivadora. Los manjares se presentaban con una precisión meticulosa, resaltando los contrastes de colores y texturas. Delicados bocados de mariscos bañados en una salsa carmesí, carnes asadas que desprendían un intenso aroma ahumado, vegetales frescos y crujientes adornados con pinceladas de salsas vibrantes.

Las copas de cristal brillaban bajo la luz, reflejando destellos dorados y rubíes en sus superficies pulidas. El vino tinto, oscuro y seductor, se derramaba con elegancia en las copas, dejando escapar sus sutiles aromas de frutas maduras y especias. Cada sorbo era un deleite para los sentidos, envolviendo el paladar en una sinfonía de sabores complejos y cautivadores.

Jack'o y Gennyel disfrutaban de la cena con gusto y placer, intercambiando risas y palabras animadas. El paladar de ambos se regocijaba con cada bocado, mientras sus ojos se iluminaban con la emoción de la compañía y la exquisitez del banquete. El ambiente alrededor era una sinfonía de voces y risas, la música de la camaradería y la amistad resonando en el aire.

Una vez satisfechos, Jack'o y Gennyel se levantaron de la mesa y salieron al exterior, adentrándose en los infinitos valles del infierno. La noche había caído y el cielo se convirtió en un lienzo estrellado. Las llamas danzantes, en tonos rojos y naranjas, iluminaban el paisaje infernal, creando una atmósfera mística y enigmática.

Los valles se extendían en la distancia, con sombras y luces que se entrelazaban en una danza fascinante. El suelo ardiente vibraba bajo sus pies, sus destellos reflejándose en los trajes de ambos, resaltando sus figuras en medio de la oscuridad. A medida que avanzaban, los colores del fuego se entremezclaban con las sombras, creando una sinfonía visual que cautivaba los sentidos.

Gennyel y Jack'o caminaban en silencio, absortos en la belleza del infierno que les rodeaba. Sus pasos resonaban en el suelo, rompiendo el silencio de la noche. Las estrellas brillaban intensamente en el oscuro firmamento, como pequeños faros en medio de la oscuridad. El aire estaba impregnado de un aroma inconfundible, un olor a fuego y azufre que se mezclaba con las sutilezas de la naturaleza infernal.

Mientras avanzaban, el brillo de las llamas iluminaba sus rostros, acentuando sus expresiones. La calabaza tallada de Jack'o parecía cobrar vida con cada sombra y cada destello, su sonrisa siniestra resaltando en medio de la oscuridad. Gennyel, con su único ojo brillante, reflejaba la sabiduría y la bondad en su mirada, su presencia irradiando calidez y amabilidad.

En aquel momento, mientras el infierno se desplegaba a su alrededor, Jack'o miró a Gennyel con seriedad y determinación. La pregunta que había estado en sus mentes durante toda la velada resonaba en el aire, como una chispa de curiosidad en medio de la oscuridad.

Continuaron caminando, dejando que el misterio del infierno los envolviera, mientras sus pensamientos se adentraban en las profundidades del significado de la existencia. En medio de aquel paisaje infernal, Jack'o y Gennyel se adentraron en un diálogo profundo y filosófico, explorando las preguntas trascendentales que habían surgido en sus corazones.

Mientras caminaban, Jack'o parecía sumido en sus pensamientos. Sus pasos resonaban en el suelo abrasador, y el eco de sus palabras retumbaba entre las rocas ígneas. Miró a Gennyel con una mirada profunda, llena de interrogantes y búsqueda de respuestas. 

"¿Cómo sabemos que existimos?", repitió Jack'o, esta vez con una voz cargada de introspección. La pregunta parecía resonar en cada rincón del infierno, desafiando las convicciones más arraigadas y abriendo las puertas hacia el misterio de la existencia misma.

Gennyel se detuvo y miró a su amigo con seriedad. Sabía que Jack'o estaba tocando un tema profundo y esencial. Las llamas del infierno parecían arder con más intensidad, como si la respuesta a esa pregunta estuviera oculta en su resplandor infernal.

A lo que Gennyel, tras mirar hacia arriba y respirar hondo, respondió a la pregunta con una voz suave, pero llena de sabiduría y profundidad: "Dime, si un árbol cae en medio de un bosque pero nadie lo escucha ni nadie lo presencia, ¿realmente cayó?" Sus palabras resonaron en el aire, como un eco que desafía la percepción misma de la realidad. Luego, con una mirada profunda, continuó: "Ahora, digamos que en toda mi vida jamás he hecho ningún cambio en el mundo, ni he logrado nada. No he tenido amigos, pareja, nunca me he casado ni he tenido hijos. No he creado ni destacado en nada. ¿Realmente existí?"

El silencio se apoderó del escenario mientras Jack'o escuchaba atentamente las palabras de Gennyel. El cálido resplandor del infierno parecía intensificarse, como si estuviera esperando la respuesta que yacía en el corazón de la cuestión planteada.

"No, no lo creo así", respondió Gennyel con calma, su voz resonando en el aire. Su único ojo, con su profundo color negro y pupila blanca, reflejaba una sabiduría insondable. "Si ese es el caso, si mi existencia carece de relevancia, entonces realmente no existo", continuó, su tono cargado de reflexión.

Jack'o observaba atentamente a su amigo, con su cabeza de calabaza tallada y su sonrisa siniestra. Vestido con su elegante traje púrpura y su sombrero de copa alta, su figura imponente se destacaba en medio del paisaje infernal.

Gennyel levantó la mano, señalando hacia el horizonte oscuro y tumultuoso del infierno. "Al mismo tiempo, y es así como funciona", expresó con serenidad, "yo creo fielmente que el propósito de la vida es probar nuestra existencia. De lo único que tú y yo podemos estar seguros en cada plano físico o no físico, ya sea en el espacio, en la tierra, infierno, cielo o en el mar, es que pensamos, sentimos y existimos. Y lo mismo se aplica a las personas que nos rodean: ellos también piensan, sienten y existen".

El ambiente se llenó de una vibrante energía mientras Gennyel continuaba hablando. Sus palabras resonaban en el espacio, como una melodía que abarcaba la vastedad del universo. "Hay tantas formas de vida en este vasto universo", suspiró. "Desde las formas basadas en carbono hasta las que se basan en fósforo. Cada una de ellas, por más pequeña que sea, compone nuestro universo. Incluso las acciones aparentemente insignificantes pueden tener un impacto trascendental en la vida de los demás. Mientras hagas algo que ayude o mejore la vida de alguien, estás existiendo".

Gennyel se emocionó con cada palabra que salía de su boca, su voz resonando con pasión y determinación en medio del infierno. Sus gestos eran enérgicos y expresivos, sus manos se movían en el aire como si pintaran un cuadro con cada frase que pronunciaba. Los colores del universo parecían intensificarse a su alrededor, como si las estrellas y las llamas bailaran al compás de sus palabras.

"Vive para cambiar nuestro universo, no, tu universo", exclamó Gennyel con un tono ferviente. Su ojo brillaba con una luz intensa y su figura imponente irradiaba una energía incontenible. "No lastimes a las personas, crea un mundo feliz y sin dolor. Usa toda tu vida para lograrlo, aprovecha tu existencia en hacer el bien".

Mientras hablaba, Gennyel se acercaba a Jack'o, colocando sus manos sobre sus hombros. La calidez de su contacto se mezclaba con la determinación que emanaba de su ser. "Y cuando te des cuenta y sepas que el universo ha cambiado gracias a ti, y a tus actos, por muy pequeños que sean, allí sabrás que existes".

El rostro de Jack'o se iluminó con una mezcla de asombro y gratitud. Podía sentir la fuerza de las palabras de su amigo penetrando en lo más profundo de su ser. Cada una de las acciones y experiencias que mencionaba Gennyel cobraba vida en su mente, llenándolo de un sentido renovado de propósito y significado.

"Cada sonrisa creada, cada lágrima derramada, cada beso, cada abrazo, cada día, cada experiencia, cada palabra, cada minuto y cada paso dado", continuó Gennyel, su voz resonando con un tono emotivo. "Todo eso vale totalmente la pena si te hace sentir algo, porque recuérdalo amigo ¡Estás vivo! ¡Tú estás vivo!"

Una oleada de emoción envolvió a Jack'o mientras asimilaba las palabras de su amigo. Sus ojos brillaban con una chispa renovada, su pecho se llenaba de una sensación de plenitud y satisfacción. En ese momento, el universo parecía expandirse ante sus ojos, revelando su verdadera belleza y grandeza.

Gennyel concluyó con una invitación a gritar la propia existencia. "Grita con toda tu fuerza que estás vivo y que existes", exclamó con fervor. "Porque tú eres importante, recuerda eso siempre. Grita que eres feliz de ser real. Gritalo... Eres real".

El eco de sus palabras resonó en el vasto espacio del infierno, como un grito de libertad y autenticidad. Jack'o, con los ojos manchados con algunas lágrimas, abrazó a Gennyel con gratitud y admiración, resolviendo una duda de millones de años. 

Gennyel miró hacia el cielo oscuro y estrellado, y su voz se llenó de asombro y reverencia. "Vivimos en un universo simplemente hermoso, ¿no crees amigo?", dijo, su tono lleno de admiración. Ambos contemplaron el infinito cosmos, maravillados por su grandeza y la certeza de que su existencia tenía un propósito trascendental en ese vasto lienzo cósmico.

AJEDREZ HOLOGRAFICO

En el interior de la imponente estación espacial 21623, en órbita alrededor de Onarú-B, el Profesor Matthew Ownaim y el Doctor Incógnito se encontraban en una sala de descanso inusualmente tranquila. El zumbido suave de las máquinas y el parpadeo de las luces le daban un ambiente futurista y sereno al lugar. Era un día como cualquier otro en la estación, pero algo distinto estaba a punto de suceder.

El Profesor Ownaim, con su característica mirada profunda y penetrante, estaba sentado en uno de los sofás, hojeando unos informes científicos mientras exhalaba lentamente el humo de su cigarrillo. A su lado, el Doctor Incógnito rebosaba de energía, sus ojos brillantes y curiosos saltaban de un punto a otro de la sala mientras garabateaba fórmulas y bocetos en un cuaderno.

—Matthew, ¿alguna vez has jugado ajedrez? —preguntó el Doctor Incógnito de repente, mirando a su compañero con una sonrisa traviesa.

El Profesor Ownaim levantó la mirada, ligeramente sorprendido por la pregunta.

—Nunca, en realidad. Aunque he leído sobre el juego, nunca me he tomado el tiempo para aprender a jugarlo.

El Doctor Incógnito soltó una risa efervescente.

—¡Perfecto! Entonces, ¿Qué dices si hacemos algo inusual y jugamos una partida de ajedrez? ¡Será divertido!

El Profesor Ownaim asintió, intrigado por la propuesta de su amigo.

—Está bien, acepto el desafío. Aunque debo advertirte que mi mente está más acostumbrada a los números y las fórmulas que a los movimientos del ajedrez.

El Doctor Incógnito sacó un tablero de ajedrez holográfico de su mochila, lo colocó en una mesa cercana y lo activó. Las piezas comenzaron a materializarse en el tablero con un brillo etéreo.

—¡Aquí vamos! —exclamó emocionado, tomando el control de las piezas blancas—. Te advierto, soy bastante bueno en esto, así que prepárate para una partida emocionante.

La partida comenzó con los movimientos típicos de las piezas.

El tablero de ajedrez brillaba con las piezas dispuestas en sus posiciones iniciales. La partida avanzó con movimientos calculados y estratégicos por parte de ambos jugadores. El Doctor Incógnito, conocido por su extroversión y emoción, mostraba una intensidad notable en su mirada mientras consideraba sus movimientos. Cada jugada era ejecutada con precisión y rapidez, su mente trabajando a toda velocidad para anticipar las posibles respuestas de su oponente.

1. e4 e5

2. Cf3 Cc6

3. Ab5 a6

4. Aa4 Cf6

5. O-O Ae7

6. Te1 b5

7. Ab3 d6

8. c3 O-O

9. h3 Ca5

La partida había entrado en una etapa crítica, con las piezas posicionadas en el tablero de manera estratégica y calculada. Los movimientos de los dos genios parecían anticiparse entre sí, cada uno intentando obtener la ventaja definitiva.

10. Ac2 c5

11. d4 Dc7

12. Cbd2 cxd4 

13. cxd4 Cc6

14. d5 Cb4

15. Ab1 a5

16. a3 Ca6

17. Cf1 Ad7

18. Cg3 Tfc8

19. Ag5 h6

20. Ae3 Cc5

21. Cd2 b4

22. a4 Tab8 

23. b3 Dd8

24. Cc4 Ch7

25. f4 Ah4

El Profesor Matthew Ownaim (Negras) mantenía una actitud relajada y aparentemente indiferente. Tomaba una bocanada de su cigarrillo y daba un sorbo ocasional a su copa de vino. Su ojo observaba el tablero con calma, como si estuviera contemplando algo mucho más allá de las piezas de ajedrez. Su enfoque parecía estar dividido entre el juego y sus pensamientos personales, mientras las jugadas del Doctor Incógnito continuaban.

26. Df3 Cxb3

27. Cxd6 Tc3

28. fxe5 Cxa1

29. Dxf7+ Rh8 

A medida que las jugadas avanzaban y las piezas cambiaban de posición, el Profesor Ownaim comenzó a demostrar una sorprendente capacidad para anticipar los movimientos de su amigo. A pesar de su falta de experiencia en el ajedrez, sus decisiones parecían guiadas por una intuición y una comprensión innata del juego. Cada movimiento suyo estaba respaldado por una estrategia sólida, y su confianza empezaba a ganar terreno.

El Doctor Incógnito, por otro lado, no dejaba de sorprenderse ante la destreza de su amigo. Sus expresiones de asombro y satisfacción se reflejaban en su rostro mientras observaba cómo el Profesor Ownaim defendía sus piezas y contraatacaba con movimientos audaces.

30. Axh6 gxh6

31. Cgf5 Dg8

32. Dxd7 Axe1

33. Cxh6 Dg6

34. Chf7+ Rg8

35. e6 Tg3

36. Rf1 Txg2

37. Rxe1 Dg3+

38. Rf1 Df2#

f2#

Finalmente, el Profesor Ownaim ejecutó un movimiento que dejó al Doctor Incógnito en una posición precaria. Era una combinación impresionante que había llevado a una ventaja decisiva en la partida. El Profesor Ownaim observó con una ligera sonrisa mientras el Doctor Incógnito miraba el tablero, procesando la situación.

—Jaque mate —anunció el Profesor Ownaim con calma, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa tranquila.

El Doctor Incógnito soltó una risa de incredulidad y admiración al mismo tiempo. Sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y respeto. Se recostó en su silla y aplaudió suavemente.

—Vaya, vaya, Matthew. Parece que tienes algunos ases bajo la manga, incluso en el ajedrez —comentó el Doctor Incógnito con una expresión juguetona.

El Profesor Ownaim exhaló el humo de su cigarrillo y alzó su copa de vino en un gesto de saludo relajado.

—Puede que no sea un gran maestro del ajedrez, pero siempre es bueno tener algunas sorpresas guardadas. A veces, las estrategias más inusuales son las más efectivas.

El Doctor Incógnito rió alegremente y se levantó de su silla.

—Tienes razón, amigo. ¡Esa partida fue increíble! Definitivamente necesitamos repetirla en el futuro. Y tal vez, solo tal vez, podré sorprenderte yo también.

El Profesor Ownaim asintió con una sonrisa y se inclinó hacia atrás en su silla, disfrutando del momento y de su victoria momentánea en la partida. 

El Aliento del Tiempo (Relato especial por el Tercer Aniversario)


En el vasto tapiz del cosmos, donde las estrellas se tejen con el polvo de los sueños y los universos surgen como chispas en la oscuridad, se erige Kalíz, una dimensión concebida por la mente maestra del Padre tras su descanso en el primer plano de la creación. Allí, donde los cielos se extienden con colores tan vívidos como los deseos y la vida palpita en cada rincón, se encuentra un lugar de asombro y belleza, cuyo corazón late al compás de un reloj de arena ancestral.


En el centro de la isla principal de Kalíz, llamada "Alhoi", se alza un monumento de esplendor divino: el Árbol de la Vida. Un gigantesco ser dorado con hojas de un rojo profundo como las gemas más preciosas, se eleva con majestuosidad hacia los cielos etéreos. Cuentan las leyendas que este árbol es la manifestación del aliento del Padre, una extensión de su ser que infunde vida y energía a toda Kalíz. Sus raíces, entrelazadas con las fibras del tiempo, conectan cada rincón de la dimensión, como los hilos de un tejido cósmico que une todas las cosas.


Las criaturas que pueblan Kalíz son los Celestiales, seres de luz y poder que nacieron de la chispa divina del Padre. Desde los Serafines, cuyas alas despliegan resplandor en los cielos como auroras boreales, hasta los Ofamin, cuyos ojos brillan como estrellas en la noche. Los Arcángeles, con su sabiduría ancestral, y las Potestades, guardianas de las energías primordiales, conforman las facciones que protegen y guían la armonía de este reino.


La esencia misma del Árbol de la Vida fluye como un torrente de tiempo a través de Kalíz. En el epicentro de Alhoi, los Celestiales se reúnen en ocasiones especiales para presenciar el deslizamiento constante de la arena dorada en el interior de un reloj de arena antiguo, custodiado por los Serafines. Este reloj es un símbolo de la eternidad, donde el pasado y el futuro se entrelazan, recordando a los Celestiales la importancia de mantener el equilibrio en todas las cosas.


En Kalíz, el tiempo fluye en ciclos etéreos, mientras el Árbol de la Vida exhala y los Celestiales danzan al ritmo de los universos. Este reino es más que un mero lugar; es un recordatorio de que cada grano de arena en el reloj de arena de Kalíz es una pequeña historia en la vastedad de la eternidad. Es un eco de los sueños y esfuerzos que dieron origen a este cosmos, y en este tercer aniversario de Proyect Eternity, podemos mirar hacia Kalíz y recordar que cada paso en nuestro viaje literario es un grano que contribuye a tejer el tapiz cósmico del cual somos parte.

LA LEYENDA DEL COSECHADOR

Hace siglos, en una era perdida en los recovecos del tiempo, cuando las estrellas aún no habían perdido su brillo y la noche era un manto negro e insondable, la tierra de los Phyleen estaba sumida en la oscuridad del olvido. Eran tiempos de desconcierto, cuando las almas vagaban sin rumbo en busca de su camino eterno, y el inframundo estaba sumido en una confusión caótica..


Su esqueleto macabro, cubierto de polvo de la muerte, lo hacía parecer una encarnación de la propia noche eterna. Su vestimenta se asemejaba a la de un charro antiguo, sumando un poncho oscuro que ondeaba con la brisa fantasmal que lo envolvía.


Portaba en sus manos dos hoces plateadas, afiladas como el filo de la muerte misma. Estas hoces eran los emblemas de su labor macabra, las herramientas con las que cosechaba las almas perdidas. Un látigo, hecho de sombras retorcidas y empapado de la misma oscuridad que llenaba su mundo, colgaba de su cinto y silbaba como los vientos del inframundo cuando se movía.


Su cráneo, en lugar de una boca, era una calavera lisa y sin rasgos distintivos. Pero lo que más aterrorizaba a quienes lo veían era el fuego azul que ardía en el interior de sus cuencas vacías, una llama etérea que parecía reflejar las almas que había cosechado a lo largo de los siglos. Sus ojos, o lo que quedaba de ellos, eran dos puntos de luz fría y sin vida en medio de la oscuridad.


En su sombrero de ala ancha, el Cosechador llevaba una pluma oscura, una pluma que simbolizaba la pena y el dolor de aquellos que habían cruzado su camino.


La leyenda contaba que El Cosechador no era ni ángel ni demonio, sino una entidad ancestral que había surgido cuando el tiempo aún no tenía significado. Se decía que su existencia se entrelazaba con los hilos del universo, y su deber eterno era mantener el equilibrio entre la vida y la muerte. Siempre cabalgaba al borde del mundo, un mundo intermedio entre la vida y la muerte, una dimensión donde las almas perdidas buscaban redención.


Se decía que El Cosechador había existido desde el comienzo de los tiempos y que sus labores habían sido encomendadas por los dioses, o quizás por fuerzas aún más antiguas y misteriosas. Su papel era simple pero terrible: era el segador de almas, el recolector de aquellos que habían perdido su camino. Cuando su sombra caía sobre un alma errante, era el final de su búsqueda. Con sus hoces, cortaba los vínculos de la vida, liberando al alma de su eterno sufrimiento. Su látigo, un artefacto siniestro imbuido de poderes ancestrales, sometía a aquellos que desafiaban su deber.


Aquellos desdichados que se encontraban con el Cosechador sabían que su hora había llegado, que la sombra de la muerte se cernía implacable sobre ellos. Las hoces en las manos del Cosechador segaban la vida con una precisión espeluznante, como si estuvieran guiadas por una voluntad más allá de lo terrenal. Los huesos de las víctimas eran arrancados de sus cuerpos con una violencia grotesca, sus cuerpos despojados de la carne mortal, y sus almas eran arrastradas inexorablemente hacia el abismo.


Dicen que los susurros del Cosechador eran como el viento helado que eriza la piel, una voz que susurraba promesas de oscuridad y eternidad en los oídos de sus víctimas. Su mirada, o lo que quedaba de ella en las profundidades de su cráneo llameante, era como el frío acero del olvido, una mirada que perforaba el alma y dejaba una marca imborrable en aquellos que tenían la desgracia de cruzarse en su camino.


Nadie escapaba de su destino, y nadie regresaba de las garras del Cosechador. Cada encuentro con esta figura macabra era un pasaje sin retorno hacia la eternidad sombría. El miedo que inspiraba iba más allá de lo físico, se adentraba en lo más profundo de la psique de aquellos que sabían que su vida había llegado a su fin.


El Cosechador, en medio de su macabra labor, poseía una extraña personalidad que lo hacía aún más insondable. Aunque su esencia estaba ligada a la muerte y la destrucción, tenía una costumbre tétrica: ocasionalmente, antes de llevar a cabo su tarea, gustaba de susurrar antiguas leyendas de pesadilla, como si compartiera historias malditas con sus víctimas. Esto solo aumentaba la desesperación de aquellos que se encontraban atrapados en su presencia.


El Cosechador no era un ser puramente malévolo, extrañamente, seguía una especie de código en su cacería. No mataba indiscriminadamente, sino que observaba atentamente a sus presas, evaluando si merecían o no su implacable destino. Aquellos que habían cometido atrocidades en vida eran sus presas favoritas, mientras que aquellos que habían llevado vidas honradas podían tener una remota posibilidad de escapar de su funesto juicio. Esta noción de justicia macabra lo hacía aún más aterrador, ya que a veces permitía que un fugitivo se deslizara de sus garras con una macabra sonrisa.


Y hablando de sonrisas, le agradaba hacer ruidos espeluznantes, sonidos que reverberaban en la oscuridad de la noche y que provocaban escalofríos. El Cosechador se deleitaba en sembrar el terror en sus víctimas antes de llevar a cabo su labor siniestra. Era un toque final que imprimía un sello de pesadilla a cada encuentro, como si disfrutara del miedo que causaba a su alrededor.


Y así, la Leyenda del Cosechador perdura, una historia que se narra en susurros en las noches más oscuras, una advertencia de que la muerte siempre acecha en las sombras, esperando cosechar lo que le pertenece.


GEMAS

En el remoto planeta de Aurora Prime, donde los túneles serpenteantes se entrelazan como venas en la tierra, la forja de los Canskat resonaba con el eco metálico de martillos golpeando el yunque. Era en la ciudad subterránea de Kragmire, donde Eldrin Bronzehand, un hábil herrero Canskat, se sumía en la creación de una obra maestra. La leyenda de una gema mítica llamada "Corazón de Estelar" había llegado a sus oídos, y él estaba decidido a forjarla en una joya que emulara la luz de las estrellas.

Con su martillo resonando en las cavernas, Eldrin trabajaba con una mezcla de destreza y devoción. Los murmullos de la ciudad subterránea se mezclaban con el canto de las Veptales, las arañas mecanizadas que eran su medio de transporte y compañeras de batalla. En su espalda, Eldrin llevaba la reliquia de su familia, una daga forjada en las entrañas de Aurora Prime, marcada con runas ancestrales.

La noticia de la joya en creación se extendió como un susurro por la ciudad subterránea, atrayendo la atención de Valeria Stoneheart, una guerrera Canskat conocida por su destreza en la lucha y su amor por las gemas encantadas. Valeria decidió acompañar a Eldrin en su búsqueda del "Corazón de Estelar", esperando encontrar gemas para incrustar en su propia armadura.

Juntos, emprendieron un viaje intergaláctico hacia el remoto planeta de Diamauda, donde se decía que la gema mítica yacía en un antiguo templo arcaico. Navegando a través del espacio en su nave forjada con tecnología Canskat, el dúo enfrentó desafíos astronómicos y batallas con piratas intergalácticos.

Al llegar a Diamauda, se encontraron con un paisaje de belleza deslumbrante, pero también con peligros inesperados. El templo estaba custodiado por criaturas hostiles, y el "Corazón de Estelar" estaba resguardado por trampas arcaicas.

En las entrañas del templo, con la luz de estrellas titilando en el techo, Eldrin y Valeria se enfrentaron a la gema mítica. Trabajaron juntos, combinando las habilidades de la herrería con la astucia de la guerrera, para extraer la gema y llevarla de vuelta a Kragmire.

De vuelta en su ciudad subterránea, Eldrin finalmente completó la creación de la joya "Estrella de Kragmire", una gema que irradiaba un resplandor celestial. Esta joya, con su fulgor estelar, se convirtió en el emblema de la ciudad y en la fuente de inspiración para futuros aventureros Canskat que buscaban forjar su propio destino en las estrellas.

VIDA EN EL YUNQUE CELESTIAL

Dentro de la Yunque Celestial, la nave insignia de los Canskat, el zumbido constante de maquinaria resonaba por los pasillos estrechos y oscuros. Luces intermitentes iluminaban a los Canskat que trabajaban incansablemente en sus forjas y talleres.

En la forja principal, el rugir del metal contra metal creaba una sinfonía cacofónica. Los Harbraks de la Forja martillaban con destreza, dando forma a placas de armadura brillante y afilando cuchillas de plasma con precisión milimétrica.

"¡Vamos, hermanos! ¡Nuestras armas deben brillar con el fulgor de las estrellas!" Gritó Jorvik.

Los Dhurandins de las Profundidades se alineaban en una esquina, ajustando sus escudos antimisiles y compartiendo risas entre ellos. En otra sección, los Karnarins de la Aracania preparaban las espadas luminosas de sus monturas Veptales, llenando el aire con el zumbido de la energía.

Jorvik, el Capitán caminó hacia la bahía de observación. Desde allí, las estrellas destellaban en el vacío cósmico.

 "Este universo es vasto y hostil. Pero nosotros somos los herreros que forjarán su destino."

Mientras tanto, en los túneles de la nave, los Skarvits patrullaban en silencio, sus patas metálicas resonando en el suelo. Descendieron por las escaleras mecánicas, llevando mensajes cifrados entre las distintas secciones.

En la sala de descanso, los Canskat compartían raciones de comida compacta y risas. Algunos compartían historias de batallas pasadas, mientras otros examinaban mapas estelares en busca de futuras oportunidades.

En los rincones más oscuros, los Brumbarbs ajustaban sus pesadas armaduras. Sus gemas oscurecidas resplandecían con un fulgor místico mientras preparaban sus potentes armas para el próximo enfrentamiento.

La sirena de alerta resonó de repente, cortando la camaradería. Los Canskat se movieron con eficiencia militar hacia sus estaciones.

"¡Prepárense! ¡Quizás hoy encontremos la joya que nos llevará a nuevas alturas!" — Gritó Jorvik.

La Yunque Celestial se preparaba para otro salto estelar, llevando consigo la esencia de los Canskat: la voluntad de forjar su destino en las fraguas del cosmos, sin importar lo que encontraran en las vastedades del espacio infinito.

MARTILLOS Y PIEDRAS

Los Canskat avanzaban por un planeta desolado, una luna olvidada con cavernas oscuras y vastos desiertos minerales. La Yunque Celestial, su nave insignia, flotaba sobre ellos como una sombra, mientras ellos bajaban a tierra.

Harbraks de la Forja, con fusiles de plasma relucientes, marchaban en formación. El Capitán Jorvik, un veterano de innumerables batallas, observaba el horizonte inhóspito.

"¡Preparen escudos! No sabemos qué criaturas acechan en estas profundidades. La misión es clara: extraer minerales para nuestras forjas y defender la nave a toda costa." Ordenó Jorvik.

Los Dhurandins de las Profundidades formaron un muro impenetrable, sus escudos antimisiles listos para resistir el embate de cualquier amenaza. La avanzada de Brumbarbs, con armaduras oscuras y gemas titilantes, avanzaba con pasos pesados.

De repente, la tierra tembló. Del suelo surgieron criaturas rocosas, feroces y hambrientas. Los Karnarins de la Aracania cargaron con furia, lanzas de energía brillando en la oscuridad.

 "¡Alto! ¡Defiendan la formación!

Los Karnarins perforaron las filas enemigas, pero las criaturas rocosas no cedían. Los Harbraks dispararon ráfagas de plasma, iluminando la escena con destellos mortales. Dhurandins levantaron escudos, resistiendo el embate mientras Brumbarbs cargaban en la retaguardia.

En los túneles subterráneos, los Skarvits deslizaban sigilosamente, infiltrándose para cortar la retaguardia enemiga. Los chillidos metálicos llenaban el aire, mezclándose con el rugir de las bestias y el zumbido de los fusiles.

"¡Sostengan la línea, hermanos! ¡Por las forjas y por la Yunque Celestial!"

La batalla fue un ballet de metal y gemas, con los Canskat defendiendo su lugar en la cadena alimentaria cósmica. En las profundidades del conflicto, los Skarvits tejían su danza letal, desmantelando criaturas enemigas.

Finalmente, la victoria resonó en el aire, marcada por el silencio de los túneles. Jorvik observó los cadáveres rocosos y suspiró.

"Hemos enfrentado las profundidades de este oscuro rincón del universo. Pero nuestra forja sigue encendida, y nuestras armaduras aún brillan. Sigamos, hermanos, en busca de más desafíos y gemas que forjar." Pensó Jorvik, reflexivo.

Así, los Canskat, con sus Brumbarbs marcados por la batalla, sus Karnarins erguidos y sus Skarvits sigilosos, continuaron su odisea a través del cosmos, listos para enfrentarse a la oscuridad en cada rincón del vasto y desconocido universo.

NUNCA AMENACES EL TESORO DE UN CANSKAT

Los Canskat surcaban el espacio como una horda de enanos espaciales borrachos, su nave forja resplandecía con la mezcla de luces rojas y azules del exterior de la misma, destellando en el frío vacío del cosmos. El susurro constante de las forjas y el martilleo resonaba dentro de la nave, marcando el pulso de esta facción inusual. La misión actual los llevaba a un sistema estelar rico en gemas, un tesoro codiciado que los saqueadores y piratas no podrían resistir.

En las entrañas de la nave, el rugido de las forjas competía con el zumbido de los motores, creando un contrapunto frenético. Los Canskat, ataviados con armaduras oscuras resplandecientes con detalles dorados, se preparaban siempre para la batalla. Entre ellos, las Veptales, imponentes arañas mecanizadas, se agitaban con expectación, listas para desgarrar a aquellos que se atrevieran a desafiar a su maestro herrero.

La alarma resonó cuando las naves de asalto piratas aparecieron en el horizonte del abismo estelar, pequeñas pero ágiles. Los Canskat se pusieron en formación, listos para la inminente violencia que se desataría.

"Hivebender One, controla esos Skarvits. ¡Dhurandins, prepárense para el abordaje enemigo!" comandó el líder, un Canskat con un martillo pesado capaz de destrozar cráneos en mano.

Las Hivebenders, con sus artefactos encantados, extendieron sus brazos y los enjambres de Skarvits salieron disparados de las tuberias de filtro de la nave forja, rodeando las naves enemigas mas lejanas como enjambres de avispas mecánicas.

Los saqueadores, al verse envueltos en el metal zumbante, intentaron maniobrar lejos, pero los Canskat eran astutos. Las explosiones resonaron en el vacío cuando los Skarvits perforaron los cascos de las naves enemigas, creando un escenario macabro de fuego, sangre y metal, de todas formas hubieron un buen par de naves que lograron entrar, pero los Canskat ya los estaban esperando...

En medio del caos, los Dhurandins avanzaron, escudos en alto, recibiendo una lluvia de disparos enemigos. La energía destellaba en sus escudos, reflejando la luz de las explosiones. Los piratas, desesperados, intentaron resistir el avance de a quienes debían saquear, pero los Dhurandins no cedían terreno en la nave.

Los Karnarins de la Aracania cargaron con sus Veptales, una marea de metal recorriendo en los pasillos de la enorme nave forja. Espadas luminosas cortaron a través de los enemigos dispersos, y lanzas de energía perforaron cascos. La letalidad de su carga era tan imparable como el flujo de un río.

Mientras tanto, en las entrañas de la nave, los Harbraks de la Forja saltaban de plataforma en plataforma, enfrentándose a los intrusos con fusiles de plasma. Los Brumbarbs se mantenían firmes, desatando fuego pesado y protegiendo las forjas esenciales.

"¡Ríndanse, saqueadores! Somos los guardianes de estas gemas", exclamó el líder, su martillo ahora estaba lleno de sangre, un testigo mudo de la brutalidad del capitán.

En un último intento desesperado, los saqueadores intentaron una rendición, pero la respuesta de los Canskat fue el estruendo de armas de plasma y martillos, un recordatorio de que no mostraban clemencia a aquellos que amenazaban su tesoro.

El combate dejó un rastro de desolación en el espacio, naves destrozadas y escombros flotando. Los Canskat regresaron a sus labores como si nada hubiera sucedido, el brillo de las gemas reflejándose en sus ojos metálicos mientras continuaban su travesía a través del vasto cosmos, siempre dispuestos a proteger sus tesoros con sangre y acero.

(¡250!) REUNION CON LOS DIOSES

En el crepúsculo de Shalldare, donde los tonos anaranjados y dorados pintaban el horizonte, dos Shalldare se encontraban en un claro cubierto de pasto nocturno. El joven de unos 27 años, con sus cuernos todavía cortos pero prometedores, compartía un momento de silencio con el anciano que yacía recostado en la suave alfombra de hierba.

El anciano, con más de tres siglos a sus espaldas, observaba el cielo estrellado con ojos que habían visto incontables batallas y momentos de gloria. Su piel curtida y aun musculosa a pesar de los siglos, y sus cuernos imponentes al igual que su armadura, el era uno de los elegidos para proteger las noches, aquellos detalles contrastaban con la delicada textura del pasto bajo él. Cada hoja verde se mecía suavemente con la brisa, un tapiz natural que acariciaba sus cuerpos.

"Esto es lo que más he amado en toda mi vida" susurró el anciano, su voz grave vibrando en la quietud del anochecer—. Ver las estrellas, sabiendo que Tasár y Gade nos observan desde el firmamento. Cada centinela brillante es un recuerdo de sus ojos, y ahora, estoy listo para unirme a su constelación.

El joven Shalldare, con respeto en sus ojos, asintió en silencio mientras observaba las mismas estrellas que habían guiado generaciones.

"¿Crees que estaremos con ellos después de nuestra muerte, Gran Guerrero?"

El anciano esbozó una sonrisa cansada.

"Tasár y Gade nos esperarán en el cielo nocturno. Aquí, bajo el manto estelar, nuestras almas encontrarán la paz que ansiamos. Pero tú, joven guerrero, debes continuar la lucha por nuestra Tierra Sagrada hasta el último aliento."

El joven Shalldare asintió, pero no pudo ocultar la tristeza en su mirada.

"Será difícil sin ti, Maestro."

El anciano colocó una mano sobre el hombro del joven.

"Nuestro tiempo es efímero, pero nuestras acciones resonarán por siempre. Recuerda, la muerte no es el final; es solo otro amanecer. La Tierra Sagrada nos necesita, y tú eres la esperanza que permanecerá en la oscuridad de la noche."

Ambos Shalldare compartieron un abrazo silencioso, sus cuernos entrelazados como símbolo de respeto y continuidad. Mientras las estrellas testificaban el adiós del anciano guerrero, el joven sintió la responsabilidad pesar sobre él como la oscura sombra de la noche.

El anciano cerró los ojos, sintiendo la caricia del pasto en su espalda, y se sumió en la paz de la última noche. Mientras el joven observaba el cielo, sabía que, aunque su maestro se fundiera con las estrellas, su legado resonaría en cada hoja del pasto nocturno y en cada centinela del firmamento. La danza eterna de los Shalldare continuaría bajo el vigilante ojo de Tasár y Gade.

LA ÚLTIMA FLOR

En uno de esos días sombríos, mientras recorría los pasillos vacíos de su antiguo palacio que lentamente se desmoronaba, el Regente Infinito encontró algo que lo tomó por sorpresa. En una esquina olvidada, entre escombros y polvo, había un pequeño brote de vida. Una delicada flor, de pétalos dorados y centelleantes, se alzaba hacia la luz, como una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.

El corazón mecánico del Regente Infinito se estremeció al ver aquella maravilla en medio de la desolación. Con manos temblorosas, acarició suavemente los pétalos de la flor, sintiendo una emoción que creía haber perdido para siempre. La belleza de aquella pequeña creación de la naturaleza lo llenó de asombro y conmoción. "¿Cómo es posible que algo tan hermoso pueda surgir en un mundo tan devastado?", se preguntó en silencio.

El encuentro con la flor despertó en el Regente Infinito una chispa de esperanza. Quizás, pensó, aún había algo que valía la pena proteger y preservar en aquel mundo desolado. Decidió cuidar de la frágil flor como si fuera el tesoro más preciado, regándola y protegiéndola de cualquier amenaza que pudiera surgir.

Con el paso de los días, la flor creció y floreció bajo los cuidados del Regente Infinito. Su belleza se intensificaba con cada amanecer, llenando el oscuro mundo con una luz tenue pero resplandeciente. La flor se convirtió en su compañera fiel, en la razón de su existencia en aquel mundo desprovisto de vida.

A medida que la flor florecía, su resplandor irradiaba un aura de vitalidad en el palacio infinito, rompiendo la monotonía de la oscuridad que lo envolvía. Cada pétalo era como un destello de esperanza en medio de la desolación. El Regente Infinito, acostumbrado a la vastedad y la eternidad, encontró un sentido renovado en la fragilidad y efímera belleza de aquella flor.

Sin embargo, como todo en aquel universo, la flor no era inmune al tiempo y la decadencia. A pesar de los esfuerzos del Regente Infinito por preservarla, los pétalos comenzaron a marchitarse lentamente. Era como si la misma esencia del cosmos conspirara contra aquella pequeña muestra de vida. El Regente, aunque poderoso, no podía detener el inexorable paso del tiempo.

La decadencia de la flor pesaba sobre el corazón del Regente. Aquella chispa de esperanza que había encendido en su interior amenazaba con extinguirse. En su impotencia, se aferraba a la idea de que, aunque efímera, la belleza de la flor había traído un destello de luz a su interminable existencia.

Mientras la flor se marchitaba, el Regente Infinito se enfrentaba a una lección dolorosa sobre la transitoriedad de todas las cosas. Aunque su poder abarcaba galaxias y su tiempo se medía en eras, la naturaleza efímera de la vida aún le recordaba su propia fragilidad.

HERMANOS DE METAL

En el fragor de la batalla, donde el aire apestaba a sangre y ozono quemado, la muerte danzaba con cada respiración. El cielo, ennegrecido por nubes de humo, resonaba con los gritos agonizantes de los caídos y el constante retumbar de explosiones en la lejanía. El suelo, una ciénaga de huesos rotos y charcos de vísceras, era un testamento a la aniquilación.

En medio de este infierno, Akarath, un Anarqar, avanzaba, portador de muerte y desesperación. Su armadura, ennegrecida por el fuego enemigo y corroída por la corrosiva lluvia ácida, brillaba bajo los destellos esporádicos de rayos púrpuras que desgarraban el cielo. Sus respiraciones eran un eco dentro de su casco. En sus manos, el Fusil de la Penumbra, una monstruosidad de energía que exudaba un brillo espectral morado, vomitaba ráfagas que incineraban la carne y destrozaban la estructura ósea de los demonios que osaban enfrentarlo.

El campo de batalla era un océano de horrores. Las criaturas, deformadas, lanzaban alaridos mientras se arrojaban contra él. Sus pieles rojas y negras, brillosas y estiradas sobre musculaturas hinchadas, se rajaban con cada impacto de energía, pero eran demasiados. Akarath sintió como la horda comenzaba a cerrarse a su alrededor, su sombra era acorralada por bestias que olían su fin. Huir no era una opción. Morir no le preocupaba. Fallar era lo único que lo aterrorizaba.

De repente, un rugido rasgó el aire, y de entre la bruma rojiza de humo y cenizas, emergió una figura titánica. Theromane el Grande, una leyenda entre leyendas, un guerrero construido de metal sagrado y carne que se negaba a perecer. Con cinco metros de altura, su colosal forma proyectaba una sombra que hizo retroceder momentáneamente incluso a los demonios más feroces. Su coraza era un abismo oscuro, adornado con intrincadas inscripciones doradas que vibraban con el poder de Tánatos, el dios de la muerte. Cada paso resonaba como un trueno, y de sus ojos, dos orbes de un frío rojo, emanaba una luz mortal que congelaba el alma de quienes lo observaban.

"¿NECESITAS UNA MANO, HERMANO?" gruñó la voz metálica de Theron, amplificada a través de sus altavoces incrustados en la garganta. El eco profundo era como si el mismísimo abismo hablara.

Akarath soltó un bufido bajo su casco, sintiendo una chispa de alivio ante la llegada de semejante aliado.

"Agradezco su llegada, Caminante. La muerte me sigue de cerca, pero si es usted, que así sea."

Con la velocidad y precisión de una máquina imparable, Theromane  desató su furia. Sus garras metálicas, de metal bendito y bordes incandescentes, desgarraban a los demonios con una violencia primitiva. Con cada arremetida, la carne y los huesos eran reducidos a pulpa sangrienta, y los gritos de las criaturas quedaban sofocados por el estruendo de su devastación. Sus cañones de plasma, montados en los hombros, escupían destellos de energía purpúrea que vaporizaban filas enteras de demonios, dejando en su estela un olor a carne carbonizada que se mezclaba con el hedor sulfuroso del campo de batalla.

Akarath, aprovechando la distracción, ajustó su postura y recargó su fusil. Los demonios avanzaban en masa, una marea de horrores de mil formas. Algunos tenían brazos retorcidos como garras de insecto, otros rostros que se dividían en mandíbulas plagadas de dientes afilados, y sus ojos, huecos y llenos de odio, reflejaban la condena de todos los mundos devorados. Pero no retrocedió. Cada disparo que lanzaba perforaba carne, y la energía morada chisporroteaba mientras incineraba los cuerpos de sus enemigos.

"Su carne es débil," rugió Theromane, mientras alzaba a una criatura grotesca de cuatro brazos y la partía en dos con sus garras. La sangre negra salpicó su armadura, resbalando por los grabados sagrados. "Tánatos no tiene piedad para los indignos."

Los demonios se arrojaban en oleadas, golpeando como un mar embravecido contra el coloso de metal, pero cada embate era respondido con una devastación absoluta. Theron giraba, sus movimientos rápidos y certeros, aplastando y desmembrando a los seres que lo asaltaban. Un giro de su torso y una de sus garras se hundió en el pecho de un demonio, arrancando su corazón aún palpitante. El sonido de la carne desgarrada y los huesos crujientes era un concierto infernal que resonaba en todo el campo.

"La muerte nos guía, hermano de metal," gritó Akarath, mientras descargaba una ráfaga de energía que reventó la cabeza de un demonio que se acercaba por su flanco. "Sigamos adelante, que conozcan la furia de los elegidos por Tánatos."

La batalla se prolongaba, pero la sinfonía de muerte no cesaba. Theromane  arremetía como un dios de la destrucción, sus cañones fulguraban mientras sus garras seguían triturando demonios, abriéndose paso entre una masa inacabable de horrores. Cada vez que Akarath flaqueaba, una sombra de metal lo cubría, protegiéndolo con una firmeza implacable.

Los demonios, tan incansables como el odio que los impulsaba, finalmente cedieron. El campo de batalla, un paisaje de cuerpos mutilados y restos calcinados, se cubrió de silencio. El viento levantaba cenizas, esparciendo la esencia de los caídos sobre las tierras malditas.

Akarath observó el campo, respirando con dificultad dentro de su casco, el calor de la batalla aún en su piel. A su lado, Theromane el Grande se mantenía firme, su armadura estaba bañada en sangre y despojos. Ninguno de los dos se movió. Eran testigos de la carnicería que habían creado, dos hermanos unidos por la muerte, la máquina y la carne, vencedores ante el caos.

"La guerra continúa, pero hoy, ellos sienten la mano de Tánatos," dijo Theron.

"Que siempre la sientan, hermano. Que siempre la sientan."


EL PLACER DE LA GUERRA

En el abrasador infierno del campo de batalla, donde la tierra temblaba y el aire ardía con el hedor de la carne putrefacta, emergieron las Hermanas de la Lujuria Negra, espectros letales envueltos en una malevolencia que seducía y aterraba por igual. El metal líquido que abrazaba sus cuerpos, esculpidos como los de diosas corruptas, brillaba bajo la luz espectral de los soles moribundos, resplandeciendo en tonos púrpuras y negros. Inscripciones arcanas y cicatrices rituales adornaban su piel como si cada marca fuera una obra de arte dedicada a la brutalidad y al éxtasis, tatuajes de su fe oscura en Tánatos, el Dios de la Muerte.

Szaraina, la más cruel de todas, lideraba con una ferocidad que desafiaba incluso las pesadillas. Su cuerpo se movía como un depredador acechando, con los tatuajes que se extendían sobre sus músculos tensos. Sostenía en sus manos la Espina del Abismo, una motosierra ceremonial cuyas cuchillas dentadas vibraban con hambre, sedienta de carne demoníaca. Cada bramido del motor de la motosierra era como el susurro del mismo Tánatos, arrastrando a las criaturas infernales a su condena. El aire se llenaba de gritos agónicos, un coro infernal que mezclaba el placer con el sufrimiento.

El crujido del metal sobre hueso resonó cuando Szaraina hundió la Espina en el torso de una abominación de tres cabezas, su piel verdosa y mugrienta fue destrozada en una lluvia de vísceras que manchaba el suelo como una orgía de muerte. Los fluidos viscosos del demonio salpicaron su rostro, y sus labios curvaron una sonrisa lasciva, como si cada gota de sangre derramada fuera un amante susurrándole dulces mentiras. "¡Más, malditos!" rugió. "¡Que su sufrimiento nutra nuestra lujuria!"

Las otras Hermanas danzaban alrededor de la masacre, moviéndose con una gracia malsana que convertía la brutalidad en arte. Karessa, la más alta, manejaba sus Cuchillas del Éxtasis con una precisión inigualable. Estas armas, finas como los dedos de un verdugo, cortaban la carne demoníaca como si fuera seda podrida. Cada tajo desprendía jirones de piel que se arremolinaban en el aire antes de caer como cenizas, alimentando el suelo de muerte.

Con un aullido, un demonio se abalanzó sobre ella, mostrando su boca llena de colmillos abiertos de par en par, pero Karessa se giró con un movimiento hipnótico, esquivando con un giro sensual, y en un parpadeo, las cuchillas perforaron su abdomen, rasgando su carne y extrayendo su columna vertebral con un tirón. Los gritos del demonio se apagaron mientras caía al suelo, como una marioneta sin hilos.

Mientras tanto, en la distancia, Mirev se deleitaba con su propia carnicería. Ella, la Hermana con la mirada más vacía y a la vez más llena de deseo, empuñaba una Escopeta de la Condenación, una bestia de arma que vomitaba ráfagas de energía púrpura, haciendo estallar cuerpos demoníacos en mil pedazos. Cada disparo era seguido por el grito del motor de la Espina del Abismo, y los demonios caían como moscas en un torbellino de sangre y lujuria. Las entrañas de sus víctimas colgaban de su cuerpo, sus ojos brillaban con un fervor sádico mientras acariciaba sus heridas como si fueran trofeos de amantes caídos. "¡Sentid el fuego de la condenación!" gritó Mirev, con la voz retumbando. "¡Que Tánatos os lleve en su abrazo eterno!"

Los sonidos de los cuerpos desgarrados, los crujidos de los huesos, el silbido del cuero ajustado al moverse y el zumbido de las sierras hacían que cada momento se sintiera como una interminable orgía de muerte. Los demonios, alguna vez temibles, se veían reducidos a simples juguetes en manos de estas diosas caídas. Sus gemidos de dolor y terror se mezclaban con los gritos de placer de las Hermanas, una cacofonía que resonaba en los cielos oscuros como un canto profano.

Szaraina saltó sobre un grupo de demonios, con sus pechos cubiertos de sangre bombeando con cada respiración pesada. Con un giro magistral, su Espina del Abismo atravesó el cuerpo de una criatura de alas membranosas, cuyos huesos crujieron bajo la fuerza brutal de la motosierra. Cada movimiento suyo destilaba una sensualidad oscura, sus ojos verdes brillaban con una malicia incandescente mientras la sangre cubría sus labios y el sabor del hierro llenaba su boca. "¡Venid!" gritó. "¡Venid, para sentir la verdadera lujuria de la muerte!"

A su alrededor, las Hermanas se entregaban al frenesí, balanceando sus látigos que cortaban el aire antes de desgarrar carne demoníaca. Los cuerpos explotaban en una erupción de sangre negra, el hedor a azufre llenaba el ambiente mientras las llamas verdes que cubrían el horizonte danzaban a su alrededor, reflejándose en el brillo húmedo de sus pieles cubiertas de sudor y sangre.

Pero no era solo el caos lo que las impulsaba; era una devoción ferviente, una lealtad absoluta a Tánatos, su dios oscuro. Cada golpe, cada muerte, era una plegaria sádica, un ritual cargado de un éxtasis retorcido. "¡Hermanas!" gritó Karessa. "¡Que la lujuria nos consuma hasta que el último demonio sea polvo bajo nuestros pies!"

El campo de batalla pronto fue reducido a un paisaje de cadáveres desmembrados, la sangre de los demonios estaba formando ríos oscuros que serpenteaban bajo sus pies. Las Hermanas de la Lujuria Negra, cubiertas de heridas, sudor, y el resplandor malsano de su triunfo, se mantuvieron de pie entre las ruinas, como diosas de la muerte, regodeándose en su victoria.


FE ARDIENTE

En la tranquila tarde, los rayos dorados del sol acariciaban la imponente estructura del Santo Sepulcro. Elizabeth, una de las Silenciosas Guardianas, realizaba su ronda ritual alrededor del templo, su vestimenta blanca ondeando con la brisa suave. Cada paso resonaba en el silencio sagrado mientras sus ojos azules examinaban minuciosamente cada detalle de la arquitectura divina.

Su traje ceremonial, aunque elegante, revelaba destellos estratégicos de su piel blanquecina, y el corset realzaba la curva de su figura. Los rayos de la estrella madre jugaban con las marcas celestiales tejidas en su túnica, creando un halo de santidad a su alrededor. Los fieles que en otros días venían al templo, al verla, inclinaban la cabeza en señal de respeto, como si su presencia sola pudiera bendecirlos.

De repente, un estruendoso estruendo interrumpió la paz. Frente al templo, un portal demoníaco se abrió, vomitando algunas docenas de criaturas infernales sedientas de profanación. Elizabeth, con ojos llenos de determinación en cada paso, se volvió hacia la amenaza que se cernía sobre el lugar sagrado.

"¡En nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, rechazo su presencia impía!" exclamó ella, levantando su espada de plasma hacia el cielo.

Su figura tranquila se transformó en una feroz defensora del Santo Sepulcro. El rifle de plasma en su espalda brilló con una luz divina mientras las criaturas demoníacas avanzaban. Su traje, aparentemente expuesto, se volvió una armadura impenetrable con telas metálicas y escudos de energía que paraban los ataques demoníacos con gracia divina.

"¡Que las llamas sagradas purifiquen este lugar!" gritó Elizabeth, y su rifle escupió fuego divino, purgando a los demonios con cada disparo.

La danza macabra del combate comenzó. Elizabeth se movía como un torbellino celestial, cortando y disparando con gracia divina. La espada de plasma, bendita y ardiente, se balanceaba como un juicio celestial sobre las cabezas de los demonios. Su coraje y su fe eran palpables, y la sagrada energía que emanaba ahuyentaba a las criaturas oscuras.

"¡De vuelta a las profundidades del abismo, engendros del Mal!" clamó mientras purgaba con sangre demoníaca el templo profanado.

Cada movimiento de Elizabeth era una sinfonía de justicia divina. Aunque mostraba una fachada tranquila y sensual, bajo la superficie, era una fuerza sobrenatural desatando la ira de su fe. Los demonios, que una vez amenazaron el lugar sagrado, ahora eran solo despojos desvaneciéndose en el aire, mientras Elizabeth, con el brillo sagrado en sus ojos, miraba fijamente el portal desvanecido.

El Santo Sepulcro permanecía inviolado, protegido por el valor y la devoción de sus Silenciosas Guardianas. Elizabeth, con su traje blanco impoluto salpicado de la sangre de los demonios, regresó a su ronda ritual, recordando a los fieles que, en el nombre de su Dios, ella sería tanto un ángel de paz como una vengadora celestial.

ARDIENTE COMO LA LLAMA

En el desgarrador crepúsculo de Krono, el planeta sagrado azotado por guerras impías, la Hermana Verónica, una de las ardientes Llamas Purificadoras, avanzaba sola entre las ruinas de lo que una vez fue un centro de adoración celestial. Su armadura, una maravilla de ingeniería divina, abrazaba su cuerpo voluptuoso, robusto y musculoso. Detalles en dorado y escarlata adornaban las placas sobre su pecho, y piel morena se asomaba en la línea de su cuello y sus piernas, revelando su belleza en la penumbra de la guerra.

Verónica portaba un lanzallamas de plasma en una mano y un rifle divino en la otra como muestra de su fuerza, su andar resuena como una marcha militar marcada por la determinación y la fe. El fulgor de su armadura destacaba sus curvas ardientes, mientras los rayos del sol agonizante jugaban en los pliegues de su coraza, creando destellos en cada paso. La noche no podía eclipsar la intensidad que emanaba de ella.

Entre las ruinas, los demonios acechaban, pero Verónica, con una confianza que irradiaba pureza y poder, recitaba versos cristianos antiguos, susurros de fe que resonaban en el aire contaminado.

"El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará..."

Sus palabras resonaban como un eco divino mientras activaba su lanzallamas, una llamarada purificadora que consumía la oscuridad. Las llamas danzaban al ritmo de sus movimientos, iluminando la devastación que yacía a su alrededor.

"Él restaura mi alma, me guía por senderos de justicia por amor de su nombre..."

Con gracia mortal, Verónica dirigía su mirada ardiente hacia los demonios, cada disparo de sus rifles resonaba como una plegaria de venganza divina. La lluvia de fuego caía sobre los impuros, purgándolos en un inferno improvisado.

"Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo, tu vara y tu cayado me infunden aliento..."

En el fragor de la batalla, Verónica avanzaba como una fuerza imparable, su armadura brillando con la furia del Juicio Divino. Su piel morena, expuesta estratégicamente, se mezclaba con el fulgor de la armadura, creando una visión de belleza celestial en medio del caos.

"Preparas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores, unges mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando..."

Cada paso resonaba con una melancolía sagrada mientras recorría el terreno conquistado. La batalla rugía a su alrededor, pero ella permanecía como un faro de fe y desafío. Su figura, grande y sensual, personificaba la dualidad de su deber como una Llama Purificadora.

"Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días..."

En el silencio posterior a la tormenta de fuego divino, Verónica se quedó entre las ruinas, una representación ardiente de la devoción de las Llamas Purificadoras. Su presencia, un equilibrio entre la belleza y el juicio, dejó claro que ella era un ejército de una mujer, un faro de luz en la oscuridad de Krono.

NOCHE DE ANIME

En una dimensión oscura y misteriosa conocida como el Limbo, Reaper se encontraba sumergida en su pequeña casa repleta de posters y figuritas de sus series animadas favoritas. El desorden reinaba, pero para ella, ese caos era sinónimo de comodidad. Entre susurros de almas en pena y tentáculos oscuros, Reaper decidió enviar un mensaje a su único amigo, Etern, invitándolo a pasar el rato viendo series animadas.

"UwU, hola Etern~ ¿Quieres veniwi a mi casa en el Limbo para vei series animadas y anime toda la noche OwO,"?, escribió Reaper con emoción. 

Etern, con su suéter flojo y tenis de colores, recibió el mensaje y respondió al instante: "¡Claro, Reaper-chan! Estoy en camino, hazme un espacio en el sofá xd".

Minutos después, Etern se teletransportó al Limbo, apareciendo frente a la casa desordenada de Reaper. El suéter marrón con símbolos dorados resaltaba en medio del oscuro entorno.

Reaper, emocionada, le abrió la puerta y le dio un abrazo entusiasta rodeándolo con sus tentáculos. "¡Etern, bienvenido!."

"¡Gracias, Reaper! Esto se ve... interesante." respondió Etern, riendo.

Ambos amigos se acomodaron en el sofá rodeado de almohadas y comenzaron su maratón de series animadas. El televisor parpadeaba en la penumbra mientras los dos compartían risas y comentarios sobre los personajes y las tramas, el Limbo era un lugar extraño, pero para ellos, era su refugio donde podían disfrutar de su mutuo amor por los animes.

Reaper, con su capucha azul marino oscuro, se acurrucó al lado de Etern. "¿Ves? Este es el episodio donde el héroe lucha contra el villano con un tenedor gigante. ¡Es genial!"

Etern, usando su habilidad mágica de vista espectral, se sumergió en el mundo animado, y las escenas que no veia bien Reaper se las describía detalladamente. "¡Increíble! Aunque, honestamente, no sé qué estoy viendo, no entiendo el por qué de la cuchara gigante, el tenedor era mejor para cazar dragones."

La noche avanzaba en el Limbo, y aunque la oscuridad era eterna, Etern sentía la diversión y la calidez de la amistad. Decidió quedarse a dormir en la casa de Reaper, sumándose al desorden y a la peculiar atmósfera del lugar.

"Voy a quedarme aquí, Reaper. No parece que la noche vaya a terminar pronto en este lugar." 

Reaper sonrió y le indicó a Etern dónde podría descansar... En el sofá, Reaper no tiene cama. "Claro ¡Ponte cómodo! Mañana podemos seguir viendo series animadas hasta que nos aburramos."

"¿Tienes alguna almohada extra?" preguntó Etern, bostezando.

"¡Por supuesto! Tengo una tonelada de almohadas cómodas y suaves." respondió Reaper, emocionada por la decisión de Etern.

Así, entre risas, series animadas y el peculiar ambiente del Limbo, Reaper y Etern disfrutaron de una noche única y llena de amistad. En esa dimensión oscura, la luz de su complicidad iluminaba cada rincón, creando recuerdos inolvidables para ambos.

EL ENCUENTRO DE DOS GRANDES… ¿NERDS?


El encuentro entre Syrath y Hirachell fue un momento de curiosidad y cautela. Ambos se encontraron vagando en el vasto cosmos, atraídos por la misma pasión por la historia y el estudio de otras razas. La llegada de Hirechall con su imponente Nave catacumba fue un espectáculo impresionante para Syrath, quien observaba con cautela desde la seguridad de su propia nave. Sin embargo, la invitación de Hirechall para conectar ambas naves fue recibida con una mezcla de intriga y desconfianza por parte de Syrath.


"¿Qué buscas con esta conexión, Hirechall?", preguntó Syrath mientras seguía escaneandolo para evaluar qué tan letal es, su voz resonando con un toque de desconfianza mientras sostenía su Espada de las Estrellas en alto.


Hirechall respondió con una sonrisa amistosa, sus ojos brillando con entusiasmo, también escaneando al Dominus frente a él. "Solo deseo compartir mi colección contigo, Syrath. Creo que juntos podríamos aprender mucho el uno del otro."


Después de unas horas de conversación y exploración mutua de sus respectivas naves catacumba, Hirechall extendió una invitación a Syrath para visitar su mundo oculto, donde guardaba su vasta colección de artefactos culturales. Syrath, aún desconfiado pero intrigado por la oferta de Hirechall, finalmente aceptó.


"De acuerdo, Hirechall. Pero asegúrate de que no haya trampas", advirtió Syrath, su postura relajándose ligeramente mientras guardaba su Espada de las Estrellas en su dimensión de bolsillo.


La visita al mundo de Hirechall, bautizado como "Archifragmenta", fue una experiencia extraordinaria para Syrath. Al entrar en los vastos pasillos llenos de tesoros, la tecnología de colores blancos y luces magentas parecía cobrar vida, iluminando las maravillas que adornaban las estanterías y pedestales. Hirechall, emocionado como un niño en una tienda de dulces, comenzó a detallar cada uno de sus preciados artefactos con una entusiasmo contagioso.


"¡Syrath, amigo mío, prepárate para quedar asombrado! Aquí tenemos el Fragmento Estelar de Petrel, un artefacto de la raza Humano", exclamó Hirechall, extendiendo majestuosamente un brazo metálico y señalando con elegancia un cristal resplandeciente. La luz azul y verde del Fragmento Estelar danzaba en su superficie, creando destellos hipnóticos que iluminaban la sala de exposiciones de la Nave Catacumba.


Syrath observaba maravillado mientras Hirechall continuaba, su voz llena de emoción y conocimiento supremo. "Lo encontré en las ruinas de un planeta olvidado, ¡y su energía es simplemente asombrosa!" Hirechall movía sus dedos con gracia, manipulando la energía del fragmento con maestría mientras contaba la historia detrás de la reliquia.


Luego, con un gesto teatral, Hirechall se dirigió a otra exhibición. "Y aquí, mi querido Syrath, tenemos la Espada de los Mil Soles, forjada por los artesanos de la raza Phyleen. ¿No es una obra de arte impresionante?" La espada flotaba en un pedestal de energía, irradiando una luminiscencia dorada que llenaba la habitación con su resplandor celestial.


Entre las exhibiciones, Syrath apenas podía contener su entusiasmo, admirando cada pieza con ojos de asombro. "Es increíble, Hirechall. Nunca he visto una colección tan impresionante", admitió Syrath, su voz llena de admiración. Mientras hablaba, la luz azul en sus ojos se intensificaba, revelando su emoción contenida.


Hirechall, con su armadura pulida de plata y adornos dorados, se movía con gracia por la sala, cada paso resonando con un tono metálico distintivo. Las luces magentas que recorrían su figura se intensificaban y disminuían, siguiendo un patrón rítmico que parecía estar en armonía con su emoción. Su voz, profunda y resonante, llenaba el espacio con un tono reverencial mientras compartía los secretos de cada reliquia.


Syrath, por otro lado, con su cuerpo blanco pulido y luces azules, emanaba una calma serena mientras observaba cada artefacto. Su túnica elaborada ondeaba ligeramente con cada movimiento, y la capa con capucha añadía un toque de misterio a su presencia. 


Hirechall sonrió con orgullo, disfrutando cada momento de compartir su pasión con su nuevo amigo. "¡Ah, pero aún no has visto lo mejor! Aquí está el Orbe de la Sabiduría, un dispositivo ancestral que contiene la esencia de 300 seres sabios de la raza Tiaty. ¡Es una verdadera maravilla de la tecnología!"


Mientras Syrath seguía maravillándose por las historias de Hirechall, el Atruneth Dominus continuó exhibiendo sus tesoros con una emoción desbordante.


"¡Ah, aquí está el Libro de los Anales Perdidos, un registro detallado de la historia de la raza Eefta, de hecho tengo a varios congelados más adelante!", anunció Hirechall con entusiasmo, sosteniendo un tomo antiguo con letras grabadas en una lengua arcaica. "Lo encontré en una biblioteca, estaba gratis".


Syrath asintió con admiración, tomando nota mental de cada detalle mientras su amigo continuaba con su exhibición.


"Y aquí, un hallazgo verdaderamente especial: la Espada de la Santa Cruz, un arma ancestral de la raza Humano", continuó Hirechall, señalando una espada con un mango tallado con runas antiguas. "Se dice que aquel que empuñe esta espada obtendrá el poder de los reyes del pasado, ya sabes, leyendas para venerar las cosas".


En un rincón alejado de su vasta colección, Hirechall se detuvo frente a una pequeña vitrina, con una expresión de asombro y emoción en su rostro metálico. Las luces magentas que recorrían su imponente figura resaltaban su aura de misterio mientras contemplaba con reverencia el objeto expuesto.


"Syrath, ¡tienes que ver esto!", exclamó Hirechall con entusiasmo, invitando a su amigo a acercarse con un gesto majestuoso de su brazo adornado con filigranas doradas.


Intrigado, Syrath se acercó con elegancia, su figura imponente y elegante contrastaba con el brillo sutil de su armadura blanca pulida. Observaba con curiosidad el objeto que tanto fascinaba a Hirechall, una rareza entre los tesoros de la nave Catacumba.


"¿Qué es eso?", preguntó Syrath con asombro, sin poder apartar la mirada del fascinante objeto, mientras las luces azules que adornaban su cuerpo destellaban con interés.


Hirechall sonrió ampliamente, revelando un destello dorado en sus ojos metálicos, como si estuviera a punto de desvelar el secreto más grande del universo. "Esto, querido amigo, es un sándwich humano", declaró con solemnidad, su voz resonando en la cámara con un tono reverencial.


La escena se desenvolvía en medio de un ambiente de grandeza y misterio, con los patrones de rombos que adornaban las paredes de la sala resaltando la estética Atruneth. Las luces magentas bailaban, creando un juego de luces y sombras que añadía un aire de misticismo al lugar.


Syrath no podía contener su asombro ante la revelación. "¿Un sándwich humano? ¿Y qué hace tan especial a este... sándwich?", preguntó, tratando de comprender la importancia de aquel objeto aparentemente común.


Hirechall procedió a detallar el sándwich con exceso de ornamentación lingüística, describiendo cada capa de pan, cada rebanada de carne y cada ingrediente con una pasión y un fervor dignos de un arqueólogo descubriendo una antigua ciudad perdida.


"Este sándwich es una muestra de la creatividad y la ingeniería culinaria de la raza Humano", explicó Hirechall, gesticulando con entusiasmo. "Es una obra maestra de la gastronomía, una combinación perfecta de sabores y texturas que ha deleitado los paladares humanos durante milenios".


Syrath observaba con asombro mientras Hirechall continuaba su discurso sobre el sándwich humano, maravillado por la pasión y el respeto con los que su amigo hablaba de aquel simple manjar. Aunque para ellos, seres de poder incomparable, aquel sándwich era impresionante, ambos compartían un profundo respeto por la diversidad y la creatividad de las diferentes razas del universo.


La visita al mundo de Hirechall continuó, con cada rincón revelando nuevos tesoros y artefactos de diversas razas y civilizaciones. Entre las exhibiciones se encontraban armaduras ornamentadas de guerreros legendarios, reliquias religiosas de culturas olvidadas y artefactos cotidianos que contaban historias de vidas pasadas.


Syrath “El Narrador”, irónicamente estaba absorto en la narración de Hirechall, sintiendo una conexión más profunda con su amigo a medida que compartían su amor por la historia y la preservación cultural.


Al final del recorrido, mientras contemplaban juntos un mapa estelar que mostraba las rutas de la DCIN, Syrath sabía que aquel día marcaría el comienzo de una amistad duradera y una colaboración llena de descubrimientos por delante.


EL DOMINUS MÁS... INSOPORTABLE


Iravax entró en la nave catacumba de Lydrian con una mezcla de curiosidad y cautela. Desde el primer momento escaneo el lugar para saber que el Dominus al que se enfrentaba se llamaba Lydrian, la atmósfera estaba impregnada de un ambiente completamente diferente al que estaba acostumbrado. Los Atruneth se movían con gracia, pintando las paredes de rosa y rojo con patrones florales en dorado y riendo entre ellos mientras trabajaban.


Lydrian, con su larga túnica de colores rosados y accesorios dorados como collares y anillos, se acercó a Iravax con una risa juguetona. Sus pasos eran ágiles y gráciles, casi danzantes, mientras se movía alrededor de Iravax, examinándolo con interés en sus ojos mecánicos.


"¡Bienvenido, querido Iravax!" exclamó Lydrian con tono melodioso, su voz resonando con una cadencia encantadora. "¿Qué te trae por aquí? ¿Quizás has venido a admirar la belleza de mi nave?" preguntó, con una mirada coqueta que parecía bailar en sus ojos brillantes.


Iravax, conocido como "El Despertar Eterno", mantuvo su compostura bajo la mirada penetrante de Lydrian. Vestido con una armadura pulida de plata brillante, acentuada con detalles dorados que irradiaban una suave luminiscencia, Iravax parecía una figura imponente y serena en contraste con la exuberancia de Lydrian. Su capa con capucha roja ondeaba con gracia mientras se movía, añadiendo un toque de misterio a su presencia.


"He venido a investigar el despertar de tu nave catacumba", respondió Iravax con calma, tratando de desviar la conversación hacia un terreno más neutral. "¿Por qué has decidido adornarla de esta manera tan... llamativa?" preguntó, mientras su mirada se desviaba hacia los detalles brillantes que adornaban la nave de Lydrian.


Lydrian rió, moviendo las manos con elegancia mientras hablaba. "Oh, querido Iravax, ¿no te parece aburrido el típico ambiente oscuro y sombrío color negro y rosa palido de las naves catacumba? Quise darle un toque de alegría y color, ¡hacer que este lugar se sienta más vivo!" explicó, con una expresión de inocencia fingida.


Iravax gruñó ligeramente, sintiendo que la personalidad extrovertida de Lydrian chocaba con su propio sentido de solemnidad y responsabilidad. "Entiendo tu deseo de singularidad, pero... ¿no crees que este enfoque puede distraer de nuestra misión como Atruneth Dominus?" planteó, tratando de mantener un tono diplomático.


Lydrian dejó escapar una risa traviesa mientras se acercaba a Iravax con pasos seguros y confiados. Su figura elegante se movía con una gracia única, como si bailara al ritmo de su propia melodía. "Oh, Iravax, siempre tan serio. Pero no te preocupes, estoy completamente comprometido con nuestra misión. Este es solo mi pequeño toque personal, ¡nada más!" afirmó, deslizando un dedo metálico por el pecho de Iravax con una mirada pícara en sus ojos magentas, como si estuviera jugando con fuego.


Iravax, el Despertar Eterno, observó a Lydrian con creciente impaciencia, su armadura brillando con la luz refractada en tonos espectrales. "Lydrian, entiendo tu deseo de independencia, pero en estos tiempos turbulentos, necesitamos unidad y cooperación entre los Atruneth Dominus. Juntos, podríamos lograr mucho más de lo que podríamos hacer solos", argumentó, su voz resonaba con autoridad.


Lydrian se acercó aún más, desafiante y provocador. "Iravax, cariño, la independencia es mi mayor tesoro. No puedo simplemente atarme a tu Monarquía y seguir tus órdenes. Prefiero vagar por el universo, explorando y disfrutando de la libertad que me brinda mi propia autonomía", respondió con firmeza, mientras sus dedos trazaban patrones imaginarios en el aire cerca de Iravax, como si estuviera dibujando líneas de desafío.


Iravax “suspiró”, tratando de mantener la calma. "Lydrian, tus caprichos podrían poner en peligro no solo tu vida sino también la estabilidad de nuestra raza. Necesitamos trabajar juntos para asegurar nuestro futuro".


Lydrian se apartó, pero no sin antes lanzar una mirada llena de sugerencia. "Oh, Iravax, siempre tan preocupado. Pero no te preocupes, seguiré siendo una chispa de diversión en tu vida monótona", dijo, riendo mientras se alejaba unos centimetros con una gracia burlona.


Iravax sintió un escalofrío recorrer su armadura. "Comprendo tu posición, Lydrian, pero no puedo permitirte que interfieras en mis planes. Si decides seguir tu propio camino, así sea. Pero ten en cuenta que si alguna vez necesitas ayuda… estaré aquí para ti", declaró con seriedad, dando un paso atrás para mantener su distancia.


Lydrian sonrió con malicia, como si hubiera esperado esta respuesta. "Oh, Iravax, siempre tan noble y correcto. No te preocupes por mí, cariño. Sé cómo cuidar de mí mismo", respondió con una risita, antes de dar un giro gracioso y alejarse de Iravax, desapareciendo por los pasillos adornados de su nave.


Iravax suspiró aliviado por la partida de Lydrian, sintiendo un peso levantarse de sus hombros. Aunque no tenía intención de perseguir a Lydrian o intentar convencerlo de unirse a su Monarquía, sabía que el encuentro con el coqueto y atrevido Dominus quedaría grabado en su memoria durante mucho tiempo, él ya solo quería salir de esa nave Catacumba.


DULCE IMPERIALITA, PIEDRA MALDITA

El planeta abandonado se llamaba Klydos V, un mundo árido y desolado que alguna vez fue hogar de una civilización minera olvidada. Ahora, solo las ruinas se alzaban como dientes rotos contra el horizonte y el polvo cubría cada roca, y cada cráter. Bajo sus capas de escombros, yacía lo que habían venido a buscar: Imperialita, un raro y valioso metal que podía forjarse en armaduras y armas de poder incalculable. Para los Canskat, una facción de los arácnidos Caujuroe, este era más que un recurso: era una joya viviente que hablaba del alma misma del cosmos, y la misión de obtenerlo era sagrada.


Bajo la luz pálida de dos lunas distantes, Konings, un Gran Minero de renombre entre los suyos, estaba concentrado en su trabajo. Su Forjadura Etérica brillaba en torno a su cuerpo robusto, con el poder de un Nexo Elemental de la tierra. Era una segunda piel hecha de metal y Esencia, era un testimonio de su destreza. A su lado, máquinas de su mochila zumbaban y perforaban el terreno con precisión milimétrica, rompiendo las capas de rocas en busca de los cristales de Imperialita. Konings llevaba una docena de artefactos que parecían fusionar la función y la belleza, herramientas de precisión y mini forjas portátiles que solo un Canskat como él podía manejar con la maestría necesaria para extraer la joya viridiana sin dañarla.


"¡Ahh, la dulce Imperialita!" exclamó, con su voz retumbando en el comunicador, mientras observaba una veta del mineral reluciendo bajo la luz de su taladro sónico. "Mie, ¿alguna vez viste algo tan hermoso como esta maldita piedra?"


A su lado, una Harbrak de la Forja, Mie, con su Forjadura Etérica envuelta en un leve brillo ámbar de fuego, lo observaba, sonriendo apenas bajo su casco. Era una soldado de infantería de élite, entrenada no solo en el arte de la herrería, sino también en el uso de fusiles de plasma y técnicas de combate que podían reducir a un enemigo en segundos. Su arma descansaba sobre su hombro, con la facilidad de quien la ha usado toda una vida.


"Konings, no tienes remedio," respondió ella, con una voz grave y sarcástica. "El día que veas algo más hermoso que una gema será el día que te saquen arrastrando de una taberna. Pero primero, termínate la maldita extracción. Quiero un trago cuando regresemos."


Desde las alturas, montando a lomos de su Veptal, una araña mecanizada que se movía con elegancia entre los restos de estructuras, Hoogland, un Karnarin de la Aracania, se mantenía alerta. Con su Forjadura Etérica resonando con el aire, la capa cristalina de su gema verde central brillaba intensamente, otorgándole una velocidad inhumana en sus movimientos. Sus dos espadas luminosas descansaban cruzadas en su espalda, listas para desenvainarse, mientras su Veptal movía sus ocho patas con precisión entre los obstáculos.


"Ah, no puedo esperar para sentir el quemado de esa primera copa bajando por mi garganta," Hoogland lanzó un tono despreocupado, "Pero, oye, si Konings sigue hablando con las piedras, nos quedaremos aquí hasta que mi Veptal se duerma. Vamos, viejo, dale prisa."


El último de los cuatro, Bal, un imponente Brumbarb, permanecía firme como una montaña. Su Forjadura Etérica, más robusta que la del resto, brillaba con el resplandor del éter rojo del fuego que le otorgaba fuerza y dureza, estaba incrustada con gemas que amplificaban su resistencia. La Imperialita que adornaba su armadura le permitía soportar el tipo de daño que haría caer a cualquier otro guerrero. Con su escudo de energía y su martillo masivo descansando sobre su hombro, parecía una fortaleza andante.


"¡Por las ocho patas de los Veptales! Bebamos por la imperialita, por las forjas y por el buen destino que nos llevó a esta roca. Yo les invito una ronda en la Nave Errante cuando regresemos... si no nos devoran primero," dijo, con su risa retumbante sonando a través del canal de comunicación.


Los cuatro intercambiaban palabras con tono jocoso, como si el peso de sus responsabilidades y habilidades no fuera evidente. Había algo en su conversación, en su forma de hablar, que no correspondía con la gravedad de sus capacidades. Eran brillantes y poderosos, pero en ese momento solo pensaban en la próxima ronda de bebida que les esperaba tras cumplir su misión.


"Konings," intervino Mie con su tono burlón, "si tardas más en excavar, creo que Bal se tomará todos los tragos antes de que volvamos."


"¡Que me trague un agujero negro si eso pasa! ¡Nadie bebe sin mí!" replicó Konings, clavando su taladro con más fuerza en la roca.


Sin embargo, los sensores de Bal emitieron un débil pitido. "Algo se mueve," murmuró, más serio de lo que había estado en toda la conversación. El aire alrededor cambió, como si la atmósfera misma se tensara.


Desde las grietas y cavernas en la superficie de Klydos V, comenzaron a salir infectados del Piunax Nixpeia, criaturas que parecían insectos, con exoesqueletos oscuros y filosos como cuchillas. Habían estado durmiendo en los huecos de la superficie, pero el ruido de la minería los había despertado.


"¡Ah, mierda!" exclamó Mie, levantando su fusil de plasma. "Los tenemos en movimiento. Konings, sigue con tu trabajo, nosotros nos encargamos."


Los infectados del Piunax Nixpeia eran mortales en número, pero esta vez se habían despertado demasiado dispersos como para representar una amenaza inmediata. Mie abrió fuego, disparando ráfagas de plasma que cortaron el aire y destrozaron a dos de las criaturas antes de que pudieran acercarse.


"¡No es nada que no hayamos visto antes!" rugió Hoogland desde su Veptal, mientras la araña mecanizada saltaba hacia el primer grupo de criaturas. Con una espada luminosa en mano, cortó a través de sus exoesqueletos con un movimiento fluido. La Veptal lanzaba golpes con sus patas, destrozando a cualquier infectado que se acercara.


"Solo son bocadillos para el regreso," añadió Bal, blandiendo su martillo mientras su escudo de energía brillaba intensamente, absorbiendo los ataques de las criaturas antes de devolver un golpe demoledor que pulverizó a tres en un solo movimiento.


Konings siguió trabajando, imperturbable. "No me hagan esperar más para esos tragos. Solo un poco más..." dijo.


"Primero la Imperialita, luego las bebidas," murmuró Mie, disparando un último proyectil de plasma.


Konings, inmerso en su labor, podía sentir la vibración de la Imperialita bajo sus manos. Cada fragmento extraído resonaba en su Forjadura Etérica, infundiéndolo con un sentido de propósito. La tarea era absorbente, y su mente se centraba en la sinfonía de ruido de su taladro y el brillo del mineral recién extraído. A su alrededor, las sombras se alargaban con la caída del sol, pero su enfoque permanecía inquebrantable.


Mientras tanto, Hoogland merodeaba con su Veptal, atento a cualquier movimiento que pudiera delatar la presencia de peligros. De pronto, un cambio en el aire llamó su atención; su Veptal, más aguda que la mayoría de sus congéneres, se detuvo en seco, con las patas tensas como resortes, entonces Hoogland lo notó.


A lo lejos, un infectado apareció, con su exoesqueleto distorsionado y oscurecido, evidenciando los efectos de la corrupción que asolaba a su especie. Con un rugido que sacudió el aire, levantó la cabeza, percibiendo la presencia de los Canskat.


"¡Atención!" dijo Hoogland, a medida que la Veptal comenzaba a correr hacia el infectado. Con sus espadas luminosas desenfundadas, se preparó para el combate. La criatura lanzó un grito atronador, un sonido de desesperación que sonó por todas las ruinas de Klydos V, antes de que Hoogland se lanzara hacia adelante, con un rayo de luz cortando el aire.


"¿Eso fue lo que creo?" preguntó Bal. "Sí," respondió Hoogland, mientras su espada cortaba el cuerpo del infectado, dejando tras de sí una nube de energía brillante. "Rugió. Vendrán más."


No tardaron en aparecer más infectados, surgiendo de los rincones oscuros del planeta, como sombras desatadas. Los Canskat, en alerta máxima, se reunieron alrededor de Konings, quien seguía extrayendo Imperialita. A medida que los infectados se acercaban, el caos estalló.


Mie, manteniendo su fusil de plasma preparado, disparaba a los que se acercaban. La situación se intensificaba, y con cada nuevo infectado que caía, parecía que otros más aparecían en su lugar. Sin embargo, Bal y Hoogland se mantenían firmes, con sus armas arremetiendo contra la ola creciente de adversarios.


De repente, en medio de la batalla, Mie perdió su posición y fue empujada hacia atrás, justo en el momento en que un infectado se abalanzaba sobre ella. "¡Mie, cuidado!" gritó Bal, pero fue demasiado tarde. Con un movimiento brusco, Bal levantó su martillo, propinándole un golpe devastador al infectado, justo antes de que pudiera alcanzar a Mie.


"Gracias, Bal," jadeó Mie, recuperando la compostura. "Casi me convierto en almuerzo."


"No se me escapa una," replicó Bal, sonriendo bajo el casco.


A medida que el combate continuaba, los infectados se multiplicaban, pero la fuerza combinada de los Canskat se mantenía firme. Hoogland se lanzó de nuevo a la batalla, con su Veptal deslizándose entre los enemigos, mientras su espada cortaba la carne corrupta de los infectados. Mie mantenía el plasma de su fusil constante, creando una cortina de destrucción que les otorgaba una pequeña ventaja.


"¡Empujenlos hacia atrás!" gritó Hoogland. "¡No podemos permitir que se acerquen a Konings!"


Konings, aun extrayendo la Imperialita, sentía el empuje de sus compañeros a su alrededor, y una chispa de orgullo iluminó su rostro mientras golpeaba la roca una vez más. "¡Sigan luchando! ¡Este mineral es nuestro!"


Mientras la pelea continuaba, los infectados seguían llegando, pero al menos no en grandes cantidades. La habilidad táctica de los Canskat y su sólida unidad comenzaban a mostrar resultados, y a cada momento, el área se despejaba un poco más.


Hoog saltó de su amiga metálica, que chirrió suavemente al sentir su peso abandonar su espalda. La araña mecánica, una amalgama de color bronce antiguo, tonos de cobre ennegrecido y oro, se tensó bajo su caricia. "Vamos, niña. Cubre el otro flanco," ordenó con un tono casi paternal mientras frotaba su cabeza. Los nueve ojos de la Veptal, pequeños rubíes incandescentes, centellearon con obediencia antes de lanzarse hacia la horda.


Con un movimiento fluido, la Veptal se deslizó hasta colocarse sobre el borde del agujero donde Konings seguía extrayendo la Imperialita. Las patas de la máquina se alzaron en un despliegue de destreza y fuerza, convirtiéndose en una tormenta de cuchillas que destrozaban a los infectados. Cada pata cortaba con precisión, cercenando extremidades, torsos y cráneos en un baile sangriento. La sangre negra y densa de los infectados salpicaba en todas direcciones, mientras la Veptal giraba y azotaba con una velocidad frenética.


Hoog, ahora libre, desenfundó su otra espada, ahora tenía las dos fuera, cada una inscrita con runas que brillaban con un fuego interno. Avanzó hacia la multitud con la gracia de un depredador, pasos seguros, y sus ojos clavados en los infectados que se abalanzaban hacia él. Alzando ambas espadas, comenzó su danza. Los encantamientos grabados en sus hojas emitieron un destello, y cada golpe se convirtió en una explosión de energía que desgarraba la carne corrupta.


Giró en el aire, cortando la cabeza de un infectado en un arco perfecto, y luego descendió con la espada opuesta, partiendo a otro por la mitad. La sangre brotó como una fuente, empapando el suelo bajo sus pies. Hoog rugió como un furioso vendaval, con las runas de su armadura centelleando mientras invocaban poderosos encantamientos que desgarraban la realidad. Los infectados que se atrevieron a enfrentarlo se encontraron destrozados, con sus cuerpos reducidos a fragmentos ensangrentados bajo la furia de sus hojas.


Bal, no muy lejos, blandía su martillo con la ferocidad de un dios de la guerra. Cada impacto iba con el poder de un trueno, aplastando a los infectados en una mezcla grotesca de huesos y carne triturada. Los cráneos reventaban bajo su arma como frutas, esparciendo masa encefálica y fragmentos óseos en un radio amplio. Su cuerpo era un muro de músculo y metal, una barrera infranqueable para las criaturas del Piunax. "¡No pasarán!" rugió.


Mie, mientras tanto, no se detenía. Sus dedos apretaban el gatillo de su fusil de plasma una y otra y otra vez, cada disparo era un haz de luz azul que perforaba la carne putrefacta de los infectados. Las explosiones de plasma desintegraron docenas de cuerpos, dejando tras de sí sólo cenizas y humo. Mie apenas respiraba, tenía concentración absoluta, y la mirada fija en cada nuevo objetivo que emergía. Las cenizas de los caídos se acumulaban a sus pies, pero ella no se movía. "¡Uno menos, maldita escoria!" gritó, soltando una ráfaga de plasma hacia un infectado que intentaba rodearla. El impacto lo convirtió en un cráter humeante en el suelo.


El campo de batalla se convirtió en un mar de cuerpos mutilados y sangre. Hoog, envuelto en la sangre de sus enemigos, se lanzó contra un grupo particularmente numeroso, con sus espadas danzando, cada tajo abría vientres, partía torsos y cercenaba extremidades con una brutalidad escalofriante. Los infectados, desgarrados por su furia, caían en pedazos, y sus gritos eran silenciados por la carnicería.


Bal, aplastando el cráneo de otro, miró a Hoog con una mezcla de admiración y desafío. "¡Así se hace, cabronazo!" rugió, dejando su martillo caer de nuevo con una fuerza descomunal, destrozando el cuerpo de otro infectado hasta convertirlo en una pulpa irreconocible.


La Veptal, desde su posición protectora, seguía desmembrando cualquier amenaza que se acercara a Konings. Sus patas arremetían despedazando enemigos como si fueran muñecos de papel. Hoogland, con una sonrisa salvaje en el rostro, lanzó una última embestida, con su cuerpo y sus espadas convertidos en un vendaval imparable.


Hoogland avanzó a través de los cuerpos destrozados, con la respiración pesada y su casco cubierto de la sangre oscura de los Piunax. Sus espadas aún brillaban con las runas arcanas que usó en el combate, pero ahora descansaban, colgando a su lado mientras se acercaba a Bal y Mie, quienes continuaban con la última línea de defensa. La Veptal, satisfecha con su trabajo, se retiró del borde del agujero y se posicionó a un lado, vigilante.


"¿Cómo va la cosa por aquí, grandulón?" preguntó Hoog, esbozando una sonrisa y palmeando a Bal en el brazo.


"Bah, nada que no pueda manejar este viejo martillo," replicó Bal, sacudiendo la cabeza. Levantó su martillo, mostrando las manchas pegajosas y los trozos de carne que se adherían al arma. "Pero ya estaba cansado de tanta baba y tripas. Estos malditos son más persistentes que un borracho en una taberna."


Hoog soltó una carcajada profunda. "Te diré, Bal, que pocas cosas aguantan más que tú en una pelea o en una fiesta."


Mie, que seguía con su fusil preparado, disparó un último haz de plasma que desintegró a un infectado rezagado que trataba de levantarse. "¡Qué alivio, Hoog! No estaba segura de si esos desgraciados seguirían saliendo por siempre. Necesito un trago. Y no cualquier trago, ¡sino un barril entero de lo más fuerte que tengan en la Nave Errante!"


"Por fin dices algo sensato," respondió Hoog, dándole un codazo amistoso. "Después de este trabajo, lo menos que nos merecemos es una buena juerga. ¿Tú qué dices, Bal?"


"¡Joder, que sí!" respondió con un bramido. "¡Un buen barril de licor del fuerte y, si alguien me lo niega, le reviento la cabeza como a uno de estos asquerosos!"


En ese momento, Konings asomó su cabeza polvorienta desde el borde del agujero. "¡Oye, que no puedo oírlos mientras trabajo, demonios!" gritó con una gran sonrisa bajo el casco, mostrando su mochila cargada hasta el tope de reluciente Imperialita. "¡He terminado aquí abajo! ¡La mochila está llena y lista para volver a la Nave Errante!"


La noticia se propagó entre el grupo como fuego en pasto seco. Hoog lanzó un grito de victoria, Bal levantó su martillo al cielo y Mie, con una sonrisa de oreja a oreja, levantó el fusil como señal de triunfo. "¡Sí, maldita sea, Konings! ¡Lo hiciste!" exclamó Mie.


"¡Claro que lo hice, mujer! ¿Quién crees que soy?" replicó Konings con su habitual tono orgulloso. "¡Nadie extrae mejor que yo! ¡Y esa Imperialita se verá hermosa cuando la fundamos! Ahora, Mie, ¿quieres hacer los honores?"


Mie asintió y activó su comunicador. "Aquí Mie, solicitando transporte para el equipo Canskat. Extracción completada con éxito, cargamento lleno. Recojan nuestras rudas y cansadas espaldas de este agujero antes de que se enfríe la Imperialita."


"Recibido, Mie," respondió una voz femenina desde la Nave Errante. "El transporte estará allí en diez minutos. Buen trabajo, la forja estará contenta."


"¡Escucharon, bastardos! ¡Vamos a casa!" rugió Hoog, y sus compañeros estallaron en vítores. "¡A beber hasta caer y luego levantarnos para seguir bebiendo!"


"¡Sí, sí!" gritó Bal, riendo y abrazando a Hoog. "¡Un buen barril de Jantana! Y tal vez dos más para estar seguros."


"Y un asado tan grande que hasta los rugidos de los Piunax palidecerían a su lado," añadió Konings, lanzando un guiño mientras aseguraba su mochila. "¡Que estos días en el infierno valgan cada bocado y cada sorbo!"


El transporte descendió lentamente, con sus luces brillando sobre los Canskat mientras estos se reunían, hablando a voces sobre el festín que les esperaba y riendo con el entusiasmo de un trabajo bien hecho. La Veptal, fiel y diligente, se unió a ellos, con sus patas tamborileando en el suelo, como si compartiera la satisfacción de la victoria.


Cuando finalmente abordaron el transporte y las puertas se cerraron, Hoog se dejó caer en un asiento, estirando las piernas. "De gemas y metal, nace la grandeza," murmuró, mirando a sus compañeros con una sonrisa de orgullo. "Y maldita sea, somos grandes, ¿o no?"


"¡Somos los malditos reyes de esta galaxia!" croó Bal, golpeando el suelo con su martillo, el sonido retumbando por la sección de la nave. "Y que nadie se atreva a decir lo contrario."


"Sí, y que si alguien lo hace, les damos una paliza," añadió Mie, riendo mientras levantaba una cantimplora. "¡Por nosotros, los Canskat! ¡Por la gloria y el licor, y que nunca nos falten ni uno ni otro!"


Las risas sonaron mientras la nave ascendía, llevándolos de vuelta a la Nave Errante, a una noche de celebraciones merecidas. Dejaban atrás la sangre, el sudor y el combate, llevándose consigo la promesa de más aventuras y victorias. Porque donde había gemas y metal, allí estarían los Canskat, forjando su propia grandeza en el yunque del universo…