MARAVILLAS

En algun punto del tiempo, dos Atruneth Dominus, poderosos guardianes mecánicos de una antigua civilización extinta conocida como los Anutt Resa, se ven atrapados en una eterna monotonía. Decididos a romper con la rutina, deciden llevar a cabo un acto peculiar: secuestrar a una Psaíchy, un simple individuo común y corriente, para traerlo a un museo que han creado en las sombras del universo.

Los Atruneth, seres imponentes cuya misteriosa tecnología los hace casi imbatibles, deciden llevar a cabo esta acción sin precedentes por puro entretenimiento. Su museo es un tributo a la grandeza perdida de la historia del universo, una exhibición de maravillas tecnológicas y artefactos mágicos que alguna vez dominaron el mundo.

La Psaíchy, desconcertado y asustado por su secuestro, se encuentra ahora en un viaje extraordinario a través de pasillos llenos de maravillas y misterios. A medida que explora el museo, descubre los secretos ocultos detrás de la tecnología de los Atruneth y la historia de los Anutt Resa, así como las razones detrás de su propia selección como prisionero.

MARAVILLAS


En algún lugar de la metrópolis del planeta Darnase, en un oscuro rincón de las interminables ciudades, se encontraba el departamento de Mata Ceiteach Sorcha, una Psaíchy. La habitación, envuelta en sombras, reflejaba la soledad y el abandono que la consumía. Las paredes estaban pintadas en un tono desgastado de gris, con manchas de humedad que se extendían por el yeso agrietado. Un único ventanal, cubierto por pesadas cortinas negras, apenas permitía el paso de la luz artificial del exterior.


En el centro de la estancia, una cama desgastada ocupaba la mayor parte del espacio. Las sábanas, raídas y manchadas, yacían revueltas como muestra de insomnio y pesadillas. Mata, una figura solitaria, se encontraba acostada sobre la cama, con su cuerpo enredado entre las cobijas negras en un intento por encontrar consuelo en el mundo de los sueños, en un intento por conciliar el sueño.


En su brazo derecho, se sostenía firmemente un Etlife, un dispositivo avanzado que era su única conexión con el mundo exterior. La pantalla holográfica brillante emitía destellos intermitentes de luces rojas, verdes y azules, reflejando los inquietantes destellos que parpadeaban en el único ojo cansado de Mata Ceiteach Sorcha. Sus dedos se deslizaban sobre la pantalla táctil, navegando por un mar de imágenes y sonidos que inundaban su mente.


"¿Qué sentido tiene todo esto?", murmuró para sí misma. La respuesta, como siempre, se perdía en el vacío sin fondo que la rodeaba.


El sonido de su propia respiración, pesada e irregular, resonaba en sus oídos, mezclándose con el zumbido constante de la ciudad que nunca dormía. Un leve escalofrío recorrió su columna vertebral mientras el aire frío se filtraba por las grietas en las ventanas.


Mata cerró su ojo con fuerza, tratando de bloquear el torrente interminable de pensamientos y emociones que amenazaban con consumirla por completo. Pero incluso en la oscuridad de su párpado cerrado, seguía siendo perseguida por los demonios de su propia mente, arrastrada hacia un abismo de desesperación y desesperanza…


Mientras Mata se retorcía entre las sábanas de su cama, tratando en vano de encontrar la paz en el mundo de los sueños. Sus oídos estaban cubiertos por audífonos bluetooth, que emitían una música suave y melancólica en un intento desesperado por bloquear los sonidos que la rodeaban. Encima de su rostro, una expresión cansada y agotada se reflejaba en los pliegues de su piel, mientras su único ojo, grande y de iris verde lima, permanecía fijo en la pared a su lado.


Vestida con una camiseta azul marino gastada y unos pantalones grises claros y holgados, su ropa, desgastada por el tiempo y el uso constante, apenas lograba cubrir su figura delgada y demacrada.


Mientras luchaba por encontrar el sueño, un destello repentino la sacó de su ensimismamiento. Un gran portal magenta se abrió frente a ella con un resplandor cegador, inundando la habitación con una luz intensa. Antes de que Mata pudiera reaccionar, una enorme mano mecánica blanca, con falanges distales magentas brillantes, se extendió desde el interior del portal y la agarró firmemente de la camisa.


El mundo pareció detenerse por un momento mientras Mata se veía arrastrada hacia el interior del portal, su cuerpo era absorbido por la luz deslumbrante. Su grito de sorpresa y terror se ahogó en el vacío mientras era llevada hacia lo desconocido, sin nada más que la oscuridad y el caos que la esperaban al otro lado.


Y así, en un instante, la tranquila noche de Mata Ceiteach Sorcha se transformó en una pesadilla viviente, arrastrándola hacia un destino incierto y del cual no había escapatoria posible…


El resplandor cegador del portal magenta envolvía a Mata mientras era arrastrada a través de él, dejando tras de sí la oscuridad de su deprimente habitación. A medida que su ojo era invadido por la intensa luz, se encontró colgando en el aire, sostenida por la parte trasera de su camisa por una enorme mano metálica.


El entorno en el que ahora se encontraba era extraño y desconcertante. Todo a su alrededor estaba cubierto de blanco, una luz brillante que amenazaba con dejarla ciega. Intentó parpadear varias veces para aclimatarse, pero cada parpadeo solo intensificaba la sensación de deslumbramiento.


Justo a lado suyo, pudo distinguir a duras penas dos figuras conversando en un idioma que le resultaba completamente desconocido. Uno de ellos era Hirechall, el imponente Atruneth Dominus que la había arrastrado hasta este lugar y que la sostenia de la camisa manteniéndola en el aire con su altura de 3.5 metros, mientras que mata apenas media 1.53. Su presencia era imponente, su armadura plateada brillaba bajo la luz mágica del entorno.


—He logrado traer a alguien — dijo Hirechall dirigiéndose a su compañero en la lengua misteriosa.


La otra figura, cuya apariencia aún no había sido revelada y Mata no podía distinguir por la luz, respondió en el mismo idioma con un tono de complicidad. Aunque Mata no podía entender las palabras, podía percibir la amistad entre ellos.


—Ha sido más fácil de lo que esperaba, creí que aun después de tantos milenios seguirán siendo formidables — bromeó Hirechall.


Mata Ceiteach Sorcha se debatía impotente en el agarre de la mano metálica, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo a su alrededor. Su mente giraba en un torbellino de confusión y miedo, incapaz de encontrar una salida de esta situación surrealista en la que se encontraba atrapada.


Hirechall se giró hacia Mata, su figura emanaba una presencia serena y comprensiva. La luz magenta que lo rodeaba disminuyó en intensidad gradualmente junto a la luz del entorno, permitiendo que la visión de Mata se aclimatara a su entorno.


—¿Es la luz demasiado brillante para tu ojo inferior? preguntó Hirechall con su profunda voz, mostrando una preocupación genuina en sus palabras.


Mata, aún aturdida y confundida, parpadeó varias veces antes de enfocar su mirada en Hirechall. El miedo se reflejaba en su único ojo mientras miraba al imponente Atruneth Dominus.


Desde la perspectiva de Mata, Hirechall parecía una figura divina y misteriosa que se alzaba sobre ella. Su estatura imponente de 3.5 metros dominaba el espacio, proyectando una presencia sobrenatural que la dejaba sin aliento. La armadura pulida de plata que envolvía su figura reflejaba la luz de manera deslumbrante, haciendo que cada detalle resaltara con un brillo sutil pero poderoso.


Los adornos dorados que adornaban la armadura de Hirechall destellaban con una intensidad casi hipnótica, atrayendo la mirada de Mata hacia ellos con una fascinación irrefrenable. Los grabados intrincados que cubrían la superficie de su armadura contaban historias antiguas y misteriosas, cada símbolo y diseño una ventana hacia un mundo desconocido y maravilloso.


La capa con capucha de Hirechall, tejida con hilos magenta, envolvía su figura con un aire de misterio y encanto. Los destellos de luz que parpadeaban a lo largo de la capa parecían tener vida propia, bailando y brillando con una energía insondable.


Sobre sus hombros descansaba un manto de tela fina, adornado con patrones geométricos que evocaban la armonía y el orden del universo. Cada pliegue y pliegue de la tela parecía estar imbuido de un poder antiguo y sagrado, susurros de secretos perdidos y conocimiento oculto que resonaban en el aire a su alrededor.


Los artefactos culturales que Hirechall llevaba consigo, estratégicamente colocados en su armadura, agregaban una dimensión adicional a su aura de misterio y poder. Cada objeto tenía su propio significado y función, una pieza del rompecabezas que formaba la identidad única de este enigmático ser.


Desde su posición suspendida en el aire, Mata Ceiteach Sorcha no pudo evitar sentirse abrumada por la presencia de Hirechall. Su apariencia majestuosa y su aura de misterio la dejaban sin aliento, haciéndola sentir como si estuviera frente a un ser de otro mundo, un ser cuya mera existencia desafiaba toda comprensión y explicación.


—¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? preguntó Mata, su voz temblorosa con el miedo que la embargaba.


Hirechall la miró con calma, como si estuviera acostumbrado a enfrentar este tipo de reacciones. —Estás a salvo, tu, cosa. Te he traído aquí por una razón específica — respondió con serenidad.


La confusión de Mata se convirtió en pánico cuando se dio cuenta de que estaba siendo sostenida en el aire por la mano metálica de Hirechall. Instintivamente, comenzó a forcejear y golpear en un intento desesperado por liberarse.


—¡Suéltame! ¡Déjame ir! — gritó Mata, su voz llena de terror y desesperación.


Hirechall no se inmutó ante los intentos de Mata por liberarse. En su lugar, la miró con una expresión de pena, como si estuviera presenciando el berrinche de un niño caprichoso.


—¿Has terminado con el berrinche? — preguntó Hirechall, su tono tranquilo y compasivo.


Mata se detuvo abruptamente en sus esfuerzos, sorprendida por la reacción calmada de Hirechall. Su respiración era pesada y errática, pero finalmente se detuvo, incapaz de seguir luchando contra la fuerza sobrenatural que la sostenía en el aire.


—¿Qué es esto? ¿Quiénes son ustedes? ¿Es esto... ¿la muerte? — preguntó Mata, su voz apenas un susurro tembloroso mientras miraba a su alrededor con ojo lleno de miedo y confusión.


Hirechall soltó una risa profunda y resonante ante la pregunta de Mata. —¡Yo no soy la muerte, querida! — exclamó con jovialidad, aún sosteniéndola en el aire con su mano izquierda.


Con una exagerada inclinación, Hirechall se presentó con un gesto teatral. —Soy Hirechall, gobernante del museo de Archifragmenta y coleccionista de los tesoros más raros y valiosos de los mundos conocidos y desconocidos — declaró con orgullo, haciendo una pausa dramática antes de continuar.


—Mi pasión por el conocimiento y la comprensión de las diversas culturas y civilizaciones es insaciable. ¡Cada objeto que poseo cuenta una historia única y fascinante que estoy ansioso por compartir! — proclamó con fervor, haciendo gestos exagerados con los brazos mientras hablaba, sacudiendo a Mata por todos lados.


Mata observaba a Hirechall con una mezcla de asombro y pena ajena. No podía evitar sentirse abrumada por la exagerada actuación del Atruneth Dominus, cuyos movimientos exagerados y poses apasionadas parecían sacados de una obra de teatro de aficionados.


—¿En serio? — murmuró Mata, su voz apenas un susurro incrédulo mientras observaba la actuación teatral de Hirechall.


Hirechall continuó con su monólogo, sin percatarse de la incomodidad de Mata, quien ya había perdido parte del miedo. Sus palabras fluían con entusiasmo y energía, mientras describía con detalle cada uno de los artefactos que adornaban su imponente armadura plateada.


Mata se sintió abrumada por la extravagancia de Hirechall y su pasión desenfrenada por la colección de artefactos. Aunque estaba agradecida de no estar siendo tratada con hostilidad, no podía evitar preguntarse cómo había terminado en compañía de alguien tan excéntrico y extravagante como Hirechall, un nerd.


El silencio se interrumpió cuando el otro Atruneth Dominus se acercó a la escena con calma y serenidad, como una brisa fresca en medio de la exagerada actuación de Hirechall. Syrath, se destacaba por su aura de tranquilidad y compostura.


—Creo que ya has causado suficiente pena ajena, Hirechall— dijo Syrath con una sonrisa indulgente y hablando con calma y autoridad.


Hirechall se detuvo en seco en medio de su monólogo, mirando a Syrath. —¡Oh, Syrath! — respondió con una risa nerviosa, consciente de haber sido interrumpido en su fervoroso discurso.


Syrath se acercó a Mata con una expresión tranquila y comprensiva. —Permíteme presentarme. Soy Syrath. — dijo con cortesía, haciendo una leve reverencia.


Mata observó a Syrath con curiosidad, notando las delicadas luces azules que destellaban en su cuerpo de metal blanco pulido. La presencia serena y tranquila de Syrath contrastaba con la exuberancia de Hirechall, creando un equilibrio en la atmósfera del lugar.


—¿Cómo... cómo puedo entenderte?— preguntó Mata con voz temblorosa mientras miraba alternativamente a Hirechall y a Syrath.


Syrath sonrió con benevolencia ante la pregunta de Mata. —Nosotros, los Atruneth Dominus, básicamente creamos tu idioma— explicó con calma.


Desde la perspectiva de Mata, Syrath era una figura extraña, como todo a su alrededor, envuelta en una túnica elaborada que estaba tejida con hilos de metal. Sus ropajes dorados y azules destellaban con un brillo único en respuesta a la luz del entorno, reflejando algo que combinaba autoridad y elegancia. La capa con capucha añadía un aura de misterio a su presencia, ocultando parcialmente su rostro pero no su autoridad.


Los adornos que Syrath llevaba consigo añadían majestuosidad a su apariencia. Un collar con gemas azules brillaba con una luz propia, mientras que los brazaletes de aquel metal desconocido resaltaban. Mata notaba cómo cada detalle de su atuendo estaba cuidadosamente seleccionado, contribuyendo a su imagen de líder respetado y venerado.


El cuerpo de metal blanco pulido de Syrath irradiaba una tranquilidad serena, con líneas suaves y contornos refinados que sugerían una fuerza inquebrantable. Las delicadas luces azules que había incorporado, en lugar de las habituales magentas, mientras que las placas de tonos rosados añadiendo un toque distintivo a su aspecto.


—¿Qué quieres decir con que ustedes crearon nuestro idioma? —preguntó.


Antes de que Syrath pudiera responder, Hirechall irrumpió en la conversación con una impaciencia mal disimulada. — ¿No preferirías ver primero mi museo antes de hacernos perder el tiempo con preguntas tontas?


Syrath, visiblemente molesto por la interrupción de Hirechall, lo apartó con delicadeza pero firmeza. —Cállate, Hirechall. Deja de fastidiar a la pobre— espetó.


—¿Acaso no podrías contener tu verborrea plebeya y permitirnos disfrutar de la conversación en paz, buen hombre?— retumbó Hirechall, con un gesto de desdén hacia Syrath.


Syrath, con una mirada gélida, respondió —Tu elocuencia es tan hiriente como un sátiro sin educación en una fiesta de gala, Hirechall. Si tan solo pudieras contener tu proclividad a la impertinencia.


—Ah, Syrath, siempre tan erudito en tu desprecio— replicó Hirechall con una sonrisa burlona. —Pero tus palabras son tan vacías como el discurso de un político en época de elecciones.


La respuesta de Syrath fue cortante: —Prefiero la vacuidad de mis palabras a la banalidad de las tuyas, Hirechall. Al menos las mías no dan la impresión de haber sido formuladas por un simio con un teclado.


Hirechall, con una sonrisa, lanzó su última provocación —Seguro que nuestra invitada prefiere admirar las reliquias de mi museo que perder el tiempo con tu aburrida clase de historia, Syrath. Al menos, allí encuentra algo de valor.


Los ojos de Syrath centellearon con intensidad mientras respondía con calma, pero con ferocidad subyacente. —Es irónico que lo digas, Hirechall, considerando que eres un coleccionista, arqueólogo e historiador. ¿No es acaso la historia la esencia misma de tu existencia? Imbécil...— Hirechall se quedó momentáneamente sin habla, su expresión cambió de confianza arrogante a confusión. 

Tratando de recuperar terreno, Hirechall balbuceó: —Bueno, eso es... sí, claro, pero...— Sus intentos de justificación sonaron débiles e insustanciales en comparación con la contundencia de las palabras de Syrath.


Syrath lo cortó con un gesto de desdén. —Si no tienes nada más que aportar a la conversación, será mejor que te calles, por favor— dijo con firmeza, dando por terminado el intercambio verbal.


Hirechall, visiblemente desconcertado por haber sido superado en retórica, guardó silencio, aunque su expresión aún mostraba una mezcla de arrogancia y resentimiento.